Para Roulette
Ahora
entras al bar. Este viaje inesperado para los dos causa tales
distorciones en nuestros universos que nuestras respectivas órbitas
desvían su trayectoria habitual. Durante la última charla,
acordamos por fin llegar al tabú establecido implícitamente en
nuestras pláticas pues los dos, víctimas de conversaciones
inapropiadas e inocentes, compadecíamos lo mismo uno en el otro.
Ordenas la comida mientras mis ojos divagan distraidamente por tu
cuerpo. Traes ropa negra encima. Aún no lo sabes, pero ese color me
pierde completamente, por lo que piensas que cínicamente miro tu
pecho. Un rubor discreto aparece en tus mejillas morenas. Te enfadas
un poco. Comprensible, la última imagen que te di fue de un príncipe
infante, no la de un mirón desvergonzado. Tu ira comienza a
manifestarse cuando prestas atención a mis ojos. Ves que no hay
lascivia, ni siquiera un intento mínimo de observar a través de tu
blusa. Asumes: “Está pensando”. Pero no, sólo miro el vacío
infinito en la ausencia de colores que repentinamente se transforma
en dos pechos redondos, delicados, firmes, recubiertos por una tela
de suave algodón.
Levanto discretamente los ojos. Pienso que el rubor te lo has puesto
mientras miraba hacia otra parte mas se esfuma súbitamente. Muevo
los labios en una palabra inaudiblemente inteligible: “PERDÓN”.
Sonríes negando con la cabeza. Nuestra depresión llega hasta
límites insospechados, importaría un bledo vernos desnudos ahora,
sin lujuria por tristeza. Llegan los platillos. Carne asada en
compañía de verduras al vapor, aún humeantes, recién sacadas de
la olla.
– Mira, creo que el brócoli aún respira – comentario
desesperado para romper el silencio.
Risas.
Al fondo hay una rocola. La miro con esperanza de encontrar música
adecuada. Hoy no me importa el presupuesto monetario. Podría
gastarme todos los ahorros, morir de hambre en tres meses, ir preso,
cualquier evento pasaría inadvertido siempre que precediera al
irremediable fin de mi existencia.
Después de hacerte el amor esta noche moriría tan tranquilo como
ese olor de plantas nocturnas que nos inundó mientras podábamos
manualmente tu jardín esa noche de verano. Me retiro tras decir
“Espera, no tardo”. El macroreproductor contiene gran variedad,
grupos de “música” mexicana norteña, pop conocido, una sección
para inadaptados (boleros, trova y algunos tangos), elijo las tres
canciones justas: dos boleros y un tango. Después de asegurarme que
mi selección comenzaba inmediatamente, regreso a la mesa.
“No había buen rock, pensé que era lo menos sugestivo del
repertorio” miento con pésima dicción. La letra te indica otra
cosa, por ende me observas minuciosamente. Mando todo al diablo. Bebo
la copa de licor con un solo sorbo y te invito a bailar.
– Pero no sé bailar boleros.
– Yo tampoco.
Tomas la mano ofrecida. Esa melodía insulsa dibuja una sonrisa breve
entre tus labios. No me fijé cuándo cerraste los ojos, ni cómo
llegamos al centro de la pista de baile. Con poca precisión seguimos
el compás. Improvisamos pasos provinientes de una mezcolansa extraña
entre ritmos tropicales y un andar cotidiano. A nadie interesa lo que
nos pasa, si tropezamos o equivocamos el camino de nuestros pies.
Ya nos acoplamos casi totalmente. Igual que hace varios años
danzando entre luces borrosas mirándonos a los ojos.
¿Será demasiado cinismo seducirte, cometer aquella dulce locura con
alucinante sincronía de reloj suizo o equipo de fútbol holandés?
Si abandonase la idea volveríamos a las trilladas charlas en
ordenador. No concibo la idea de un beso electrónico enviado a
través de mensajería instantánea por internet, ¿coito
cibernético? ¿Orgasmo cibertrónico? Sé que los impulsos del
cerebro son electricos, pero eso ya parece una parodia ridícula.
Aquel deseo colegial entre árboles que danzaban al rededor nuestro
cuando recorríamos el jardín botánico ya forma parte de un pasado
pasado; como lata de atún que caducó hace doce días, la cual no
quieres ni abrir por miedo a la peste. Todo consiste en un pretérito
decadente que ya no recuerdas o intentas desechar.
Mi lengua incontenible delata intenciones nada honorables. “Te
propongo lo que una vez me rechazaste, cuando te invité a pasar al
cuarto en que yo dormía”. Sería lindo escuchar cuán ruín suena
el gruñido trepidante de mis palabras afrodisiacas en tu boca.
– Estas loco.
Beso robado.
Mañana quisiera imaginar tu voz nuevamente, saborear cada entonación
que colocas a las frases de desprecio que ahora vociferas. Por el
momento no me interesa si odio o deseo inundan tu ansioso sistema
motriz, sólo importa el sabor del vino en tu boca, ese sorbo que
resbala de la garganta a las entrañas.
Pareces gato asustado. Tiemblas horrorosamente, como si te hubiese
caído un balde de agua helada. Ya no besamos como antes, ahora los
labios buscan tibiesas extremas, intranquilas, mares carnosos donde
ahogarse. Aunque reprochas mi alevosía, jamás intentaste apartar
nuestras lenguas; de hecho, la mordías, no fieramente para sacarla
de tu cavidad oral, sino con dulzura inextricable, idiosincrática.
– Te estás sobrepasando.
– ¿No te gusta?
No hay respuesta.
Pagamos la cuenta sin terminar de comer. Vamos a cualquier hotel que
nos convenza. Ignoramos las advertencias, el televisor apagado o los
muros de opacada madreperla pues las sábanas estorban sobre el
colchón casi en ruinas y deben retirarse. Algún par de manos
interviene en la encomienda. Entre bofetadas y blasfemias desgarramos
almohadas, músculos, piel, entrañas y la cama entera. Maldices mi
nombre/beso tu frente, mis manos/beso tu mejilla, mi cuerpo/beso tus
senos/, mis ojos/beso tu vientre, mi boca/beso tu sexo. Aprietas las
piernas, luego retas a que resista. Uso la lengua de una forma
convincente. Aflojas tus muslos, los relajas sobre mis hombros.
Regreso a tu cara. Veo ese éxtasis inmemorial de capricho cumplido
junto a la culpa inherente. “Espera” susurras. Espero.
Me envuelves absolutamente, ni un centímetro de alma queda excento.
La sangre nos incendia hasta colapsarnos como estrellas que
implosionan una dentro de la otra.
Nos despedimos antes de dormir. Volverás a tu casa. ¿Pretenderás
que nada de esto ha ocurrido? ¿O pensarás sólo en reencontrarnos
nuevamente, con los mismos menesteres dentro de la cabeza, de modo
que repitamos la velada? Yo me quedaré en la habitación desolada,
con el deseo de un accidente fortuito que me fulmine de una buena
vez. Ya sea tu regreso (imposible) o mi muerte (¿improbable?).
México, 08 de Agosto de 2010.
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