12/12/16

Betrayal Revelation (I'm not a hero Pt. 4)

Cuento publicado en la revista Lee+, núm 95, año 8, abril 2017. Disponible en: Cuento inédito: I'm (not) a hero pt. 4. Betrayal revelation

Puedes consultar la publicación completa aquí.

Hoy se me acaban las ganas de salvar al mundo. Después de un breve vistazo a los titulares y a los noticiaros, no puede quedar otra resolución. La raza humana se resiste a ser salvada, es incapaz de mover un dedo en defensa propia. Tantos años, mucha gente ha pensado que cualquier escenario desfavorable tiene arreglo, que siempre se puede dar la vuelta al marcador contra el destino y ganarle, porque lo bueno de que no haya un partido de vuelta es que hay un ganador definitivo y que ese podemos ser nosotros. Pero no. Ahora entiendo a Rorschach: la mierda les llegara hasta las gargantas antes de que se den cuenta, antes de que acepten la mano que uno les tiende ahora y, sí, ahora coincido con él; al unísono susurraremos una negativa tajante.


Hace un par de días intenté salvar una abeja a toda costa; la pobre había volado hasta allí en busca de alimento, lo único que quedaba en mi jardín era una nochebuena que ya amenazaba con marchitarse. Esa abeja se movía pero no emprendía el vuelo. Le di una gota de agua e intenté trasladarla hacia la flor. Fue difícil. El miedo instintivo le decía que mis movimientos eran peligrosos e intentaba escapar a toda costa. Se cayó muchas veces al suelo, las mismas que la levanté. Cuando por fin pude guiarla hacia los pétalos rojos, había muerto.
Pocos días después encontré a una señora que se disponía a aplastar a otra abeja despiadadamente. La detuve. Traté de explicarle la situación, que las abejas estaban en peligro, que sin ellas la especie humana se va por el retrete. No le importó. Su justificación: “no quiero que me pique”. Sencillo, gorda estúpida, quítate de su camino y ¡puf! Creo que mi respuesta no le gustó. No lo sé, sus ojos se quedaron fijos en odio.
Comprendí que ella no estaba sola, que su pie no era el único que se levantaba para aplastar un ser indefenso, necesario para su supervivencia, por el simple temor de que el diminuto insecto la atacase, aun cuando el karma instantáneo posiblemente haría que con el aguijón también se le fuera la vida a la abeja. En cambio, nosotros éramos islas a la deriva. Por cada persona que intentaba detener el pie, había otras cien que dejaban caer la suela contra el objetivo y contra el defensor.

Al carajo. Ellos quieren que el mundo se los cargue, que así sea.

Opté por la indiferencia. Mi carcajada se unía a la de Blake cuando veía las catástrofes y sólo esgrimía una broma. Me llamaron cruel. Me dijeron que ensuciaba el uniforme. Me gritaron que no merecía el título de héroe. ¿Quién chingados quiere un puto héroe? Son ustedes los que necesitan un mundo que quiera ser salvado, para su desgracia ese mundo que tanto anhelan proteger los rechaza. Así siempre ha sido, así siempre será. Me expulsaron del grupo. Comenzaron una cacería cada noche y cada día. Emboscadas. Guerra de guerrillas en cada rincón de la ciudad. Súbitamente me convertí en el mayor peligro potencial para quienes fueron mis compañeros. Demasiado poderoso para odiar a la humanidad, demasiado peligroso para seguir vivo. Por eso Manhattan se fue a Marte, entendió que de quedarse desataría el apocalipsis. Viedt quiso la salvación al inventarse un enemigo común y Osterman aceptó el trato de ser el villano para que el mundo girara en paz.
Me rehúso. Es mi último pedazo de dignidad. El mundo ya me ha arrebatado mi identidad y mi vida, no le dejaré que me arrebate la diminuta pizca de libertad que me queda.

Esto no es salvar a la humanidad a través de la destrucción de la misma. Les grito desde lo alto del edificio, bajo la lluvia y la tormenta eléctrica. Esto es el epítome de su propio credo. Es un deseo egoísta que un individuo cumple por capricho. No pueden creerlo. Los veo en sus caras desencajadas, en las mandíbulas completamente abiertas. Puedo sentir sus latidos apresurados. Emocionados por el combate que está a punto de librarse, porque al fin, después de tantos años de contenerse para no causar un cataclismo, deberán liberarse de sus propias ataduras si quieren salvarse. Pero no. Esto no es un acto de enseñanza para ellos. No soy un nivel de tutorial ni el jefe final del videojuego. No soy el mentor que se sacrifica para que sus pupilos adquieran la dureza necesaria. No soy el ejemplo a seguir. Sólo soy un suicida cuyo impacto de daño destruirá un pedazo del planeta.

Sé que la raza humana tal vez seguirá existiendo después de esto. Sé que tal vez uno o dos de ellos sobrevivirán. Sé que mi nombre será acomodado junto al de otros villanos, a otras personas non-gratas de la historia. Sé que mi rostro estará al lado de Lucifer, que los predicadores de todas las religiones exclamarán que mi cuerpo sufre el mismo castigo de Judas o su equivalente.

Exhibo ante ellos, los cadáveres de todos los niños que pude asesinar en trece días. Cuerpos desnudos, mutilados, acomodados en nuevas fisiologías, estructuras que emulan moluscos devorándose unos a otros. He aquí mi tributo a su esperanza. Soy un monstruo, lo sé. Simbolismos aparte, sólo quiero que se enfurezcan y pierdan la perspectiva, quiero que en sus entrañas pulse la necesidad de desintegrar mi cuerpo, que toda su energía se una a mi estallido para tener aún más daños colaterales en el combate. Soy Nitro a punto de desatar la última guerra civil en el mundo. No quiero volver al punto cero, no quiero un reset de la partida. Esto sólo es el cinemático previo a un Game Over definitivo. El Joker estaría orgulloso.
La mueca de sorpresa horrorizada ha dado paso a las mandíbulas apretadas, a puños listos para golpear con toda su fuerza, al cuerpo flexionado, inclinado hacia delante, en espera de la señal para iniciar un ataque coordinado. Bien.

Detrás del odio y la ira puedo notar su alegría. Gozan tratando de destruirme. Disfrutan esa libertad que les he dado: pueden descargar sobre mí toda su furia, pueden despedazar la ciudad entera intentando derrotarme y tienen la certeza de que el mundo se los agradecerá; que serán recibidos sobre los escombros con un gran aplauso.
Tengo un par de costillas rotas, pero todo va según lo planeado. Individualmente, sus habilidades son nulas. Los guío hacia el punto donde se puede causar la mayor cantidad de daño. Las explosiones sincronizadas deben causar una destrucción irreversible al mundo, deben acelerar un poco más la extinción.
Son demasiado tercos, aún cautelosos. Saben que un ataque coordinado devastará varios cientos de miles de kilómetros a la redonda. No importa. La esperanza de vencerme se les agota. Ya se han dado cuenta de que si no lo hacen así, serán derrotados.
Llegamos.
Ellos frente a mí, formados. Utilizarán su último recurso.
Perfecto.
Se han dado cuenta de la localización.
No importa. Ya no.

Soy la bomba del Zar soy la última visión a kilómetros a la redonda soy el último ángel del Apocalipsis soy una supernova soy el Amén soy el Omega sin la promesa del Alfa soy la última deidad a la que rezan soy todas las confesiones honestas de último minuto soy el beso de despedida que no se concreta soy el par de manos que se quedan a medio camino soy la sonrisa resignada soy un agujero negro soy la gravedad aplastando todo lo que entra en mí soy el tiempo detenido soy el ruido sordo del silencio.

7/11/16

La punta del aguijón

Cuando una persona se dedica a escribir, el ocultamiento del "yo" resulta (muchas veces) innecesario. Alguna vez leí que la autoficción es un recurso fácil, pero pienso que todos los escritores hacen (hacemos) autoficción en cierta medida, ¿de qué vamos a hablar si no es de nosotros mismos? Una vez me comentaron que escribimos por ese primigenio temor a abandonar la carne y saber que no se deja una huella atrás, ningún impacto en el mundo //Supongo que por eso los suicidas se avientan a las vías del metro, su mejor huella es causar al resto de los pasajeros un retraso de, al menos, media hora//.

A pesar de la crítica, la autoficción no es sencilla. El escritor termina por exponerse a sí mismo y a todos los que sean necesarios con tal de que el texto avance; a muchas personas les molesta aparecer en los textos (a veces, de forma recurrente; ni modo, para qué se involucran con un maniaco del pretérito si no querían), a otras tantas les molesta que se la pase viendo constatemente al pasado para elaborar sus textos (repetir aquí paréntesis anterior). El autoficcionalista sabe que a más de uno le tocará una piedra y que tal vez todos salvo el aludido sientan que tienen una diana pintada entre los ojos. En fin.

Desde que inició "El Conde" he intentado no mezclar al pibe que mueve las manos sobre el teclado con el personaje que se supone es el autor, pero llega un punto (una edad) en la que ya es inevitable, en la que los propios textos lo señalan a uno como el autor por mucho que uno diga que quien escribe el "el otro". (Quizá a eso le llaman crecer, yo le digo resignación).

O tal vez la cosa es que recientemente fue mi cumpleaños y envejecer no es tan cool como uno pensaba cuando niño

22/8/16

De la tesis y otros demonios



           El asno que tocó la flauta o De cómo EPN hizo la tesis
En todas las instituciones académicas y educativas, el plagio se castiga con el exilio. El plagiador queda marcado toda su vida y se dudará de la autoría y veracidad de todo lo que diga o haga. Desde el momento en que se descubre al culpable, su palabra (que tal vez ni le pertenezca de origen) será considerada como algo válido. Una persona que ha perdido la palabra, ha perdido toda posibilidad de ejercer un poder directo sobre sus semejantes o sobre el mundo, cualquier vocablo que profiera será considerado algo impropio.

Ninguna universidad que presuma prestigio quiere tener entre sus filas a un plagiario porque ello la demeritaría: sus mejores estudiantes, los egresados y titulados son incapaces de generar una idea propia. Nadie quiere estudiar una licenciatura sólo para obtener un papelito que diga “Supuestamente sabe hacer esto pero quién sabe”.

Uno de los requisitos que piden las instituciones educativas de nivel superior para obtener un grado (licenciatura, maestría, doctorado) es la presentación de un trabajo de investigación que muestre originalidad y que demuestre que el egresado es capaz de cumplir con un protocolo académico. En otras palabras, la tesis demuestra honorabilidad, creatividad y disciplina. Si un estudiante plagia una tesis está demostrando su incapacidad para todo lo anterior, ergo se declara desmerecedor de ese y cualquier grado académico (por extensión, se le debe tomar como una persona poco seria, nada confiable, sin sentido de ética ni moral).

Chimal dice que el plagiario tiene algo de sociópata pues intenta borrar con su fama y prestigio al otro autor menos nombrado, un asesinato metafórico; eso se puede afirmar de figuras como Bryce o Alatriste, sin embargo también está el plagiario con complejo de inferioridad: ese muchacho que debido a la desesperación o la ignorancia roba ideas a diestra y siniestra, pues piensa que el león es de su condición y nadie (ni él) se preocupará por revisar detalladamente el contenido de su trabajo. No me parece que el plagio de EPN sea un acto de arrogancia sino de insignificancia: lo que diga, lo que haga, no será tomado en cuenta nunca.

Quizá Peña Nieto no quería ser presidente, no quería ese cúmulo de responsabilidades; de haberlo deseado, se hubiera preparado mejor o atendería más a las críticas que le hicieron durante su campaña electoral. Quizá Enrique sólo sacó el título de licenciatura en la Universidad Panamericana porque era lo que su padre quería para él (obligado como muchos otros a estudiar el oficio de abogado porque es donde está el dinero). Tuvo la maldición de la belleza y el carisma. Un rostro guapo, jovial, suficiente para ser electo presidente en temporadas electorales posmodernas donde la pantalla y la imagen son poder absoluto.

Tal vez, EPN ni siquiera supo qué estaba haciendo al robarse descaradamente las palabras de otro y atribuírselas a sí mismo, pensó que, como no hay nada nuevo bajo el sol (todo lo hicieron los griegos, los chinos o los Simpson), poco importaba fusilarse 197 párrafos, porque las ideas, como no se pueden tocar, no valen nada; ergo, no puede afectar a nadie. Plagiario por accidente, que no entiende la naturaleza de su acto. Ello debe preocupar aún más pues una Universidad como la Panamericana aceptó a alguien que no debía ni aprobar la prueba psicométrica.

            La respuesta oficial
El grupo de Aristegui Noticias encontró que un 30% de la tesis del presidente de México, Enrique Peña Nieto, es un plagio descarado. Hizo un análisis de los párrafos que conforman dicha trabajo y expuso los resultados en el siguiente cuadro:



Allí claramente se clasifican los fallos técnicos entre errores de citación (las citas robadas bien pueden considerarse una cita mal hecha) y los párrafos plagiados.

“Sólo me enviaron un cuadro”. Aparentemente, para ser vocero del gobierno de México sólo se necesita ser analfabeta funcional pues recibió un cuadro con información detallada sobre los contenidos textuales de la tesis de Enrique Peña Nieto y no supo interpretar adecuadamente esa información: sólo identificó que de 682 párrafos, 197 eran plagio sin comprender las implicaciones de este hecho.

El cierre de la respuesta demuestra el despotismo de quienes “ostentan” el poder: “Por lo visto errores de estilo como citas sin entrecomillar o falta de referencia a autores que incluyó en la bibliografía son, dos décadas después, materia de interés periodístico”. Errores de estilo se pueden considerar las comas faltantes en ese fragmento, pero plagio es plagio; además, considerarlo como un tema menor revela el verdadero pensamiento de un gobierno que a lo largo y ancho del país ha dicho apoyar las ideas de los jóvenes emprendedores porque ellos son los que mantienen en movimiento a la patria. Si cualquier hijo de puta puede robarse una idea y no sufrir consecuencias legales, entonces más valdría patentar todo en otra nación.

Ahora, quizá el vocero no comprendió otra implicatura de su propio discurso: esas citas “mal hechas” son un mero error de estilo, esto quiere decir que el Peña Nieto no tiene ni idea de lo que hizo, ni siquiera sabe lo que es un plagio. Cuando la capacidad cognitiva del perpetrador es mínima al grado de no tener conciencia del crimen cometido es difícil reprocharle algo. En otras palabras, el mismo vocero no baja de pendejo al presidente.

La última parte de esa respuesta también merece atención “Bienvenida la crítica y el debate”, no hay actitud más prepotente que sentirse intocable por la voz popular de quienes sí saben, mínimo, cómo citar adecuadamente en un trabajo y de aquellos que entienden la gravedad de que un presidente ostente, al menos, un título que no merece.

            Es justo y necesario
Ahora, es responsabilidad de la Universidad Panamericana el retirar a Enrique Peña Nieto el título de licenciatura para salvaguardar el honor y el prestigio que tiene dicha institución, para demostrar que, en efecto, trabajan para cumplir su misión de “Educar personas que busquen la verdad y se comprometan con ella”, que en efecto poseen la visión de “Ser la universidad cuyos egresados con responsabilidad social aspiren a la plenitud profesional y de vida” (el que omito se puede lograr con un buen publicista y los escándalos de su egresado más famoso ya la coloca en el plano internacional, aunque mal parada). Desestimar el robo de una idea implica desvalorizar el trabajo intelectual, ninguna universidad quiere dejar esa enseñanza como legado, ¿o sí?

Asimismo, la comunidad estudiantil debe hacer lo propio si quieren que de ellos no se dude. Desgraciadamente, el estigma de uno los alcanzará a todos si guardan silencio, porque ello confirmaría que cualquier egresado de la Universidad Panamericana ha incurrido en lo mismo que su ejemplar más preciado (un presidente) y, por lo tanto, añadirlo a las filas laborales consistiría en un tiro en el pie. Se puede vivir con el prejuicio de salir de la misma casa de un tirano, pero salir de la misma casa que un ladrón imbécil es distinto.

El acto de Peña Nieto a la Universidad Panamericana y a todos sus estudiantes consiste en un insulto no sólo a la inteligencia de la academia, sino en desdeñar absolutamente la profesión que dice haber estudiado y, por su cargo actual, cualquier carrera universitaria; de modo que, cualquier persona que haya aspirado a tener un grado de licenciatura o un posgrado, los aspirantes rechazados de esa y cualquier universidad, los abogados y todas aquellas personas que hayan realizado una tesis para titularse deben exigir y retirar el grado del que goza y que ostenta indebidamente ese egresado.

16/8/16

Mascotas (fragmento)



Vi a un señor que cargaba un perro aparentemente enfermo. El animal temblaba como la Mañaña, esa gata con manchitas nebulosas, cuando no despertaba completamente de la anestesia el día que la llevamos al veterinario porque tal vez la habían envenenado, como al Pachón una semana atrás.
Ese mes, el dinero se nos fue en operaciones y taxis. El primer síntoma que notaste fue que ese gato vainilla ya no comía regularmente y se quedaba quieto en un solo rincón, como cansado, rendido. Cuando lo llevamos al médico, éste nos dijo que algo tenía; tal vez una enfermedad, tal vez algo más. Mandó medicina y alimentarlo con un poco de miel para elevarle la temperatura. Nos dijo que si seguía igual al día siguiente, lo lleváramos de vuelta.
Tuvimos que ir nuevamente con el doctor para que diagnosticara al pobre felino. Tras revisarlo otra vez, dictaminó que lo habían envenenado y que ya era demasiado tarde; que su sistema lentamente dejaría de funcionar.
Nos sentamos frente a la mesa de auscultación mientras el veterinario preparaba la jeringa. No recuerdo si tomé tu mano o si te abracé siquiera, tan sólo veo la aguja entrar en el bote y llenarse de líquido mortal; veo a Pachón tendido sobre la mesa metálica, sin maullar, sin oponer resistencia, como si no anticipara lo que realmente vendría, como si esa aguja sólo le trajera alivió tras un punzante y breve dolor.
Y así fue.
Cerró sus ojos lentamente y se quedó dormido. Su vientre que se inflaba y desinflaba al compás de su respiración permaneció estático. Así de rápido y sencillo. Tenías semblante serio y dijiste (una vez en voz alta y muchas otras veces en tu cabeza para tratar de convencerte) que había sido lo mejor, que no sufriera.
No sé cómo regresamos a tu casa. La siguiente escena que tengo es de nosotros dos en tu pedazo de jardín; yo, arrodillado, cavaba una fosa para meter su elástico, elegante y tierno cadáver. El sol me lastimaba los ojos. La tierra se metía en mi nariz y me impedía respirar. Dos días atrás, eran los pelos de ese gato los que me causaban alergia y alegría; ese día la tierra me impedía llorar; me obligó a sacar fuerzas que no tenía y un talante que no quedaba para poder resquebrajarla y hacer un hueco.
Alimentamos al polvo siete vidas y le echamos cal.

La semana siguiente, la Mañaña empezó igual. No exagero si digo que con ella fue peor. Pachón se resignó, la Mañaña luchó con arañazos y mordidas para tratar de arrebatarse a sí misma de la muerte. No lo consiguió.
Cuando notaste que le pasaba lo mismo que al otro gato, cumplimos el mismo ritual e, incluso, pensamos que habría esperanza porque ya habíamos aprendido y porque lo detectaste a tiempo. La abrieron en canal para apretar sus intestinos y que así lograra expulsar la materia fecal atorada; de ese modo, tal vez se salvaría.
Cuando abrió los ojos, aún no había despertado del sedante: estaba sonámbula. Recuerdo sus pupilas enteramente dilatadas, como si en nosotros dos o en cada rincón viera una amenaza latente, un pedazo de lo que se avecinaba. Se arrastró por el suelo, porque las patas no le respondían, para escapar de nosotros. Temblaba horriblemente para elevar su temperatura. Nos arañó, nos mordió, nos obligó a dejarla sola. Sé que estabas triste y yo, desesperado porque, de nuevo, no podía hacer sino empezar a cavar otra tumba. No podía resistirlo. No podía ayudarte sino a enterrarla decentemente. Por fortuna (y por desgracia) correspondió a tu hermano hacer los honores.

Apenas ahora, varios años después, puedo llorar la muerte de esos dos mientras viajamos en el subte y me abrazas discretamente. Una pena compartida que nos debíamos porque en aquel instante no pudimos desahogarnos. La teoría del caos indica que un evento jamás pasa dos veces, porque sería exactamente el mismo y el tiempo (al menos en esta dimensión) no se bifurca sobre sí para repetirse: no hay la opción de replay a las jugadas; en este sentido, cualquier evento se ancla a la historia porque es único o se pierde en la incesante repetición de otros similares.
Ahora lo entiendo. No nos lamentamos en el sepelio de Pachón porque jamás repetiríamos ese abrazo ni esa pena. No estábamos en condiciones decentes de acicalarnos la tristeza; tenían que pasar varios años para aceptar esa pérdida porque, aunque entendemos la muerte (de distinta manera, pero la entendemos), no la habríamos padecido sino como dos niños que se negaban a decir adiós a su gato.

16/5/16

Bitácora aérea III



Dos vuelos retrasados. El primero, media hora; el segundo, más de una hora. Karma's a bitch, huh?

Dos vuelos con turbulencia. Bastante turbulencia. Escribo mientras la gravedad mueve mis brazos como una marioneta en caída libre. Ahora no tengo pantallas que me indiquen mi posición en el planeta. Viajo adelante del ala pero lo suficientemente cerca para escuchar el rugido de las turbinas. Ese ruido es lo único que me permite tener una reminiscencia de la velocidad a la que viajo.

Mi lugar favorito está entre las nubes, entre esos pechos madreperla donde habitan colibríes. Mi lugar favorito es el simulacro de la caída libre de mi cuerpo mientras la voz de Tom Yorke dice que quemen a la bruja.

La visión más vívida de Monterrey visto desde arriba es ¿una refinería? Dos torres que escupen fuego. Vistas a través de esta nube parecen la fábrica de orcos, de Saruman.

Mucha turbulencia. Demasiada. Protejo mi trago (una Cuba libre; es lo más libre que esa isla estará nunca, en un vaso con hielitos diluyendo el alcohol).

He perdido la noción de las distancias. Si hago una hora de la capital a Monterrey, es lo mismo que ir de casa al trabajo, es incluso menos. Es lo mismo que viajar la línea 3 del metro, completa.

Me juré nunca viajar al norte y aquí estoy, de vuelta al sur para volver a casa.

Apenas anuncian la zona de turbulencia, un poco tarde (como siempre). El planeta gira más rápido de lo que pueden responder, el mundo siempre nos ha dejado atrás. El universo entero nos recuerda ya como una fotografía a punto de borrarse en Marte, pero apenas nos damos cuenta.

Ahora entiendo Fight Club. Una salida de emergencia a putecientosmil pies de altura sirve para un pito. Si uno se quiere bajar de esta montaña rusa, sorry baby, te chingas. Pasa en los aviones, pasa en la vida real.

La turbulencia prolongada amerita otro trago, pero no; todo indica que no.

Así no puedo jugar Hyrule Warriors; estoy seguro de que vomitaría en un par de minutos. Es más fácil (más correcto) seguir escuchando el último disco de Radiohead con lo que queda de un ron barato (lo que quedaba de un ron barato).

Creo que ahora entiendo un poco más esa cancioncita. Alto total/tonto absoluto. La imposibilidad de detenerse (el autocorrector me juega chueco y pone "detenerla", así no se puede; eso es jugar sucio, a traición (y pone "tradición") hashtag noesdedios). Uno no puede bajarse de un avión en turbulencia solo porque se siente mal; uno debe apechugar, resignarse a llegar después de medianoche, mediodormir y largarse al trabajo (de buena gana falto, que me descuenten el día).

Pero no (tal vez).

[A la mañana siguiente]
Y cuando despertó, la oficina ya estaba ahí.