31/8/17

Malas rachas

Hace varias semanas me arrojé al cubo de basura un rato. Un comentario ácido y certero para fulminar a quien no debía; esa absurda necesidad de sentir que había dejado claro un punto y de que (estúpidamente) había ganado. Minutos después (siglos después) me di cuenta de la estupidez que había hecho. No debí haber dicho nada o debí decirlo de la mejor forma posible; a veces olvido que las personas que menos merecen mi brutalidad imbécil son las que más la suelen recibir.

Todo derivó en una batalla de horas para arrancarse mutuamente del olvido. No era la primera gran pelea, pero era inmensa. Me dejó mal parado varios días. Volví justo a esas costumbres que mi psicóloga una vez me recomendó abandonar. Una vez le comenté que cuando me ponía mal, buscaba canciones para hincar más el dedo en la herida, para hundirme porque sólo vaciándome lograba seguir. Ella soltó la verdad que me ocultaba: ¿En serio es por eso o únicamente para sentirte peor y continunar peor y no salir? Como buen adicto, reincidí. Las herramientas digitales de la posmodernidad sirven para nutrir cualquier demonio. Si no tienes un mono en la espalda, te lo genera.

Elegí  a Spotify por verdugo, pero fue una pifia. Recordé esos mensajes que dejó hacia final de año en Estados Unidos para personas tristes y traté de buscar playlists que tuvieran palabras similares. Todas fueron un asco; luego, seguí con el estereotipo: emo, dark, sad. Como sirvió para dos cosas, me fui con palabras directas: suicide, suicidal. Me dieron risa las canciones que aparecían como principales opciones. Algunas más bien parecían enfocadas a transmitir el mensaje de: "no lo hagas, por lo que sea, no te cortes, no te mates". Si los jóvenes de ahora se deprimen con eso, son más patéticos que la Gen X y los Millenials juntos: ¿qué clase de attention hore quiere suicidarse únicamente para que le digan no lo haga? Si es una especie de campaña de ayuda a jóvenes desesperados, es risible, aunque medianamente funcional: si a uno le despiertan el sarcasmo, es difícil querer morirse. Después de ese desconsierto me fui con algo menos "fuerte" pero igual de evidente: depression, depressed, depressive. Así llegué a una lista que no sólo sirve para hundirse un rato en la propia miseria, sino que tiene también una gran variedad de rock; (des)afortunadamente no tardé tanto tiempo buscando como para que se me pasara el bache emocional y una canción de allí me rompió las entrañas, después de Portishead y Bunbury como antesala al golpe definitivo, esuché Melpomene de Kashmir. Y de ahí todo fue cuesta abajo.

Desde el principio de año, en el trabajo me ha tocado apagar incendios propios y ajenos. Ya perdí la cuenta. Esto sumado a la infinidad de videos y artículos de Gen X y Boomers que dicen todo el tiempo que los millenials somos basura y que hacen una labor social al contratarnos; estos parásitos generacionales se sienten los salvadores del mundo, cuando fue su "gran idea" del progreso desenfrenado lo que tiene el mundo en el fondo de un pozo de mierda. Me exigen estar más motivado y con más propuestas, que gustosamente quieren sólo para desecharlas al instante, aunque meses después, y una auditoría de por medio, me den la razón. Lo siento, sólo tengo memes para eso.

Hace varios meses me hicieron un doble cargo en la tarjeta por culpa de una mala conexión de Wi-Fi. Si no hubiera necesitado el carro ese finde, lo hubiera dejado ahí hasta que les apareciera en su pantalla de Windows 95 el dinero que me habían cobrado, pero soy víctima del espíritu de mi época. Debo admitir que la fiesta a la que fui mereció la mitad de la pena. Los compromisos familiares rara vez son una satisfacción.

Me vi en la necesidad de vender tres posesiones preciadas para medio solventar el imprevisto. Dudo volver a verlas.

No he podido escribir nada decente, por eso me confieso.

Para colmo, la gripe como cereza del pastel.