23/12/13

Trenes



               Para Sophia


Una llamada desde la estación del tren. Ella me llama y la imagino en un andén grande y férrico; paredes color ópalo y una corriente de aire atravesando las vías.
“Quería compartirlo contigo”.
“¿No has pensado que las estaciones de trenes son como portales?”.
“Sí, lo he pensado algunas veces”.

Un tren es un puente arcoíris que sale de Asgard.
Un tren es un gusano revivido con shocks eléctricos y suficiente presupuesto.
Un tren es todo eso y otra cosa.
Un tren es un tren es un tren.

“Deberíamos viajar en tren y pronto”.
“Deberíamos”.

Los trenes también pueden ser hoteles de paso (en todos los sentidos). Tres parejas por vagón, todas copulando al ritmo de las vías. Dos mirones por pareja y un depresivo que escucha los sonidos aleatorios de las vías y los gemidos. La mitad de los mirones lleva un rosario colgando del sexo; la otra mitad disfruta el espectáculo en vivo. Una de cada tres parejas se entera de que los espían.
No importa.

La mitad de los enterados hacen entrar en el juego al que mira y se lucen y se exhiben. La otra mitad no se detiene pero intenta cubrir púdicamente los resquicios por donde se cuelan visiones de la piel, sudores, olores y gemidos (sobre todo gemidos).
Por desgracia, ninguna vía es cíclica. Siempre hay un punto de partida y de llegada. Sería tan lindo que todos los pasajeros llegasen (aún los que tienen el rosario colgando de su sexo), pero quizá (si bien va) sólo la mitad llegue; tal vez menos.

8/12/13

Vías circulares. Sobre "Estación Varsovia" de L. Bugarini


Antes del libro de Bugarini, quizá escuche alguna vez el nombre “Varsovia” como referencia a algo localizado en alguna parte lejana de Europa, una especie de pueblo mítico resistente al tiempo. En efecto, Estación Varsovia me confirmó esa ligera sospecha: la descripción de las calles y la atmósfera permanentemente gélida, y las fotografías (tomadas por el mismo autor) muestran esa tierra lejana (en todos los sentidos) como una geografía que, de la misma forma que Latinoamérica, se ciñe a su propio cosmos; incluso, el tiempo corre distinto ahí.
Varsovia ocurre justo como una simple estación en todo el recorrido. El protagonista de la novela la ocupa como un stand by en su vida (aunque sólo consista en una parada durante un viaje de trabajo). Quizá fue la atmósfera gélida y estática o la geografía, pero la novela me trajo ciertas remembranzas de Kundera.
Cerca del final del libro, aparece una frase (“En la antigüedad los hombres buscaron en el firmamento las respuestas, y era tiempo de hacerlo de nuevo”) que me recordó a Luckács (“¡Bienaventurados los tiempos que pueden leer en el cielo estrellado el mapa de los caminos que están abiertos y que deben seguir!”).
Estación Varsovia detiene al tiempo para regresar de la inconcreta linealidad a la infinita y bien delimitada circularidad de lo cíclico. El final de la novela me lo confirmó: M. (parte importante del pasado), ebria, llama al protagonista: “Nada acaba nunca” (Dr. House). Un regreso a la espiral con todo lo que ello implica: lo bueno y lo malo; lo que, en términos de Kundera, sería una existencia con peso, por lo tanto el cierre de “la trampa” (según la define en El arte de la novela).
Me confirma lo que dice Baudrillard sobre supuesto fin de la historia: “nada acaba nunca” tan sólo pretende que se termina: ya porque regresa un poco a lo cíclico (como en el libro de Bugarini), ya porque finge su propia muerte en ese quedarse quieto, y uno ni se entera.

Ficha del libro: Bugarini, Luis, Estación Varsovia, México: Sediento, 2013, 79 pp.

1/12/13

Sweet Dreams byMarilyn Manson (Cover)


Este año logré una proeza: asistir a tres conciertos. Generalmente, con uno al año basta (a veces no se puede ninguno); sin embargo, ahora ocurrió el milagro.

            Luca Turilli’s Rhapsody
Unos amigos me habían dicho que fuera al concierto. Ya tenía rato de no ver a esos muchachos que se sentaban juntos en una de las escuelas fresas del distrito. El grupito de chavales que se sentaban a escuchar metal entre clases. De los cinco que eran, sólo asisten dos: los que no han claudicado en el estilo aunque la vida los tironeó hacia lares diversos.
Ellos crecieron (yo no). Siguieron el camino que les gustaba, sí (como yo), pero su jornada tuvo más recompensas y logros desbloqueados. C’est la vie, supongo.
Comienza “Emerald Sword”. Los pocos asistentes del salón cuervo explotan y saltan con el primer acorde de la guitarra.  La leyenda dice que sólo un guerrero de corazón puro puede ser digno de la espada.
El siguiente verso suena como un rugido profundo: “Yes, I am that warrior, I followed my way!”. Mis dos colegas lo entonan igual desde sus lugares. “Yes, I am that warrior”. Como si tuviésemos quince años nuevamente y estuviéramos preparándonos para una quest. Escuchamos al bardo relatar sus leyendas para que nos incendien un poco el alma. Y lo logran (tal vez).

           


           Black Sabbath

Dos viejos rockeros están en pista, en medio de los jóvenes. Ya no van al slam, pero la música se apodera de ellos como si aún se encontrasen en sus años mozos.
“Es una buena señal” dice otro chavo atrás de mí mientras los señala. En efecto, es una muy buena señal.
Me pregunto ¿así me veré yo en varios años? Canas largas, rodillas cansadas y el vigor, que ya no tendré, naciendo de las notas que se incrustasen en mi tímpano.
Toda la banda se ve en las mismas. Los años nunca perdonan, especialmente si se fueron con excesos (Ozzy es la prueba viviente).


            Mägo de Oz. 25 Años.

Suena la Cantata del Diablo en el salón Cuervo. Dieciocho minutos de frenesí. Al terminar, la parte instrumental da pauta al “Salmo de los desheredados”. Los asistentes recitan (mos) con ira, dolor, tristeza (y, quizá, algo similar a la fe) los versos de esa plegaria. Ni en misa, ni en un rosario escuché entonar una oración tan devotamente.
Las últimas palabras del rezo perforan los muros; son un mazo golpeando las puertas que el cielo (nos) ha cerrado:

“Padre nuestro,
de todos nosotros,
¿por qué nos has olvidado?
Padre nuestro,
ciego, sordo y desocupado
¿por qué nos has abandonado?”

¿Será que nos quedamos atascados en el romanticismo? Nos lamentamos que “el fundamento” se nos haya marchado, que la utopía prometida fuese tan sólo un buen negocio en el que no nos tocaban ganancias.
Sí, antes de la Cantata todo el concierto fue una orgía de brujas y duendes, pero esos veinte minutos fungieron de fin de carnaval: Estamos hasta el puto carajo con eso llamado Dios. Entender aquí que el concepto rebasa lo religioso: Dios es la promesa que permanentemente decepciona y que persiste en la mentira; la ceguera autoinducida y autocomplaciente (trasladarlo al plano humano que más guste).

 El cenit, el final, para confirmar todo lo anterior: “Fiesta pagana”. Todos levantamos el puño y gritamos que “en la hoguera hay de beber”. A esas alturas ya uno prefiere morir de pie que vivir enculado. Quién sabe si, al terminar el concierto, el furor no se disipe. Es lo más seguro. El sudor y la rabia se quedan en esas cuatro paredes, se diluyen junto con el eco con el paso de las horas.

4/11/13

Día de visita


Todo es lo mismo a oscuras: una trola en donde estás/estoy/estamos.
La alarma del reloj electrónico se hace sonar mientras los números escarlata, iluminados en su pequeño tablero, indican las seis de la mañana. Lo apago con delicadeza, me levanto de la cama, enciendo la luz de mi alcoba; me miro al espejo y las ojeras delatan que es otra noche en la que he dormido nada.
No hay remedio para la rutina.
Ponerse la ropa deportiva, bajar a engullir algo del frigorífico y salir a correr un par de millas de ida y regreso a casa para escapar de los hechos cotidianos, evadiéndolos para llegar hasta vos (quizá).

Elevo el ritmo del trote hasta llegar al punto de correr. La música en el reproductor portátil continúa a mi paso. El sudor corre por mi cara. Paso a paso el camino se acaba. Pienso en que, al final del recorrido te alcanzaré; eso me impulsa a terminar el sendero: el placebo.
Faltan algunos cuantos metros, sigo corriendo. Tiempo del cierre, toda la fuerza en las piernas, empujar el suelo con ira, como si fuese él quien nos impusiera distancia.
Faltan cinco metros,
cuatro metros,
apretá más el paso
dos metros.
un poco más
Ya.

Apoyo mis manos sobre mis muslos un momento. El aire me falta. Todo se nubla un poco por el sudor que comienza a caer sobre mis lagrimales y corre por mis mejillas (gotas que descubro saladas cuando caen en mis labios sedientos).
Miro la avenida y el bulevar de la derecha: lo mismo que en mi alcoba, en el pasillo y en la cocina: ausencia.
Giro sobre mis talones para volver corriendo con la misma motivación para soportar el recorrido de regreso. Echo un vistazo sobre mi hombro para convencerme de que realmente no estás a mi espalda, espiándome, riéndote de que soy tan despistado que no te he visto aún cuando estabas frente a mí.
Fijo mi vista en el horizonte conocido y emprendo el camino de regreso con el mismo paso y el mismo reproductor repitiendo la misma melodía: No estabas allí, al final de mi camino; quizá te encuentre de regreso, en el lugar donde inicie.

Tampoco te encontrabas en la puerta de mi casa. De cierta forma, lo sabía. Subí las escaleras, entré en mi habitación me quité la ropa empapada en sudor y tomé una ducha fría a pesar del clima invernal que se empeñaba en estos meses de supuesta canícula. El agua helada me despertó de una modorra que no se había alejado en toda la mañana; miré el calendario en la puerta de mi armario y me sorprendió la fecha. Curiosamente, hoy sí era un día en que te vería.

Me vestí con una camisa color vino, pantalón de mezclilla negro, una corbata que no bien combinaba y zapatillas negras. Cogí el autobús, al bajar en la esquina correspondiente compré un ramo de rosas rojas donde, de incógnitas, se habían colado dos teñidas de negro. Pagué el precio un poco elevado por la economía actual. Crucé las columnas de concreto que resguardaban la entrada, caminé por el jardín principal, entré al salón y salí por el otro lado; seguí caminando un poco más hasta llegar al lugar preciso. Todo se encontraba exactamente igual al mes anterior, sólo que las rosas en el jarrón ya estaban marchitándose.

– Mirá, te he traído unas nuevas – susurré – espero que te gusten.
Las dejé en el florero de cerámica y me senté al lado de tu lecho. Con mis dedos trémulos recorrí una vez más el epitafio de tu lápida recordando aquel día en el que tus padres me habían reprochado lo ocurrido, diciendo justo lo que pensaba al culparme.
– Feliz día de San Valentin – dije.
Sin querer derramé un par de lágrimas silenciosas sobre el césped recién cortado mientras a mi memoria acudía aquella frase vuestra proponiéndome olvidarte, frase que desató la discusión en donde terminé diciendo “quizá lo haga”.
Quizá lo haré algún día, cuando deje de correr para alcanzarte, cuando deje de hundirme en la mirada de tus fotografías o cuando, simplemente, el tiempo suficiente haya pasado.

1/10/13

In My Place by Coldplay



Para Sophia



Redactar una carta
como si fuese sentencia de muerte
//la propia (¿de quién más?)//
una suerte de suicidio involuntario
(pero suicidio al fin)

Redactar una carta
con la certeza de un adiós próximo
tan definitivo como un ataúd en descenso a la fosa
seguido del concreto lapidario

Yo no pedí acta de defunción
ni siquiera solicité el maldito trámite
pero ahí voy
esperando que el juez dé visto bueno
que proceda
todos los papeles en regla
y las cuotas correspondientes pagadas
el sello y las firmas
en los lugares indicados
apretón de manos
sonrisas

Sólo resta
dejar todo listo
cada pieza en su lugar
//asignado con suficiente antelación para no errar//
despedida
                    -lluvia
                               -frío
                                       -viento
                                                    -compañía familiar

Señal encendida de ajustar el cinturón de seguridad

<Listos para despegar>

Turbinas como pelotón de fusilamiento
ascenso de la nave // descenso de mi cuerpo
[Bajo la tierra, espero.]


 

1/9/13

Paseo nocturno citadino

Agua, algo que es aceptable
Neon Genesis Evangelion


So I run to the river
It was bleedin' I run to the sea

It was bleedin' all on that day.
So I run to the river, it was boilin'
So I run to the sea, it was boilin'

Sinner Man.

I
Ninguna violencia es gratuita. La lágrima y la risa se encuentran estrechamente ligadas, pues el orgasmo y la muerte pertenecen a lo mismo: la trilladísima imagen de las dos caras en una moneda. Orgasmo y muerte, doble filo, otra llama doble del placer.
En francés, el eufemismo para ese momento cenit del coito (no importa el número de personas –reales y/o imaginarias– participantes): "pequeña muerte". El dolor y el goce en todo encuentro sensual no consiste sólo en el sadismo, el masoquismo o el sadomasoquismo, sino en una inevitabilidad.

II
Ninguna violencia es gratuita; ahora lo sabes, puedes pensarlo mientras caminas por las noches a través de los barrios desconocidos donde eres un fantasma más, donde nadie nota tu aura que apenas va marchitándose poco a poco a poco a poco, como una gotera de esa llave mal cerrada que interrumpe el sueño o alimenta el insomnio según las tazas de café, el nivel de cansancio, la programación de la pantalla chica y la comodidad (siempre variable) del lecho.
Poco a poco el sonido de las zuelas retumba. Poco a poco tus pasos chocan con eco repetido. Poco a poco sientes la humedad del ambiente que anuncia "pronto lloverá".
Los faroles solitarios crean la ilusión de que hay otras personas que caminan, como tú, a esas horas de la noche, por las mismas calles, con la misma pausa y precaución de prudencia suficiente para disfrutar el paseo y para no tener pinta de presa-fácil.

III
Has leído los periódicos –siempre los amarillistas– por lo que  tienes una idea franca de lo que acontece a tu alrededor no tan inmediato. No importa. Nunca importa.
Incluso los periódicos y las noticias televisivas poseen los ecos devastadores de ríos de sangre, los mismos que cada noche inundan la ciudad, como si una femoral hubiera sido rasgada: las calles son arroyos que se tornan ríos, mares rojos (según las balas perdidas, los objetivos del día, los imprudenciales y los "daños colaterales").
No lo advertiste. Lo dijeron, pero no lo advertiste. Ya algún loco había dicho que el Antiguo Testamento se estaba escenificando en las ciudades, en los campos; dijo que Dios consideraba como otra Sodoma o Gomorra tu territorio nacional. No estaba tan lejos de la verdad; pero, no, no era Dios el enfurecido. Las olas carmesí no lavaban culpas; nunca la sangre lava nada.
Era castigo (sí) divino (no), ejemplar (sí), brutal, para callar, por afán del trono (sí, sí, sí).
Gritaron "¡Cuidado!", "¡Basta!", "¡Ya no!", muy tarde. Siempre muy tarde. Perpetuamente tarde.

IV
La mayoría de la comunicación entre dos personas es no-verbal; las palabras dicen cosas, pero no se utilizan para enunciarlo todo. Sin embargo, existen mensajes que deben entregarse de cualquier forma, con cualquier tinta, sobre cualquier papel, de la forma estéticamente más advertible y llamativa: el cadáver (torturado antes y después de la muerte) con heridas en el pecho que forman letras unidas en palabras de amenaza-advertencia.

V
Muchos reaccionarían de otra forma, pero no tú. Tú eres quien puede aguantar. Estóicamente imbécil. Sigues el precepto de la normalidad cotidiana: una persona común evita los conflictos. Total, estás al borde del hastío por la violencia; quizá allí está el problema: estar siempre al borde.
Toda la urbe está poblada por gente normal, como tú; gente que evita las peleas pues opta por la paz ante los espesos tsunamis escarlatas.
Lo pillas. Entiendes que no debe ser así. ¡Por fin!
Pero la normalidad te atrapa. Recuerdas también que es la quinta vez en la semana en que te da esa epifanía del cambio brusco y necesario.
Por ese segundo de lucidez abres tus sentidos a los otros. Todos, como tú, caminando en la noche, solos, con la vista clavada al vacío en algún punto al frente. Sus pasos, idénticos, lentos, torpes, pesados. Las arrugas en la cara demuestran el malcomer, el maldormir, el malvivir, el malser.

VI
El eco de antes suena ensordecido. Miras al suelo. Hay charcos rojos por doquier. Entiendes. No eres la única persona culpable y víctima de lo que ocurre. Los pasos se dificultan, el nivel del líquido carmesí crece.
Al mismo tiempo, aquella lluvia arrecia su caída verdemente. Te baña, los baña a todos. Los adormece como un cigarrillo merecido, como un té de tila tras el susto del atraco.

VIII
La ciudad deviene en Venecia Sanguinolenta tras el toque de queda. Los edificios, enormes fuentes de algo rojo, espeso y aún tibio. Todo transeúnte queda ahogado por la marea rojísima y la lluvia apática.
Sin embargo, no acaba. Su vida en inmortal asfixia continúa al día siguiente. Y lo sabes. Lo sabes perfectamente. Ves la calle inundarse más y más y más y... te zambulles con la resignación de pez en la red.

(México, 2011) 

26/8/13

Dañando a terceros


¿Encontraría a la Maga? Tantas veces había bastado asomarme viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro inclinada sobre el agua.
[…]
Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais, quizá estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sebastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba.
(Rayuela, Julio Cortázar)

I

La primera cita fue una curiosa alegoría de metáforas y simbolismos que les bailaban en la cara. Ellos estaban un poco nerviosos, porque no sabían si entendían o si eran simples alucinaciones producidas por las fuerzas cósmicas de sus cuerpos. Consistió en una película rápida, elegida como se elige el bus o el tranvía, boletos apresurados y una carrera a la sala del cine; asientos cómodos, buena música, simbolismos versus realidad, sentimiento versus sentimiento; dicotomía buscada, ¿amor? ¿Esa palabra?

En el filme veían reflejos de sí mismos y de sus ancestros-doppelgänger. Él no pudo evitar susurrarle algo al oído y hacerle cosquillas. Ella no pudo evitar estremecerse y caer en su regazo. Él la abrazó. Ella lo miró directo a los ojos, iluminados por el azul de los veinticuatro cuadros proyectados cada dulce segundo.

El filme-espejo quedó olvidado junto con los doppelgängers, que seguían moviéndose, pegándose, hablándose en francés, mientras que los dos únicos miembros de la audiencia estaban muy ocupados en probar los labios del otro, en recorrerse las manos como si fuesen todo el cuerpo, como si quisieran aprenderse de memoria las líneas que surcaban la palma, como si esas líneas fuesen el camino directo al alma amada. Se perdieron en esos senderos entrelazados mientras duraron las luces apagadas y, los diálogos y la música sonando. El tiempo continuó deteniéndose entre respiros ahogados e interrumpidos del beso casual (y causal).

La siguiente cita (y la siguiente a esa y la siguiente a esa, y...) fue una bella replica e improvisación de la primera. Siempre un cine después de un café, siempre el beso buscado, la dicotomía fundida; siempre la caricia infiltrada que los guiaba al momento (memento) cenit, crucial, al nirvana absoluto, a un paraíso escondido entre miradas furtivas, fugitivas y fugaces.

Todo transcurrió como una novela, tertulias, disputas, la sala, el jugueteo previo al abrazo previo a la caricia previa al beso previo al tortuoso final del día en la puerta de la casa de ella y, como un lindo epílogo, el viaje de quince minutos (o menos dependiendo del tráfico) hasta el departamento de él.


II

Terminaremos locos, che.– Mira que hablar conmigo frente del espejo.– Locos y perdidos, como ese monólogo, o como ese libro que...– Ya cállate, deja de decir pavadas, eres una verdadera molestia cuando te pones así.– ... terminamos en dos semanas, ¿te acordás? – ¡Cómo olvidarlo!
– La lógica no es buen arma para ti, mira que ponerme a responderte en frente del espejo.– Pero si terminaremos locos, ¿qué no lo ves?– ¡Claro que lo veo! Ese es el problema, sé el desenlace y aún así te concedo la prórroga de existencia.– Ahora me das muerte civil.– Ahora, mañana, al rato... el tiempo no importa, el asunto es matarte, tirarte a uno de esos ríos o lagos donde los cadáveres se hunden y no salen nunca.

Tres años después se le había hecho costumbre insultar a un (otro) doppelgänger inventado, hablarse de metafísica, patafísica y otrasfísicas; o simplemente tirarle dardos de goma al espejo que ya llevaba varios trozos quebrados y tenía algunas telarañas que surcaban el cristal.

De súbito una canción sonó. “Y justamente ahora, irrumpes en mi vida”... – En efecto, che, con todo esto nos rompe los esquemas, los paradigmas, la madre.– “con tu cuerpo exacto y ojos de asesina”...– Ojos de hada, cuerpo de sílfide, voz de...– Ahí vas con los lugares comunes, ¿no te hartas?– “tarde, como siempre, nos llega la fortuna”... – La fortuna, el amor, la ternura, todo llega demasiado tarde y de a muy poco; nunca basta, nunca es suficiente. Hasta el recuerdo, que inunda de felicidad el alma, dura una nimiedad en comparación con el dolor que deja en... en...– .

Al final de la canción él ya estaba colgado de la bocina del teléfono apretando los mismos dígitos una y otra vez sin obtener otra respuesta que la grabadora de aquella, que años atrás había sido su musa (platónica) y escaramuza (con la realidad).

III

Valiéndose de las enseñanzas concedidas en el mundo matemático (mundo donde los teoremas son credo y religión – un simple acto de fe con demostraciones incluidas – , donde todo es terriblemente cínico y lleno de vacíos legales útiles) fue a buscarla un día, a pesar de que ya había otra sirena que lo atraía con su canto. Llegó a su casa recorriendo el camino que solía tomar años atrás. Miró el número del viejo letrero clavado a la pared. Se decidió a golpear la puerta y esperar a recibir alguna respuesta.
Cerró el puño y dio con los nudillos tres golpes secos en la madera. Antes de obtener respuesta echó a correr. Después de tres cuadras, chocó con una mujer joven de piel nácar, ojos traviesos y un aroma inconfundible. Los dos cayeron al suelo. Ella sólo grito “¡Idiota!”, él no supo qué hacer excepto echarse para atrás y, así, no caer sobre ella. Cuando se miraron quedaron anonadados.
– Tú...
– Vos…

Se reconocieron en seguida, no pudieron evitar soltar una carcajada, que hizo salir una multitud de cabezas curiosas por las ventanas de las casas aledañas. Rieron como locos, se levantaron ayudándose mutuamente y tropezaron sin querer con el otro, volviendo a caer; solamente que esta vez ella quedo encima de él, con su cabello cubriendo ambos rostros. Se miraron fijamente, escondidos tras ese velo castaño. Sonrieron y se quedaron así unos minutos.
Cuando por fin lograron ponerse en pie entraron a la casa, se sirvieron vodka y pusieron discos de jazz, tango y algunos boleros olvidados para seguir con su lúdica pretensión de intelectualidad. Charlaron de los años transcurridos, de los estudios prolongados y los planes que habían ideado y seguido. Los sueños sin cumplir, las despedidas y todos los tragos amargos se habían quedado fuera de la casa; les cerraron la puerta en las narices sin avisarles y sólo se quedaron aquellas atmósferas cálidas, que siempre les habían acompañado desde su primera locura, a la que les gustaba llamar “Balbuena”.
Media botella más tarde los formalismos habían quedado olvidados, el protocolo se fue al infierno y, sin pensarlo, se abandonaron a sí mismos una vez más, como en los tiempos de antaño, cuando era más sensato un viaje de tres horas en el metro, sólo para no llegar al mismo tiempo, que admitir algo.


IV

De pronto es más sencillo así, besarte en plena oscuridad y romper con el pragmatismo utilizado. Es más sencillo decirte nada a decirte te amo, mucho más fácil omitir mi voz y concentrarme en tus gemidos. Romper la luz con tus párpados cerrados y tus labios curveados en una gran sonrisa. Fingir que no hay nada más, excepto vos y yo. Pretender que las consecuencias son subjetivas, imaginar que esos momentos serán eternidad, creer que no se puede destrozar un alma marchita.

De pronto es más sencillo así, matar a la quimera mientras la creamos, destrozar la piedra filosofal después de haberla encontrado y, por simple enfado, convertir el oro en plomo. Entonces comenzar a llorar por todos lados.

Mucho más fácil aventurarse, que seguir el camino bifurcado. Mucho más fácil amarte después de haber volado, mucho más fácil morir sin vos que morir a tu lado.

De pronto es más sencillo (simple) así. Es más simple (sencillo) que irnos a París o que volar hasta Buenos Aires sin un peso en los bolsillos, que correr tres pisos o brincar de un puente a otro. Es más sencillo (simple) la demencia de la lógica, que la sensatez de nuestra locura. Es más simple (sencillo) decir “te ame”, que “aún te amo”. Es más simple todo eso, y ponerse a escribir, mirar tu retrato, recordar la-ventura y besar tus labios.

V

Cuando el ritual terminó Ella lo miró con sus ojos traviesos, los mismos con los que le había incitado el primer viaje. Él sintió el vértigo de aquella vez, el aproximarse lentamente al destino (a Balbuena), una historia concretada con un abrazo que habría de perderse. Ella le dijo “haz lo correcto”. Él bajó la cabeza y susurró el nombre de aquella estación del tranvía. Ella negó delicadamente y repitió esa frase (tan innecesaria). Ya los dos sabían qué jugadas hacer, qué sacrificios realizar, cómo dar el jaque mate preciso, perfecto y poético. Esa era la solución, lo correcto. Aunque le partiese el corazón, ella había preferido morir a traicionar definitivamente. Él no quería dejar heridos, pero algo había que hacerse.

Lo correcto.
No era sencillo, pero era simple.
Lo correcto.
Era sensato, lógico y
correcto.

Partió de su casa al día siguiente. Al llegar a su apartamento hizo un par de llamadas a algunos amigos que habían dejado mensajes en su contestadora. Por último la llamó a Ella, una vez más ocurría lo que meses atrás: sólo estaba la voz grabada pidiendo que dejase un mensaje. Colgó la bocina y susurró “Voy a por vos”.

Salió con una valija a la calle, cogió un bus hacia la casa de su nueva musa, aquella por la cual había que hacer lo correcto. Cuando llegó al edificio gris su musa lo recibió. Él no se pudo andar con rodeos. La última vez había temido herirla, pero en esta ocasión el tiempo apremiaba. Ya era bastante tarde para andarse preocupando por detalles mínimos. Simplemente dijo tres frases, sin importarle el pasado compartido (por las dos, por los dos y por los tres). La ex-musa lo miró con ira, de sus ojos se desprendía un fulgor asesino y de dolor, y las lagrimas contenidas se le agolparon en los párpados sin resignarse a caer. Él, sin bajar la mirada dijo por última vez “lo siento” y se marchó.

Se fue directo a casa de Ella, llamó a la puerta sin obtener respuesta. Se sentó en la acera a esperar.
Ya era la media noche cuando un auto aparcó cerca de donde él estaba dormido.
– ¿Qué haces aquí? – le preguntó una voz dulce.
– Te esperaba.

Después de que ella lo abofeteó entraron a su casa, repitieron e improvisaron lo ocurrido la última vez.

Días más tarde todos se preguntaban dónde andaban esos dos. Los viejos amigos que tenían en común se habían reunido para buscarles, pero nadie tenía noticias nuevas. El único rastro que habían dejado eran unas notas garabateadas con prisa, en la que se leían:

No hubo otro remedio, chicos, lo sentimos.
PD. ¿Sabían que Roma está en París?”.


México, 2009

17/8/13

Instrucciones para respirar



Para Sophia

Es sabido que los peces absorben oxígeno del agua, pero requieren de cierta profundidad para ello y que, sin las condiciones adecuadas el pez muere inevitablemente. Sin embargo, algunos zoólogos marinos de la Universidad de la Patafísica afirman que, en las profundidades del océano (eso que comúnmente se llama “el abismo”) la fauna ha desarrollado otra forma peculiar de sobrevivencia pues, según las hipótesis de los expertos, en el abismo corren corrientes hacia todas direcciones; la mayoría son inofensivas para la fauna, mas aquellas que corren hacia arriba pueden ser fatales.
De modo que, algún habitante de esta zona marina puede ser arrastrado algunos kilómetros hacia la superficie. Cuando esto ocurre, corre peligro, en primer lugar, por la presión ejercida sobre su cuerpo, que disminuye dramáticamente, lo que puede provocar una completa disolución de su forma, aunque la mayoría de estos seres mantienen el tiempo suficiente su propia consistencia para poder emprender el camino de regreso. El peligro mayor deviene en la cantidad de oxigeno y la calidad de éste.
La carrera que el pez debe emprender para regresar a su hábitat natural debe ser veloz a tope; justo en ese punto la mayoría de los animales que fueron arrastrados hacia arriba han muerto antes de arribar: el oxígeno que les resta al llegar tan sólo les permite observar una última vez su hogar. Ante esta situación, algunas especies han optado por una respiración “boca a boca”.
En cuanto la víctima de la intemperie vuelve a su sitio, otro miembro de la especie coloca su boca en la del recién llegado; ambos mueven las cavidades orales de forma sincronizada para transmitir algo de oxígeno.
Los científicos no se explican totalmente cómo puede ocurrir esto, sin embargo aseguran que no puede ser de otra forma puesto que, de lo contrario, la especie se habría extinto hace décadas.

9/8/13

Inercia

Karma police
I’ve given all I can
It’s not enough
I’ve given all I can
But we’re still on the payroll
Karma Police, Radiohead

Culpa. Tenías la palabra tatuada en el cuerpo después de aquella noche en que te dejé sobre el insecto metálico que él dirigía. Tenías nuevas cicatrices que igual lamí como propias, pero no buscabas mi lengua ni la presión de mis dedos sobre tus articulaciones adoloridas, necesitabas otra cosa; aunque, allí estaba el punto sin retorno.
No digas que no te lo advertí.

Te fuiste aún antes de decirme adiós. Tu despedida llegó retrasada y sin aliento, apenas un vaho que articulaba palabras sobre un cristal oxidado. Marchaste con prisa en las entrañas y una desesperación súbita en la frente, con el cabello murmurando desesperación a cada zancada.
Toda despedida se carga de una electricidad irresoluble que deviene en distancia (de cualquier tipo). Toda distancia deja cicatriz: un camino que recorrer con la esperanza de regresar al punto originario y arrejuntar de nuevo la piel para que re-sane, para que no quede ninguna marca: un camino que no lleva sino a los mismos lugares sin posibilidad alguna de regenerar nada: un surco estéril de novedades y plagado de termitas nostálgicas.

Un riff para dibujar tu rostro. Un solo majestuoso para olvidarte. 180 bpm para huir desesperado en la pista oval.
Una voz que me eriza la espalda: “You can’t always get what you want”. Un consuelo.
Resignación.

Marchaste con furia empedernida sobre tus uñas de pedernal. Lucha titánica (no lo olvido) para batir ambas bestias ancestrales en un solo encuentro. Pero no. La falta de paciencia te reprocha en las pupilas tu necedad acelerada.
¿Venciste? ¿Valió la pena?
No lo sé.
(A veces,) simplemente no me importa.

Mensajes en botellas. The Police acierta al tono. Un whisky (que ya me puedo poner fino con lo que bebo) al estómago, una botella vacía contra la pared. Ningún papel dentro. Sólo gotas que resbalan lentamente. Tinta. Sangre.
Busco los mensajes que hubieras dejado previamente. Las advertencias que me diste y que, como siempre, nunca vi.
La época de la ultrarrevolución tecnológica permite a los adictos al pretérito no morirse de abstinencia. Los sms y los chats electrónicos me dan esa ventaja: puedo ver la bitácora del desastre como una historia que anuncia su final a cada paso de la trama, entre pequeños símbolos que un buen lector no pasaría por alto.
Conversaciones, fotografías, la memoria misma. Una caja negra del siniestro en cuestión. No importa. La mirada retrospectiva deviene inútil: no importa encontrar las fallas de origen o de proceso.

Te fuiste, aún antes de decirme adiós. Ya andabas en otros lados y eso no lo perdono. No perdono nunca. Ni a mí, ni a vos, ni a nadie: un rencor es un rencor y ruge fiero en mis costillas.
“Justicia divina”. Dicen que uno paga, a veces por adelantado, todo lo que hace (bueno o malo; la vida tiene un coste ineludible). En cierta forma, yo hice lo mismo; tan sólo era la cuenta por pagar.
Te largabas las tardes con él sobre el bicho metálico, entre sus manos. Me robó las estrellas que una vez yo hurté con lujo de elegante violencia y brutalidad (pero ladrón que roba a ladrón...).
Porque eso sí. Ese imbécil es justo como el resto de idiotas que caminan sobre la tierra ensangrentada y piensan que no los toca la hierba molida. Su idea de amor democrático (hasta en eso resultó parcamente político), su caminar, su trabajo, su pedestal (tan frágil, tan imbécil), su sexo como cetro de mando irrevocable.

Nunca se aprende.
Un trofeo es un trofeo para los idiotas que coleccionan hasta las joyas de fantasía creyendo que tienen un valor sólo por su torpe brillo
Vuelves al bicho metálico, a las viejas usanzas, a los albores de una muerte pacotilla.

Pero era natural. Me llené de tus vísceras ardientes y sangrantes que pedían un océano entero. Piel a piel tratar las heridas más profundas y las repentinas. El agua salada arde en contacto con la carne viva. En mar abierto se puede morir al no ver costa cerca. Y todo fue mar, mar intenso de olas violenta y torpemente cariñosas. Asifixia.

Pedal a fondo para salir del charco que detiene el camino. Hacer palanca con una rama y huir de la tormenta. Mucha lluvia. Mucha agua. Demasiada agua.

“Deberías asumir la soledad un rato” me dice, “te haría bien”, me dice un fantasma de hace años. Parecemos gente nueva, dos desconocidos que apenas se han tratado. La verdad, la gente cambia con el paso de los años, pero no nosotros: esos que miramos los retrovisores constantemente mientras conducimos aunque no nos cambiemos de carril.
Te ves distinta, de cierta forma distinta. ¿Será que yo he cambiado un poquito o vos lo hiciste (seguramente lo segundo)? Irrelevante.

Culpa: causa: consecuencia. La energía tan sólo muta, pero sigue siempre su impulso primario de un cuerpo a otro constantemente en el tiempo: todo se transmite como en el vacío: sin fricción: irrefrenable.
Tarde. Ya es tarde. Siempre lo ha sido, sólo que uno nunca se percata (o francamente quiere ignorarlo).