23/10/17

Lunes



El lunes no existe, son los papás

El lunes es una historia que le cuentan a los niños
para que se duerman temprano

¡Mamá! ¡Hay un lunes debajo de la cama!

¡Papá! ¡Hay un lunes en el armario!

También se esconden los lunes en los sótanos y en los áticos
Al menos eso les dicen a los niños
para que no anden husmeando en días que no deben

El lunes es un invento de las corporaciones
para vendernos iPods

El lunes es un invento de la burocracia

El lunes es un constructo social

El lunes es un terror nocturno
que se controla con el medicamento adecuado

Se rumora que si dices lunes tres veces frente a un espejo
mientras sostienes una vela con la mano derecha
el lunes se te aparece
pero no es cierto

Hicieron una película del lunes, pero les quedó fea

El lunes es un condicionamiento capitalista

El lunes es el monstruo de mil cabezas

El lunes es un cíclope ciego

Al lunes lo negaron tres veces antes de crucificarlo
¡El lunes no existe!
¡El lunes no existe!
¡El lunes no existe!
Y lo clavaron en un calendario, en el costado izquierdo
Pero el lunes no resucitó al tercer día
aunque hay quienes afirman lo contrario
El lunes nada tiene que ver con la luna

Los perros odian el lunes
Y en el lunes se orinan los gatos

El sol a veces parece lunes
pero siempre se le quita
sobre todo en otoño

El lunes es el peor día para morir
también el martes
el viernes
el domingo
el jueves
y el sábado

El lunes no es real
Sólo es un mal sueño, casi una pesadilla

El lunes se esfuma con las luces encendidas

El lunes (no) viene tras de ti

El lunes es ciego
y sordo
y mudo
y manco
y tuerto

Si ves mucho tiempo al lunes
el lunes te devuelve la mirada

El lunes apesta porque no se baña

El lunes no quiere ir a la escuela

El lunes odia trabajar

El lunes se lesionó una pierna
pero detesta quedarse en casa

El lunes quedó atrapado entre los escombros
o debajo de un camión
Nadie sabe a ciencia cierta,
pero saben que quedó debajo de algo muy pesado

Al lunes lo enterraron ayer

Hoy es lunes

17/10/17

El (último) vuelo del halcón


Tú eres el tronco invulnerable y nosotros las ramas
por eso es que este hachazo nos sacude 
Jaime Sabines










In memoriam G.R.S.

1.
Anoche tuve una pesadilla. No la recuerdo bien, tan sólo tengo presente la atmósfera azul y un sentimiento de persecución. Desperté agitado. No me quise mover. No fue necesario levantarme para mojarme el rostro y tranquilizarme, como durante mi niñez. Volví a dormir. Un par de horas más tarde recibí la llamada de una de mis tías informándome que mi abuelo había fallecido.

Siguiendo la costumbre del barrio, hago el cartel que anuncia discretamente el deceso. Él y yo tenemos el mismo nombre. Se siente raro trazar las letras sabiendo que no hago autorreferencia. Escribo dónde será su velorio. Por un segundo, antes de colocar su apellido, se siente como una invitación a mi sepelio. Tal vez, porque también me estoy muriendo de a poquito con todo esto.


2.
Quizá no fue el mejor pero fue uno de los nuestros. Quizá no fue el padre modelo de revistas y TV, ni el marido ideal de las películas, pero fue un gran padre, un gran marido y un gran mentor.

Por años escuché anécdotas de la infancia de mis tías y de mi madre, cómo jugaban y cómo mis abuelos (sus padres) se enojaban con ellas. La manera en que mi abuelo les exigía un buen comportamiento y la forma en que les retribuía con cariño. También las historias exageradas, como la del perro que salvó a mi abuelo de un asalto.

3.
No conocí de la juventud de mi abuelo más que sus historias, pero vi de cerca sus triunfos y derrotas de la madurez. Vi cómo convirtió a un grupito de pillos de barriada en un equipo campeón de fútbol. Lo vi sonreír con los logros de sus hijos y nietos, aunque no siempre estuvo de acuerdo con ellos y lo vi enojarse cuando perdía y fingir modestia cuando ganaba en el ajedrez.
Vi lo que podía hacer y lo vi abrazar sus vicios también como compañeros. Él siempre fue una persona equilibrada con la vida, al menos dentro de sus términos, aunque de lejos se antojaba un caos. No fue un santo, nunca quiso serlo; fue un hombre, el mejor que pudo.

Vivió como quiso, cuando quiso y cuanto quiso. Tenía la fuerza de mil siglos y un espíritu de recién nacido. Muchas veces también lo vi entrar a hospitales y salir como si el insertarse una prótesis fuera un simple chequeo de rutina. Hacía deporte y fumaba como chacoaco. Bebía y no. Terco, desobediente de las órdenes del médico y perfectamente sano.

4.
Quizá, si hubiera pasado más tiempo con él y si mi madre le hubiera permitido enseñarme levantar los puños, jamás habría recibido un golpe. Pero qué bueno que no fue así, porque justamente todos esos madrazos encajados en mi cuerpo me enseñan a resistir este gancho al alma.


5.
Llevo tu nombre, al igual que tu hijo. Sin planearlo, también fuiste en parte mi padre. Para mí, eres el primero de mi estirpe, por fortuna no estás atado a un árbol, pero tu partida sí se siente como si nos estuvieran comiendo las hormigas.

Nunca había llorado en un funeral.

Ahora entiendo por qué se reza el rosario. No se puede articular ese dolor, pero es necesario expresarlo y es más fácil hacerlo cuando algo o alguien nos pone las palabras en la boca. Sólo las repetimos con la entonación precisa para exponer la herida recién abierta. La oración convierte al doliente en un instrumento que afina su sufrimiento.

Observo los rostros de mis tías. Por ratos se calman. La melodía del murmullo es tranquilizante y majestuosa en estos primeros momentos; permite una catarsis inconsciente: enuncia lo inombrable al tiempo que no dice nada. Días más tarde me parecerá ingrata y excesiva, me parecerá insuficiente para sanarme siquiera un poco, porque esas palabras para mí no representan ya nada. Las escucharé y querré gritar a todo el mundo que estás muerto, que estás bien muerto y que ese Dios a quien le rezan le vale un pito que tu carne ahora sea cenizas. Me encabronaré con el sacerdote que no me dejó despedirme y que en medio de los llantos, además de cobrar la misa, pidió "sagrada" limosna. Me emputaré con todo el mundo por no haberte hecho cambiar de opinión. Y terminaré admirando la forma en que te fuiste, porque te despediste de todos, porque alcanzaste a ver a tu familia entera reunida, como yo nunca pensé que podría ser posible, de nuevo. Incluso en los albores de tu partida, lograste una última proesa.

6.
Al día siguiente todos somos animales somnolientos. Memoria feral que sólo busca un hueco cómodo para cerrar los ojos un rato. Apenas pienso que no quiero ver cerrado el ataúd, que seguramente me desplomaré al escuchar los seguros ponerse.

7.
Hubo un tiempo en el que realmente pensé que mis palabras dichas a la carrera harían algún bien. Mi familia es creyente, yo no. Ellos pueden llevar bien la idea de que ahora has trascendido. Yo no me puedo quitar de la cabeza la idea de que estamos a horas de que te conviertas en polvo, en nada. Entrarás al horno a convertirte en cenizas, porque la familia prefirió tenerte cerca a abandonar la tumba en un cementerio lejos de casa. Esto sólo es la negación prolongada. La resistencia a dejarte ir de la mano de la muerte, aunque tú mismo te entregaste de forma voluntaria, sin reproches ni deudas. Son ellos//somos nosotros// los que no quieren//queremos que te vayas.

8.
Quiero pensar en tu ausencia y me bloqueo. El ánimo se colapsa cuando pienso en que un día llegaré a casa de mi abuela y ya no será necesario entrar hasta la última habitación para agacharme a saludarte y preguntarte si el Cruz Azul va perdiendo otra vez. 

9.
Estamos destrozados. Estamos rotos. Somos muñecos deshilachados que se quieren guardar definitivamente en un desván. Tu nieto más joven dice que no le afectó en nada, que lo que pasa es natural. Repite lo que seguramente leyó en un libro de la escuela. Pero no puede dormir bien. Pobre, le tocó soportar dos terremotos y tu sepelio, casi todo junto.

Mamá no quiere levantarse, aunque tratamos de que se aferre a tus palabras que le advertían que los jefes pueden ser unos culeros a quienes no les importa si estás enfermo o hecho pedacitos: te corren porque no sirves.

Tú siempre trabajaste. Estoy seguro de que la jubilación fue la que te mató. Esa pinche asesina de ancianos y ociosos. El retiro y la jubilación, perros desvergonzados, hijos de la chingada. Y nosotros, pendejos, porque jamás se nos ocurrió una buena forma de mantenerte entretenido, más cerca de nosotros. Confiamos en que lo solucionarías a tu manera y lo estabas haciendo, accidentándote de vez en vez en el Chevy o jugando Dominó con tus compadres.

10.
Setenta y dos años: siete y dos nueve. Puro número cabalístico. Te fuiste casi en fiesta grande, junto con los tambores de la procesión de San Francisco. Te fuiste y nuevamente se movió la tierra. Te fuiste y esa noche hubo una luna llena preciosa de octubre. Te fuiste y salió el sol en un día nublado. Te fuiste y parecía que todo el universo te recibía de cierta forma. Moriste en un día muy bonito para pasear y para encerrarse en una funeraria. Nos entregaron tus cenizas a las seis de la tarde: tardaron tres horas en la cremación. Cifras y cifras simbólicas. En ningún momento faltaron. Toda tu muerte estuvo rodeada de elementos místicos y mágicos; incluso las veladoras que te prendieron, se acabaron despacio y parejitas, con una llama tan quieta que parecían mentira. Todo consistió en una especie de certeza de que estabas bien y en paz.

11.
Honestamente, es lo único que me tranquiliza, lo que me permite bloquear las lágrimas cuando se amotinan en mis ojos: te fuiste tranquilo y a tu paso. Sufriste, sí, porque la muerte debe sufrirse; porque cuando el cuerpo se apaga algo nos duele, a ti y a todos. Pero te fuiste sin asuntos pendientes, al menos eso dijiste (y te creo).

Me miraste a los ojos cuando te pregunté si estabas bien con ello, y respondiste un rotundo "Sí". Desde ese momento respeté tu decisión y abogué para que te dejaran en paz. Ahora, por fin descansas y ya nada te duele. Ahora, por fin podrás comer lo que te gusta (y con un montón de chile o salsa) y echarte tus tragos sin preocuparte. Ahora esos diagnósticos infinitamente inútiles te los pasas por el arco del triunfo mientras prendes un Boots o un Malboro y echas el humo en medio de una sonrisa.

Si me equivoco, en medio siglo (poco más, poco menos) nos estaremos viendo.