22/8/16

De la tesis y otros demonios



           El asno que tocó la flauta o De cómo EPN hizo la tesis
En todas las instituciones académicas y educativas, el plagio se castiga con el exilio. El plagiador queda marcado toda su vida y se dudará de la autoría y veracidad de todo lo que diga o haga. Desde el momento en que se descubre al culpable, su palabra (que tal vez ni le pertenezca de origen) será considerada como algo válido. Una persona que ha perdido la palabra, ha perdido toda posibilidad de ejercer un poder directo sobre sus semejantes o sobre el mundo, cualquier vocablo que profiera será considerado algo impropio.

Ninguna universidad que presuma prestigio quiere tener entre sus filas a un plagiario porque ello la demeritaría: sus mejores estudiantes, los egresados y titulados son incapaces de generar una idea propia. Nadie quiere estudiar una licenciatura sólo para obtener un papelito que diga “Supuestamente sabe hacer esto pero quién sabe”.

Uno de los requisitos que piden las instituciones educativas de nivel superior para obtener un grado (licenciatura, maestría, doctorado) es la presentación de un trabajo de investigación que muestre originalidad y que demuestre que el egresado es capaz de cumplir con un protocolo académico. En otras palabras, la tesis demuestra honorabilidad, creatividad y disciplina. Si un estudiante plagia una tesis está demostrando su incapacidad para todo lo anterior, ergo se declara desmerecedor de ese y cualquier grado académico (por extensión, se le debe tomar como una persona poco seria, nada confiable, sin sentido de ética ni moral).

Chimal dice que el plagiario tiene algo de sociópata pues intenta borrar con su fama y prestigio al otro autor menos nombrado, un asesinato metafórico; eso se puede afirmar de figuras como Bryce o Alatriste, sin embargo también está el plagiario con complejo de inferioridad: ese muchacho que debido a la desesperación o la ignorancia roba ideas a diestra y siniestra, pues piensa que el león es de su condición y nadie (ni él) se preocupará por revisar detalladamente el contenido de su trabajo. No me parece que el plagio de EPN sea un acto de arrogancia sino de insignificancia: lo que diga, lo que haga, no será tomado en cuenta nunca.

Quizá Peña Nieto no quería ser presidente, no quería ese cúmulo de responsabilidades; de haberlo deseado, se hubiera preparado mejor o atendería más a las críticas que le hicieron durante su campaña electoral. Quizá Enrique sólo sacó el título de licenciatura en la Universidad Panamericana porque era lo que su padre quería para él (obligado como muchos otros a estudiar el oficio de abogado porque es donde está el dinero). Tuvo la maldición de la belleza y el carisma. Un rostro guapo, jovial, suficiente para ser electo presidente en temporadas electorales posmodernas donde la pantalla y la imagen son poder absoluto.

Tal vez, EPN ni siquiera supo qué estaba haciendo al robarse descaradamente las palabras de otro y atribuírselas a sí mismo, pensó que, como no hay nada nuevo bajo el sol (todo lo hicieron los griegos, los chinos o los Simpson), poco importaba fusilarse 197 párrafos, porque las ideas, como no se pueden tocar, no valen nada; ergo, no puede afectar a nadie. Plagiario por accidente, que no entiende la naturaleza de su acto. Ello debe preocupar aún más pues una Universidad como la Panamericana aceptó a alguien que no debía ni aprobar la prueba psicométrica.

            La respuesta oficial
El grupo de Aristegui Noticias encontró que un 30% de la tesis del presidente de México, Enrique Peña Nieto, es un plagio descarado. Hizo un análisis de los párrafos que conforman dicha trabajo y expuso los resultados en el siguiente cuadro:



Allí claramente se clasifican los fallos técnicos entre errores de citación (las citas robadas bien pueden considerarse una cita mal hecha) y los párrafos plagiados.

“Sólo me enviaron un cuadro”. Aparentemente, para ser vocero del gobierno de México sólo se necesita ser analfabeta funcional pues recibió un cuadro con información detallada sobre los contenidos textuales de la tesis de Enrique Peña Nieto y no supo interpretar adecuadamente esa información: sólo identificó que de 682 párrafos, 197 eran plagio sin comprender las implicaciones de este hecho.

El cierre de la respuesta demuestra el despotismo de quienes “ostentan” el poder: “Por lo visto errores de estilo como citas sin entrecomillar o falta de referencia a autores que incluyó en la bibliografía son, dos décadas después, materia de interés periodístico”. Errores de estilo se pueden considerar las comas faltantes en ese fragmento, pero plagio es plagio; además, considerarlo como un tema menor revela el verdadero pensamiento de un gobierno que a lo largo y ancho del país ha dicho apoyar las ideas de los jóvenes emprendedores porque ellos son los que mantienen en movimiento a la patria. Si cualquier hijo de puta puede robarse una idea y no sufrir consecuencias legales, entonces más valdría patentar todo en otra nación.

Ahora, quizá el vocero no comprendió otra implicatura de su propio discurso: esas citas “mal hechas” son un mero error de estilo, esto quiere decir que el Peña Nieto no tiene ni idea de lo que hizo, ni siquiera sabe lo que es un plagio. Cuando la capacidad cognitiva del perpetrador es mínima al grado de no tener conciencia del crimen cometido es difícil reprocharle algo. En otras palabras, el mismo vocero no baja de pendejo al presidente.

La última parte de esa respuesta también merece atención “Bienvenida la crítica y el debate”, no hay actitud más prepotente que sentirse intocable por la voz popular de quienes sí saben, mínimo, cómo citar adecuadamente en un trabajo y de aquellos que entienden la gravedad de que un presidente ostente, al menos, un título que no merece.

            Es justo y necesario
Ahora, es responsabilidad de la Universidad Panamericana el retirar a Enrique Peña Nieto el título de licenciatura para salvaguardar el honor y el prestigio que tiene dicha institución, para demostrar que, en efecto, trabajan para cumplir su misión de “Educar personas que busquen la verdad y se comprometan con ella”, que en efecto poseen la visión de “Ser la universidad cuyos egresados con responsabilidad social aspiren a la plenitud profesional y de vida” (el que omito se puede lograr con un buen publicista y los escándalos de su egresado más famoso ya la coloca en el plano internacional, aunque mal parada). Desestimar el robo de una idea implica desvalorizar el trabajo intelectual, ninguna universidad quiere dejar esa enseñanza como legado, ¿o sí?

Asimismo, la comunidad estudiantil debe hacer lo propio si quieren que de ellos no se dude. Desgraciadamente, el estigma de uno los alcanzará a todos si guardan silencio, porque ello confirmaría que cualquier egresado de la Universidad Panamericana ha incurrido en lo mismo que su ejemplar más preciado (un presidente) y, por lo tanto, añadirlo a las filas laborales consistiría en un tiro en el pie. Se puede vivir con el prejuicio de salir de la misma casa de un tirano, pero salir de la misma casa que un ladrón imbécil es distinto.

El acto de Peña Nieto a la Universidad Panamericana y a todos sus estudiantes consiste en un insulto no sólo a la inteligencia de la academia, sino en desdeñar absolutamente la profesión que dice haber estudiado y, por su cargo actual, cualquier carrera universitaria; de modo que, cualquier persona que haya aspirado a tener un grado de licenciatura o un posgrado, los aspirantes rechazados de esa y cualquier universidad, los abogados y todas aquellas personas que hayan realizado una tesis para titularse deben exigir y retirar el grado del que goza y que ostenta indebidamente ese egresado.

16/8/16

Mascotas (fragmento)



Vi a un señor que cargaba un perro aparentemente enfermo. El animal temblaba como la Mañaña, esa gata con manchitas nebulosas, cuando no despertaba completamente de la anestesia el día que la llevamos al veterinario porque tal vez la habían envenenado, como al Pachón una semana atrás.
Ese mes, el dinero se nos fue en operaciones y taxis. El primer síntoma que notaste fue que ese gato vainilla ya no comía regularmente y se quedaba quieto en un solo rincón, como cansado, rendido. Cuando lo llevamos al médico, éste nos dijo que algo tenía; tal vez una enfermedad, tal vez algo más. Mandó medicina y alimentarlo con un poco de miel para elevarle la temperatura. Nos dijo que si seguía igual al día siguiente, lo lleváramos de vuelta.
Tuvimos que ir nuevamente con el doctor para que diagnosticara al pobre felino. Tras revisarlo otra vez, dictaminó que lo habían envenenado y que ya era demasiado tarde; que su sistema lentamente dejaría de funcionar.
Nos sentamos frente a la mesa de auscultación mientras el veterinario preparaba la jeringa. No recuerdo si tomé tu mano o si te abracé siquiera, tan sólo veo la aguja entrar en el bote y llenarse de líquido mortal; veo a Pachón tendido sobre la mesa metálica, sin maullar, sin oponer resistencia, como si no anticipara lo que realmente vendría, como si esa aguja sólo le trajera alivió tras un punzante y breve dolor.
Y así fue.
Cerró sus ojos lentamente y se quedó dormido. Su vientre que se inflaba y desinflaba al compás de su respiración permaneció estático. Así de rápido y sencillo. Tenías semblante serio y dijiste (una vez en voz alta y muchas otras veces en tu cabeza para tratar de convencerte) que había sido lo mejor, que no sufriera.
No sé cómo regresamos a tu casa. La siguiente escena que tengo es de nosotros dos en tu pedazo de jardín; yo, arrodillado, cavaba una fosa para meter su elástico, elegante y tierno cadáver. El sol me lastimaba los ojos. La tierra se metía en mi nariz y me impedía respirar. Dos días atrás, eran los pelos de ese gato los que me causaban alergia y alegría; ese día la tierra me impedía llorar; me obligó a sacar fuerzas que no tenía y un talante que no quedaba para poder resquebrajarla y hacer un hueco.
Alimentamos al polvo siete vidas y le echamos cal.

La semana siguiente, la Mañaña empezó igual. No exagero si digo que con ella fue peor. Pachón se resignó, la Mañaña luchó con arañazos y mordidas para tratar de arrebatarse a sí misma de la muerte. No lo consiguió.
Cuando notaste que le pasaba lo mismo que al otro gato, cumplimos el mismo ritual e, incluso, pensamos que habría esperanza porque ya habíamos aprendido y porque lo detectaste a tiempo. La abrieron en canal para apretar sus intestinos y que así lograra expulsar la materia fecal atorada; de ese modo, tal vez se salvaría.
Cuando abrió los ojos, aún no había despertado del sedante: estaba sonámbula. Recuerdo sus pupilas enteramente dilatadas, como si en nosotros dos o en cada rincón viera una amenaza latente, un pedazo de lo que se avecinaba. Se arrastró por el suelo, porque las patas no le respondían, para escapar de nosotros. Temblaba horriblemente para elevar su temperatura. Nos arañó, nos mordió, nos obligó a dejarla sola. Sé que estabas triste y yo, desesperado porque, de nuevo, no podía hacer sino empezar a cavar otra tumba. No podía resistirlo. No podía ayudarte sino a enterrarla decentemente. Por fortuna (y por desgracia) correspondió a tu hermano hacer los honores.

Apenas ahora, varios años después, puedo llorar la muerte de esos dos mientras viajamos en el subte y me abrazas discretamente. Una pena compartida que nos debíamos porque en aquel instante no pudimos desahogarnos. La teoría del caos indica que un evento jamás pasa dos veces, porque sería exactamente el mismo y el tiempo (al menos en esta dimensión) no se bifurca sobre sí para repetirse: no hay la opción de replay a las jugadas; en este sentido, cualquier evento se ancla a la historia porque es único o se pierde en la incesante repetición de otros similares.
Ahora lo entiendo. No nos lamentamos en el sepelio de Pachón porque jamás repetiríamos ese abrazo ni esa pena. No estábamos en condiciones decentes de acicalarnos la tristeza; tenían que pasar varios años para aceptar esa pérdida porque, aunque entendemos la muerte (de distinta manera, pero la entendemos), no la habríamos padecido sino como dos niños que se negaban a decir adiós a su gato.