26/8/12

Saber pelear

This day we fight!
Megadeth

Hace poco me encontré cara a cara con un sujeto que tenía ganas tremebundas de partirme la cara. Debo admitirlo, cuando me llegó la noticia de las ganas asesinas que me traían, me dio risa. Se me levantaron unas ganas de violencia absolutas, de ir a buscarlo para no posponer el asunto; convenir la arena del combate o iniciarlo allí mismo. Reí discretamente para no herir a la mensajera.

Yo sí sé pelear.

No tengo certeza de a quién temerle más: a un peleador callejero o a uno con entrenamiento académico.
El primero se desarrolla a base de instintos puros, aprende a evitar los golpes porque en realidad lo aproximan a la muerte; su cuerpo aprende a reaccionar con el tiempo ante los indicios del golpe/la patada/el cabezazo/la rodilla dirigida al cuerpo/el codo con intención de fracturar la nariz y a esquivarlos en el último segundo; su cuerpo aprende a resistir los embates del enemigo: se curte su propia coraza; a veces, un sujeto que no ha peleado en su vida demuestra que el puro instinto de supervivencia y el pánico conforman la dupla perfecta para derrotar a la mole de nudillos que le quiere resquebrajar la quijada: a veces un sujeto que no ha peleado en su vida confirma su papel de carne de cañón. En cambio, el segundo tiene cierta especialización: sabe dónde pegar porque en algún punto llevó algo de anatomía básica (al menos en artes marciales es así); tiene más seguridad –una suerte de exceso de confianza– porque no está en riesgo su vida (rara vez lo ha estado), porque tiene plena consciencia de que sabe pelear, porque combate por puntos (la mayoría de las veces, aunque en ocasiones uno pelea por otra cosa y el marcador pierde interés); ha recibido acondicionamiento físico para aguantar largos rounds y mentalmente resulta más equilibrado debido al estrés mismo de los entrenamientos y los combates donde debe rebasar su instinto asesino para no aniquilar al contrincante a puñetazos en algún punto de la pelea; sin embargo carece de esa sensación de final inminente, donde el golpe recibido no implica una pausa sino un paso más cerca al otro mundo.
Hay una tercera clase de combatiente: aquel que inició peleando con el instinto y después decidió entrar a un lugar para recibir adiestramiento técnico. Por lo general se tornan por completo peleadores académicos; raro es aquel que conserva los instintos primarios de sus comienzos.

Pero yo sé pelear.

Prepotentemente dije que yo ganaría el potencial encuentro. Ella asintió, “Él no sabe pelear” dijo. Lo conocí nuevamente, me pareció más alto, más fornido. Su saludo fue firme, un poco más de lo usual. A ambos el nerviosismo nos ganaba, supongo (debido a que, la despedida fue menos efusiva, su agarre fue menos fuerte, quizá más tranquilo por el hecho de...).
Lo analicé fisiológicamente, tal como aprendí con el paso de mis peleas personales: alto (aproximadamente mi estatura, tal vez poco más/poco menos), delgado pero fornido: se notaba trabajo de ejercicio en brazos, abdomen, hombros, pecho y espalda; por el pantalón no se notaban casi las piernas; sin embargo hay una sentencia que rara vez falla: este tipo de sujetos sólo usa las piernas para sostenerse. En conclusión: capaz de soltar puñetazos fuertes, inclusive algo rápidos (evadir o bloquear para abrir guardia). Largo alcance de brazo, pero poco juego de piernas, patadas lentas, débiles o simplemente inexistentes (bloquearlas o sujetarlas para derribarlo). Seguramente sería lento para desplazarse. La musculatura si bien ayuda a golpear, rara vez ayuda a evitar golpes: cuellos y espaldas fuertes permiten resistir, pero si son muy rígidos hacen de la cabeza una pera de boxeo. Estrategia: atacar con barridas, su propio peso causaría caídas dolorosas; ataques al hígado y los costados con patadas; en corta distancia usar rodillas al estómago (y a la cara si se da la oportunidad), codazos a los brazos y al rostro; golpes al cuello también son útiles. Si las piernas no pueden sostener al cuerpo, éste se desplomará solo (y el asesino diría golpear en el suelo, puñetazos a la cara, pero no, así es demasiado riesgoso: la ira por la vergüenza a veces genera “el segundo aire”): ahorcarlo, una llave al brazo, colocar todo mi peso sobre su cuello hasta que se rinda o pierda el conocimiento (cuidado de no matarlo, aunque es poco probable).

Aunque sé pelear

Nunca fui peleador callejero. Sólo un par de veces tuve episodios fuera de un ring oficial. Pocas veces he recibido un golpe en la cara, algunas veces lesioné a mis contrincantes y no soy contendiente invicto (personalmente, creo que mi récord no anda mal). En definitiva, si estuviera en mis mejores condiciones sería un combate excesivamente sencillo. Así, enfermo, con varias decenas de cajetillas en mis pulmones, con un par de años fuera de la arena y lejos de los entrenamientos, quizá esto se vuelva más interesante.


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