This day we fight!
Megadeth
Hace
poco me encontré cara a cara con un sujeto que tenía ganas
tremebundas de partirme la cara. Debo admitirlo, cuando me llegó la
noticia de las ganas asesinas que me traían, me dio risa. Se me
levantaron unas ganas de violencia absolutas, de ir a buscarlo para
no posponer el asunto; convenir la arena del combate o iniciarlo allí
mismo. Reí discretamente para no herir a la mensajera.
Yo
sí sé pelear.
No
tengo certeza de a quién temerle más: a un peleador callejero o a
uno con entrenamiento académico.
El
primero se desarrolla a base de instintos puros, aprende a evitar los
golpes porque en realidad lo aproximan a la muerte; su cuerpo aprende
a reaccionar con el tiempo ante los indicios del golpe/la patada/el
cabezazo/la rodilla dirigida al cuerpo/el codo con intención de
fracturar la nariz y a esquivarlos en el último segundo; su cuerpo
aprende a resistir los embates del enemigo: se curte su propia
coraza; a veces, un sujeto que no ha peleado en su vida demuestra que
el puro instinto de supervivencia y el pánico conforman la dupla
perfecta para derrotar a la mole de nudillos que le quiere
resquebrajar la quijada: a veces un sujeto que no ha peleado en su
vida confirma su papel de carne de cañón.
En cambio, el segundo tiene cierta especialización: sabe dónde
pegar porque en algún punto llevó algo de anatomía básica (al
menos en artes marciales es así); tiene más seguridad –una suerte
de exceso de confianza– porque no está en riesgo su vida (rara vez
lo ha estado), porque tiene plena consciencia de que sabe pelear,
porque combate por puntos (la mayoría de las veces, aunque en
ocasiones uno pelea por otra cosa y el marcador pierde interés); ha
recibido acondicionamiento físico para aguantar largos rounds y
mentalmente resulta más equilibrado debido al estrés mismo de los
entrenamientos y los combates donde debe rebasar su instinto asesino
para no aniquilar al contrincante a puñetazos en algún punto de la
pelea; sin embargo carece de esa sensación de final inminente, donde
el golpe recibido no implica una pausa sino un paso más cerca al
otro mundo.
Hay
una tercera clase de combatiente: aquel que inició peleando con el
instinto y después decidió entrar a un lugar para recibir
adiestramiento técnico. Por lo general se tornan por completo
peleadores académicos; raro es aquel que conserva los instintos
primarios de sus comienzos.
Pero
yo sé pelear.
Prepotentemente
dije que yo ganaría el potencial encuentro. Ella asintió, “Él no
sabe pelear” dijo. Lo conocí nuevamente, me pareció más alto,
más fornido. Su saludo fue firme, un poco más de lo usual. A ambos
el nerviosismo nos ganaba, supongo (debido a que, la despedida fue
menos efusiva, su agarre fue menos fuerte, quizá más tranquilo por
el hecho de...).
Lo
analicé fisiológicamente, tal como aprendí con el paso de mis
peleas personales: alto (aproximadamente mi estatura, tal vez poco
más/poco menos), delgado pero fornido: se notaba trabajo de
ejercicio en brazos, abdomen, hombros, pecho y espalda; por el
pantalón no se notaban casi las piernas; sin embargo hay una
sentencia que rara vez falla: este tipo de sujetos sólo usa las
piernas para sostenerse. En conclusión: capaz de soltar puñetazos
fuertes, inclusive algo rápidos (evadir o bloquear para abrir
guardia). Largo alcance de brazo, pero poco juego de piernas, patadas
lentas, débiles o simplemente inexistentes (bloquearlas o sujetarlas
para derribarlo). Seguramente sería lento para desplazarse. La
musculatura si bien ayuda a golpear, rara vez ayuda a evitar golpes:
cuellos y espaldas fuertes permiten resistir, pero si son muy rígidos
hacen de la cabeza una pera de boxeo. Estrategia: atacar con
barridas, su propio peso causaría caídas dolorosas; ataques al
hígado y los costados con patadas; en corta distancia usar rodillas
al estómago (y a la cara si se da la oportunidad), codazos a los
brazos y al rostro; golpes al cuello también son útiles. Si las
piernas no pueden sostener al cuerpo, éste se desplomará solo (y el
asesino diría golpear en el suelo, puñetazos a la cara, pero no,
así es demasiado riesgoso: la ira por la vergüenza a veces genera
“el segundo aire”): ahorcarlo, una llave al brazo, colocar todo
mi peso sobre su cuello hasta que se rinda o pierda el conocimiento
(cuidado de no matarlo, aunque es poco probable).
Aunque
sé pelear
Nunca
fui peleador callejero. Sólo un par de veces tuve episodios fuera de
un ring oficial. Pocas veces he recibido un golpe en la cara, algunas
veces lesioné a mis contrincantes y no soy contendiente invicto
(personalmente, creo que mi récord no anda mal). En definitiva, si
estuviera en mis mejores condiciones sería un combate excesivamente
sencillo. Así, enfermo, con varias decenas de cajetillas en mis
pulmones, con un par de años fuera de la arena y lejos de los
entrenamientos, quizá esto se vuelva más interesante.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Deje su huella en la casilla