25/9/19

Simulacros: la pasividad


Las señales del fin del mundo siempre se presentan de manera clara y latente, resulta fácil identificarlas en la menor desviación de las costumbres y rutinas; en cambio, las señales de esperanza casi nunca se aprecian, pasan inadvertidas como regularidades o, peor, como lo que en realidad debiera ser. Nunca he sido una persona francamente optimista (o tal vez, sí, pero de clóset, me avergüenza enunciar el advenimiento de buenas nuevas como si creyera en algún mesías o en la salvación definitiva), más bien me reconozco en el ala fatalista de las reuniones, soy el que declara la muerte de la esperanza, incluso convertí un momento crucial en mi vida en un performance de esa creencia absoluta (y me desdije hacia el final, por mera misericordia).
Hace unos meses se me planteó otra encrucijada para definir un poquito el rumbo de mi vida y, honestamente, no supe muy bien qué hacer, porque esto de convertirse en adulto (de ser un adulto) me parece excesivamente complicado. En retrospectiva, la cosa era simple /las cosas siempre son simples en retrospectiva/, bastaba un sí y un no; la revisión de los eventos resulta en esquemas dicotómicos, unos y ceros que se agrupan de cierta manera, puertas que se abren y puertas que permanecen cerradas. Todo el asunto se resumía en eso: elegir una puerta.
Muchas veces he tomado esas decisiones basado en un factor: la cantidad de sufrimiento; según mi estado de ánimo me acerco o me alejo de ello. Otro aspecto es la huida, escapar de algo que me disgusta o de algo que me gusta. Creo que puedo contar con los dedos de mis manos todos los momentos en los que en vez de huir, perseguí algo; pues, resulta inexplicablemente cómodo seguir la corriente, únicamente ver el sendero y seguir los pasos que ya se han trazado para mí. Abrir ruta es lo difícil y lo evitaba como la peste.
En estos días me encuentro en otro escenario y he optado por una solución igualmente cobarde, el estatismo. Quedarse quieto es otra forma de escapar. Aguardar a que llegue un río que ni siquiera se oye o una ventolera que tampoco se anticipa de manera alguna. Permanecer inmóvil también es otro método de esta alienación de la agentividad propia. Sin embargo, la quietud también se relaciona con la estabilidad, con el hecho de estar relativamente bien; si lo contrasto con la montaña rusa en la que a veces se transforma mi vida cuando me abandono a la vanidad de pasiones propias y ajenas, bien puede caber esa acepción, mas lo dudo. En la reacción al estímulo se atisba un deseo (de ser o de no-ser), pero hay movimiento; en la quietud y su resignación obediente, hay una sensación de vacuidad absoluta. Este tipo de existencia no es agotador ni fascinante, resulta trivial y monótono; me gusta pero no me llena.
Regreso al teclado como una resistencia ante este sopor que se ha instalado en mí.
/Al menos eso quiero creerme/

2/9/19

Casa sola

Estoy más solo que solo
Estoy más solo conmigo que cuando estoy sin ti
Mi roomie tuvo una cita hoy
Fue al cine
al antro
a cenar
a un hotel
a ese hotel
[No importa]
Mientras yo intento preparar un poco de café
La soledad es dos palomitas de color gris en una conversación de hace años
una Coca-Cola sin gas
y el recuerdo de dos fotografías que de seguro ya borraste
También
es una actualización de 2 GB que un programa descarga
inicia
crashea
y vuelve a descargar
desde cero
la incapacidad de hacer lo que quieres
la falta de voluntad de hacer lo que debes
Nunca me había molestado estar conmigo mismo
pero hay ausencias voraces y gélidas
que (no) se mitigan con sertralina y terapia

31/7/19

Amores imposibles


Eres la suma de todos mis amores imposibles
Entre nosotros se instala una distancia llena de momentos:
recorridos fantásticos y puestas de sol,
ese último beso del día antes del primero del siguiente
Todo eso es una posibilidad entre nosotros
Una posibilidad tangible y tan cercana
pero que inevitablemente se presiente imposible

Eres el mejor de mis amores imposibles
No hay necesidad de una despedida dolorosa
/Todas las despedidas siempre son dolorosas/
Ni la obligada certidumbre de verse nuevamente
En cambio cada día es un (re)encuentro
Y cada instante es extrañarte un poco

16/1/19

Infernáculo. Casilla 6

Otro año ha pasado. Debo admitir que el 2018 fue uno de los peorcitos que me han tocado hasta ahora y que inicio el 2019 con la triste superstición de que el hecho de que se repita el calendario funja como acontecimiento místico que permita la ruptura de un viejo ciclo e inicie uno nuevo (si no mejor, al menos distinto -a qué mentir, por supuesto que quiero que este bodrio mejore).

En resumen, podría decirse que el año pasado fue el de los fantasmas al acecho y de las nostalgias asesinas. Se me frustraron todos los proyectos que quise iniciar, algunos por autosabotaje, otros por friendly fire y la gran mayoría porque precisamente ahora estoy anclado en un puerto que ya quiero abandonar. De hecho me ofrecieron una oportunidad relativamente estable para abandonar la nave, pero no sé si tengo el talante para hacerlo. Francamente me da miedo dejar mi zona de confort y tener que afrontar, encima de todo, una situación económica más austera. Por ahora debo ser la piedra que resiste, debo ser la muralla y el pilar. Mi propósito de año nuevo es dejar de posponer mi vida. Al menos eso pienso ahora y espero que eso se mantenga.

Crecer apesta, nunca lo hagan.

25/11/18

Sin perdón, pero el olvido

Publicado originalmente en Marabunta, el 8 de noviembre de 2018, disponible en http://www.revistamarabunta.com/2018/11/08/sin-perdon-pero-el-olvido/ [consulta: noviembre 2018]

El pasado es arcilla que el presente labra a su antojo. Interminablemente
–Jorge Luis Borges

I
No hay pretexto: es obligatorio recordar. Se debe recordar los eventos importantes en la vida personal y colectiva, porque ello conforma nuestra identidad (directa e indirectamente). Aunque uno no lo quiera, el mundo también nos determina, pero no se vale siempre recurrir a la frase fácil: “Soy víctima de mis circunstancias”.

II
La importancia de la memoria puede verse desde muchas perspectivas, Elizondo, en Farabeuf insiste tercamente en que debemos recordar el preciso momento y hacer un inventario minucioso de los detalles que componen ese minúsculo instante, en el que eros y tánatos se funden para culminar en la propia muerte. Pues el ser humano es escencialmente un ser histórico, de allí que necesite de datos concretos, acontecimientos y (¿por qué no?) predestinaciones para expresar quién es. Sin embargo, Pacheco, al final de Las batallas en el desierto, nos advierte que la memoria nos traiciona (Carlos visita nuevamente el edificio donde vivía Mariana y alguien le asegura que allí jamás ha vivido alguien con ese nombre). A final de cuentas, la historia que nos contamos a nosotros mismos sobre quiénes somos y de dónde venimos, también es una ficción, un minirelato fundacional que nos justifica la persistencia en la tierra, de otra forma sólo nos quedaría el suicidio como única alternativa. Irónicamente, al tratar de anclar mejor todos los sucesos, embelleciéndolos un poco para que el relato no carezca de atractivo, estos se trastocan y se diluyen hasta ser completamente otros.

III
Hay una lista de Spotify llamada “Himnos de resistencia latinoamericana”, que contiene varias canciones sobre la masacre del 2 de octubre en Tlatelolco, Amazon produjo una serie llamada Un extraño enemigo y aborda el mismo tema (no la he visto, pero el video promocional promete hacer señalamientos claros sobre los responsables) y desde 1989 la película Rojo amanecer hizo alusión a ese crimen de Estado. La sublimación de la tragedia sirve como memoria sensitiva de los acontecimientos, igual de útil que la memoria documentada, pero –desde mi perspectiva– más útil, porque se recuerda desde la catarsis, lo cual queda más marcado que el simple dato duro en la memoria.
Sin embargo, como advierte Baudrillard en La ilusión del fin, la viralización de los acontecimientos puede proyectarlos fuera de la historia y anular su trascendencia; particularmente, en un mundo que considera al arte como mero objeto ornamental, los sucesos, que pretenden inmortalizarse así, terminan encontrando una entrada al olvido masivo, quedan sepultados bajo una montaña de likes, reacciones y otro montón de situaciones urgentes y hashtags.
No quiero decir que las redes sociales sean el principal problema, al contrario, me parece que han servido para solventar otras carencias de comunicación y de organización social que antes se desatendían; sólo menciono el riesgo que corre cualquier suceso histórico en la actualidad: perecer antes de realizarse.

V
Hay una fascinación extraña por los ciclos. A posta o sin querer, los eventos terminan repitiéndose en algún momento. Quizá no se repitan exactamente, eso parece imposible, pero ocurren casi idénticos, más similares que a sí mismos, y despiertan fantasmas que rondan todo, menos su propia tumba. Recién había pasado el sismo del 19 de septiembre de 2018 y el recuerdo de 1985 inundó las redes sociales con fotografías que parecen calcas. Lo mismo ocurrió el 3 de septiembre, cuando porros atacaron a estudiantes del CCH enfrente de la rectoría de la UNAM y se repitió la imagen de un delincuente blandiendo un palo en actitud amenazante; como si el espectro del 68 pisara CU nuevamente.
Fácilmente se puede recurrir a ese lugar común (que jamás ha perdido el grado de sentencia): “Un pueblo que desconoce su historia, está condenado a repetirla”. Sí y no. No se trata sólo de conocer la historia (porque uno puede saberse de memoria las fechas y los nombres sin entender un carajo), sino que a veces el mundo está configurado precisamente para que no haya otra salida.
Durante las marchas y las protestas por el ataque de los porros a estudiantes en Rectoría, se publicaron varías infografías y minicápsulas que trataban de explicar qué es un “porro” y el ciclo de marginación en el que debe de encontrarse para convertirse en eso. Amén de la deshumanización que se hace con cada delincuente y de las posturas altamente clasistas reflejadas en esos (quiero pensar) bien intencionados textos, me interesa más ese otro ciclo de cúpula intocable que tiene Ciudad Universitaria.
Desde que uno atraviesa cualquiera de las puertas que separan a CU del resto de la CDMX, el aire es distinto, la mayoría de los conductores ceden el paso a los peatones e incluso manejan con más precaución, Las Islas son un lugar de recreación y parece que todo el tiempo se discute algo trascendental en las aulas, en las conversaciones casuales que uno llega a escuchar de pasada. La verdad, nos gusta nutrir ese aire de superioridad intelectual que forma parte del mito de ser universitario.
Pero se nos olvida algo: CU también es México. Recuerdo bien el video en el que levantan a Sandino Bucio (eso no fue un arresto, como debio hacerse, sino un “levantón”), el feminicidio de Lesvy cerca del Instituto de Ingeniería, los constantes asaltos debajo del puente que conecta a Las Islas con el Estadio Olímpico e incluso el robo de vehículos de los estacionamientos y la ceguera y huevonería de los vigilantes que sólo están allí para estorbar o para babosear a las compañeras.
Lo que más me recordó esa fotografía, tan similar a la del 68, del porro con el palo entre las manos, fue que hace cincuenta años, a la máxima casa de estudios, militares mexicanos entraron con tanques.

VII
Alguna vez, la persona más pesimista que conozco me soltó que hablar conmigo o leerme le deprimía. En otra ocasión, un profesor me dijo que soy el tipo de persona que ve un librero y, en vez de alegrarse por todos los libros que tiene, únicamente ve las colecciones incompletas y los espacios vacíos. En mi trabajo, a veces me siento como Casandra. No importa. Sin pesimistas, todos flotarían en el vacío.