México
D.F., a 30 de Junio del 2009
Prisma
Y, Quivera,
¿Te
importa si lloro un momento? No, no ha pasado nada grave, sólo la
absurda melancolía que me es innata. Miraba un par de fotografías,
leía algunos textos, en fin, revisaba el pasado común que
compartimos con los elementos del universo. Me he dado cuenta de que,
a pesar del tiempo y las pretensiones, de los momentos y las
reacciones, de las peleas y las conversaciones (¿de los zumbidos
y emoticones?), nunca (pero jamás) dije lo que alguna vez
pensé en concreto –si es que a eso se le puede llamar pensar–
.
Siempre me
he fijado en las mujeres de ojos rasgados; han sido causa y efecto de
mis fascinaciones abstractas, llanas (obtusas, agudas, de cualquier
tipo de ángulo). Vos tenés esos ojos. Café claro –no miel,
café claro– , como una oblea de cajeta: dulce con un toque de
licor embriagante. Alguna vez te acercaste demasiado. Alguna vez
pensé que (¿en serio se le llama pensar a eso?) nosotros...
Muchos
creían tantas cosas, como se cree en Dios (un dios o el hasta pronto
al decir adiós), yo mismo creí algo, pero alguien me confesó una
de tus confesiones que me sacó de mi absurdo. Entonces comprendí
tantas cosas (quizá no 'tantas' como da a entender la palabra, pero
comprendí cosas). Yo mismo me he tratado de idiota por ello.
Me remitiré
a lo necesario (espero).
Te vi
por primera vez y supe que no eras lo que yo buscaba, supe también
que te idealizaba y que posiblemente cometería un grave error si me
acercaba peligrosamente a vos.
Te pensé,
te miré, te observé, comencé a conocerte y comprendí que eramos
seres distintos (¿primos relativos?), que yo era una quimera
con más letras y vos una católimatématica. Vos creías en Dios, yo
lo negaba. Vos sabías hallar deltas y épsilons, yo indagaba acerca
del ser, la existencia y alguno que otro escritor –estando ambos en
una carrera que concernía más a matemáticas que al nobel de
Literatura– .
Invierno.
Te conocí en invierno. Como ráfaga de nieve tu piel se acercaba a
la mía a través de las ropas. Alguna vez te acercaste a mí para
cobijarte del frío, alguna vez me consideré absurdamente en Paraíso
y no hice más que disfrutar el momento fortuito.
Las veces
que os acompañé a la avenida, para que vos cogieses el bus fueron
fatales, pero me agradaba hacerlo. Era poder estar con vos, a tu
lado, charlando un poco de filosofía y cálculo. Yo era dichoso. Con
vos me sentía terriblemente bien. Era jodidamente genial. Extrañaré
en verdad todo eso. En fin, luego la despedida, primero la confesión,
que esta noche me siento obligado –más por el deseo de escribir y
hablar con vos, que por el llamar tu atención– a relatar.
La
maravilla consistió en que, conforme te iba conociendo, comprendía
que no eras para mí. Que vos buscabas algo más y que yo no era más
que un niñato, tu hermano menor – por decirlo de alguna manera –
, un buen amigo o, simplemente, el chico que pronto se iría de esa
facultad: un turista en el planeta Adm_PQuivera.
Lo que
intento decir FL lo sabe, Koala lo sabe, Bbq lo sabe (la Santanera lo
sabe): de algún modo extraño, aún sabiendo cómo sos, quién sos,
qué sos, de dónde sos (y a dónde vas), te metiste en mí. Te
adueñaste de un pedazo profundo. Al principio lo atribuí a tu
belleza. No lo niego –ni vos lo negués– , sos increíblemente
hermosa. Tenes una piel nácar, lechosa, como luna nueva; boca
pequeña con labios delgados y rosados, apetecibles (¡cuántas
veces tuve que contenerme! ¿Qué besos oculta esa curvatura de tus
sonrisa?), tus brazos delgados, pero no huesudos; cubiertos con
una piel firme y tersa. ¿Cuántas veces mis ojos divagaron
en tu cintura, en tus caderas, habrán resbalado por tu vientre y
volado rápidamente sobre tu sexo para resbalar por tus muslos, tus
rodillas, tus espinillas y tus pantorrillas, hasta llegar a tus pies
de pasos ligeros, casi infantiles? ¿Qué misterios envuelve tu
cuerpo? ¿Qué aroma se oculta en tu cuello, en ese lunar donde nace
tu espalda? ¿Qué susurro delata tu cabello? ¿Qué contacto tendrá
tu mejilla en mis labios? ¿A qué “hora me dirás que te amo, esto
es urgente que la eternidad se nos acaba”* (y se nos acabó,
che, se nos acabó)?
No, en
verdad no te amo. No llegué a amarte. Me transtornaba la
idealización que hacía de vos, pero no puedo negar que sentía una
cruel (sí, cruel), enigmática y gigante atracción por vos –aún
la siento de vez en vez, cuando miro las fotos, cuando reviso el
historial o cuando simplemente recuerdo algunas cosas– . Sé que no
tengo derecho ni decencia al deciros esto. Sé que quizá con esto
arruine lo que hemos vivido juntos y la amistad (o el pedazo de
amistad) que hasta ahora hemos forjado.
(Por
ahora viene el cinismo, dentro de poco comenzaré a llorar, supongo).
Supongo que
ya te habías hecho alguna idea de todo esto. Quizá lo desechaste o
posiblemente nunca transgredí la frontera de Amistad (aunque en
mi mente naufragaba en Deseo con Teseo, Perseo, Orfeo y otros eos
en un Liceo bastante feo). Esto fue un romance macabro. El
delirio de una flauta pereciendo nocturnos, odas al amor, exhalando
delirios de faunos y vomitando notas a lo imbécil.
¿Alguna
vez mencioné que me gustaba tu nombre? No el segundo, el primero.
Una vez me
preguntaron cómo le haría el amor a una figura geométrica,
respondí un sin fin de imágenes y metáforas y culminé con: en Rn.
¿Haríamos el amor en la infinita dimensión? ¿Te atreverías a
recorrer este cuerpo esquelético con tus manos delgadas y suaves?
¿Complacerías mi hambre con tu aliento, con el sabor de tu hambre,
con la sed de tu sed? ¿Corresponderías la mirada que se lanza
suicida a tus ojos, a tu cuerpo, a tu alma?
Vos no sos
una figura plana. Sos más uno de esos fractales que no abundan por
aquí.
Algo que
siempre me hechizó fue tu voz. Esa voz dulce y no-cantarina. En el
volumen exacto, con la entonación precisa y el matiz adecuado. Una
nota no muy aguda –pero aguda– que escapaba de las aves
come-jamón.
Descubriste
la poesía. Descubriste Teoremas importantes y descubriste –quizá
sin saber (hasta ahora)– la entrada a un lugar –llamado por
muchos– : El Laberinto. Vos sos un laberinto que descubrió (y
atrapó) mí Laberinto.
Tenés mi
caja de Pandora, (re)presentás todo lo que mi carne –y espíritu–
pudo desear y, sin embargo, sólo en la imagen que me creé de vos.
Musa idealizada de mis deseos, de mis entrañas. Base de mis sueños,
un anhelo de mis (des)esperanzas.
Atentamente:
El conde
y agregado.
PS. Perdona
tan burda confesión, pero creo que te debo sinceridad. En estos
precisos momentos no estoy mal. No necesito compasión o respuesta
alguna, estoy perfectamente feliz y bien, es sólo que yo necesitaba
que vos lo supieses. Sos la primer mujer que me ha cautivado y a la
que, hasta después de pasado el efecto sustancioso llamado
“enamora-miento” le confieso los sentimientos que alguna vez
albergó mi corazón.
_______________
*Jaime Sabines