Este
año logré una proeza: asistir a tres conciertos. Generalmente, con uno al año
basta (a veces no se puede ninguno); sin embargo, ahora ocurrió el milagro.
Luca
Turilli’s Rhapsody
Unos amigos me
habían dicho que fuera al concierto. Ya tenía rato de no ver a esos muchachos
que se sentaban juntos en una de las escuelas fresas del distrito. El grupito
de chavales que se sentaban a escuchar metal entre clases. De los cinco que
eran, sólo asisten dos: los que no han claudicado en el estilo aunque la vida
los tironeó hacia lares diversos.
Ellos
crecieron (yo no). Siguieron el camino que les gustaba, sí (como yo), pero su
jornada tuvo más recompensas y logros desbloqueados. C’est la vie, supongo.
Comienza
“Emerald Sword”. Los pocos asistentes del salón cuervo explotan y saltan con el
primer acorde de la guitarra. La leyenda
dice que sólo un guerrero de corazón puro puede ser digno de la espada.
El
siguiente verso suena como un rugido profundo: “Yes, I am that warrior, I followed
my way!”. Mis dos colegas lo entonan igual desde sus lugares. “Yes, I am that
warrior”. Como si tuviésemos quince años nuevamente y estuviéramos
preparándonos para una quest. Escuchamos al bardo relatar sus leyendas para que
nos incendien un poco el alma. Y lo logran (tal vez).
Black Sabbath
Dos viejos rockeros
están en pista, en medio de los jóvenes. Ya no van al slam, pero la música se
apodera de ellos como si aún se encontrasen en sus años mozos.
“Es
una buena señal” dice otro chavo atrás de mí mientras los señala. En efecto, es
una muy buena señal.
Me
pregunto ¿así me veré yo en varios años? Canas largas, rodillas cansadas y el
vigor, que ya no tendré, naciendo de las notas que se incrustasen en mi
tímpano.
Toda
la banda se ve en las mismas. Los años nunca perdonan, especialmente si se
fueron con excesos (Ozzy es la prueba viviente).
Mägo de Oz. 25 Años.
Suena la Cantata del
Diablo en el salón Cuervo. Dieciocho minutos de frenesí. Al terminar, la parte
instrumental da pauta al “Salmo de los desheredados”. Los asistentes recitan
(mos) con ira, dolor, tristeza (y, quizá, algo similar a la fe) los versos de
esa plegaria. Ni en misa, ni en un rosario escuché entonar una oración tan
devotamente.
Las
últimas palabras del rezo perforan los muros; son un mazo golpeando las puertas
que el cielo (nos) ha cerrado:
“Padre nuestro,
de todos nosotros,
¿por qué nos has olvidado?
Padre nuestro,
ciego, sordo y desocupado
¿por qué nos has abandonado?”
¿Será
que nos quedamos atascados en el romanticismo? Nos lamentamos que “el
fundamento” se nos haya marchado, que la utopía prometida fuese tan sólo un
buen negocio en el que no nos tocaban ganancias.
Sí,
antes de la Cantata todo el concierto fue una orgía de brujas y duendes, pero
esos veinte minutos fungieron de fin de carnaval: Estamos hasta el puto carajo
con eso llamado Dios. Entender aquí
que el concepto rebasa lo religioso: Dios es la promesa que permanentemente
decepciona y que persiste en la mentira; la ceguera autoinducida y
autocomplaciente (trasladarlo al plano humano que más guste).
El cenit, el final, para confirmar todo lo
anterior: “Fiesta pagana”. Todos levantamos el puño y gritamos que “en la
hoguera hay de beber”. A esas alturas ya uno prefiere morir de pie que vivir
enculado. Quién sabe si, al terminar el concierto, el furor no se disipe. Es lo
más seguro. El sudor y la rabia se quedan en esas cuatro paredes, se diluyen
junto con el eco con el paso de las horas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Deje su huella en la casilla