Encender la consola. Pantalla en negro: Logo //Nintendo 64// que se desvanece tenuemente. Ocarina de fondo: melodía de cuna. Presionar Start.
Fiesta de cumpleaños. Medio día. Un grupo de
geeks parlotean sentados en el suelo mientras lanzan spells desde sus manos. Todo muy sano, miopemente sano.
Seleccionar
partida. Tres minutos para llegar al único lago en el
mapa de bits. Calzas tus botas de acero y cambias de indumentaria: una linda túnica azul que combina con el detalle de tus ojos.
Saltas al lago.
Puerta cerrada. Switch activado. Las rejas ceden. Entras.
//Water Temple//
Noche. Ya se
fueron dos insuficientes caguamas. “Hay que salir por más”. Otras dos botellas de cerveza que no alcanzan.
Te enteraste de
ese calabozo por una revista y muchos comentarios emocionados y enfurecidos de
tu primo:
//subir el nivel
del agua// //bajar el nivel del agua//
emplear una
ocarina (también azul) con una canción de cuna para manipular el líquido mortal.
La sala toma una
consistencia espesa; su densidad desciende trago a trago.
Nuevamente sin
alcohol. Añadir la falta de dinero.
“Un mezcal”
//Presionar Botón A: Aceptar//
Calabozo infinito.
Faltan llaves. Sobran llaves. Los corazones no aguantan, laten apresurados y un
beep en tu cabeza resuena.
Cuando por fin
resuelves un par de puzles y una batalla de pacotilla, llegas a una cascada con
escalones descendentes (bajan por fuerza de la corriente y caen a un
precipicio). Consigues subir más por un error en
la programación que por pericia con el mando
(piensas). //Menú de pausa: Botella
de poción roja a la mitad: sabe a sangre: sangre
que recuperas//
Te acomodas en la
silla y te ves preparar las bebidas. Una voz ajena (y tan parecida a la tuya)
explica que el refresco de naranja que un Tang que salud que otra que la
chingada.
La siguiente
habitación tiene un espejo de agua. No sabes qué tan profundo es. Avanzas. Las botas de piel apenas se
hunden: un charco espejo de agua cubre todo el suelo. Una islita en medio del
blanco cegador que abarrota la pantalla. Tu reflejo sigue tus pasos en perfecta
sincronía. Tocas tierra: sólo el espejo acuoso se interpone entre la puerta y tú. Avanzas.
A partir del
quinto vaso de mezcal (a treinta pesos en un Seven), perder la cuenta. La jarra
nuevamente está llena y esa voz ajena (y propia)
entona un brindis más por cualquier
estupidez.
Si miras bien la
pantalla, verás que tu reflejo se fugó. «Bug» (piensas). Puerta
cerrada: debes indagar, en ese cuarto vacío, por un
interruptor. Das media vuelta y colocas la cámara detrás de ti.
“¿Otro vasito? Salud, wey, salud”. En la isla hay otra
silueta. Corres hacia allá. Sorbo al mezcal
–antes dulce, ahora amargo– «ya valió madres». Terminar de un
trago el resto del fluido.
Tu sombra te
confronta: ojos en rojo encendido; y su cuerpo: una silueta ceniza. Viste como
tú, se mueve como tú. Desenvainas la espada/desenvaina la espada.
Golpeas/golpea: choque metálico.
Está(s) en el baño. Ir a
buscar(lo). De espaldas a la puerta, frente a la superficie reflejante, quizá lavándose las manos
mientras observa las pupilas de sus ojos. Charlando con aquel del cristal.
“No hay bronca, pásale”
Tomar asiento en
el frío azulejo y confesar que tienen una charla
pendiente. Accede.
//¿Por qué?//
“¿Por qué qué?”
Choque metálico simultáneo. Tratas de
rodearlo inútilmente: emula tu carrera.
Estocada/estocada. Choque de aceros: gemido propio, mano herida. El oscuro
doble: intacto.
«¿Por qué ella? ¿por qué ahora? ¿por qué seguir?»
Tres golpes
seguidos que fallas pero el reflejo, a fuerza de evasión y silencio, encaja.
“Por algo te eligió”
Zoom-in al
inodoro: ruido gutural: oscuridad: ardor: flush.
//Dos corazones para aguantar//
//Ce izquierdo
para un ítem: arco con flecha: tiro fallido. Ce
izquierdo otra vez: lo mismo//
Estocada. La
figura negra: equilibrista sobre tu espada. Mira hacia abajo: estás completamente indefenso:
“Lo estás haciendo bien, wey. Todo lo estás tirando en el excusado, no estás haciendo batidero, muy decente. Tú sácalo”.
Recompones posición. Lo miras a sus ojos rubí.
«No entiendo, ¿por qué? ¿para qué? ¿cómo?»
//Presionar Start para poner pausa//
Cambias de
utensilios: el arco, la ocarina y el gancho quedan resguardados y tomas el
fuego de Din, las bombas y un martillo enorme. Sigues el consejo que algunos años atrás leíste en la misma pantalla, pero con imágenes en dos dimensiones y de menor calidad: //Si todo lo
demás falla, usa fuego//.
//Presionar Start para reanudar//
//Fuego de Din//
La cúpula de fuego que te rodea y se expande no
toca al oponente. «Idiota».
Tu sombra ya no te
emula, ahora lucha libremente. Aprovecha cualquier descuido para clavar su
espada en tu cuerpo. “Por algo te eligió/Por algo te eligió/Por algo te eligió”. Medio corazón y ese beep intermitente.
La última llamarada que te permite tu barra de magia: aciertas:
la silueta se va y regresa más lista, más rápida, más hábil. Medio corazón de resistencia.
«Bombas». Quedan apenas
cinco (según indica el subíndice de la imagen). Las desperdicias todas torpemente.
//«No basta y lo sabés. Esas respuestas
de manual no bastan, lo sabés. No las
necesito, no me sirven. ¿Por qué, mierda, por qué?»//
Sacas el martillo
dispuesto a destrozar. No podrás usar el escudo.
No importa: a estas alturas, la muerte está más cerca y sólo queda atacar,
ir al frente, aunque la cara siga pegada a la cerámica y esos grumos
de ardor, provenientes de tus entrañas, no hayan
terminado su evacuación.
Golpes acrobáticos. Ahora tú imitas al
esgrimista circense, pero no puedes. Cada giro/brinco/voltereta te coloca en
una posición de blanco fácil; apenas esquivas el asesinato.
Martillazo
«Imbécil». Tu cuerpo queda completamente expuesto. Nuevamente lo
miras desde abajo.
“Esto es por tu
bien”. Los ojos encendidos te dicen que no estás listo, te falta
entrenamiento, recursos, aguante para la bebida y las nostalgias. Un par de
dedos se encajan hasta tu campanilla para provocarte las arcadas necesarias que
te quiten lo pálido y el alcohol inmetabolizable
por tu hígado. Es inútil. Los músculos de la garganta, el abdomen, etcétera, ya están demasiado
agotados (lo sabrás al día siguiente, cuando intentes reír y duela).
El algoritmo
designa que, al morir, caigas de rodillas emitiendo un quejido gutural. Así te desplomas en medio de la sala. Te desmayas sobre tu
pecho y cara. Suelo frío y líquido. La pantalla se oscurece.
//Game Over//
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