Karma police
I’ve given all I can
It’s not enough
I’ve given all I can
But we’re still on the payroll
I’ve given all I can
It’s not enough
I’ve given all I can
But we’re still on the payroll
Karma Police, Radiohead
Culpa.
Tenías la palabra tatuada en el cuerpo después de aquella noche en que te dejé
sobre el insecto metálico que él dirigía. Tenías nuevas cicatrices que igual
lamí como propias, pero no buscabas mi lengua ni la presión de mis dedos sobre
tus articulaciones adoloridas, necesitabas otra cosa; aunque, allí estaba el
punto sin retorno.
No
digas que no te lo advertí.
Te
fuiste aún antes de decirme adiós. Tu despedida llegó retrasada y sin aliento,
apenas un vaho que articulaba palabras sobre un cristal oxidado. Marchaste con
prisa en las entrañas y una desesperación súbita en la frente, con el cabello
murmurando desesperación a cada zancada.
Toda
despedida se carga de una electricidad irresoluble que deviene en distancia (de
cualquier tipo). Toda distancia deja cicatriz: un camino que recorrer con la
esperanza de regresar al punto originario y arrejuntar de nuevo la piel para
que re-sane, para que no quede ninguna marca: un camino que no lleva sino a los
mismos lugares sin posibilidad alguna de regenerar nada: un surco estéril de
novedades y plagado de termitas nostálgicas.
Un
riff para dibujar tu rostro. Un solo majestuoso para olvidarte. 180 bpm para
huir desesperado en la pista oval.
Una
voz que me eriza la espalda: “You can’t always get what you want”. Un consuelo.
Resignación.
Marchaste
con furia empedernida sobre tus uñas de pedernal. Lucha titánica (no lo olvido)
para batir ambas bestias ancestrales en un solo encuentro. Pero no. La falta de
paciencia te reprocha en las pupilas tu necedad acelerada.
¿Venciste?
¿Valió la pena?
No
lo sé.
(A
veces,) simplemente no me importa.
Mensajes
en botellas. The Police acierta al tono. Un whisky (que ya me puedo poner fino
con lo que bebo) al estómago, una botella vacía contra la pared. Ningún papel
dentro. Sólo gotas que resbalan lentamente. Tinta. Sangre.
Busco
los mensajes que hubieras dejado previamente. Las advertencias que me diste y
que, como siempre, nunca vi.
La
época de la ultrarrevolución tecnológica permite a los adictos al pretérito no
morirse de abstinencia. Los sms y los chats electrónicos me dan esa ventaja:
puedo ver la bitácora del desastre como una historia que anuncia su final a
cada paso de la trama, entre pequeños símbolos que un buen lector no pasaría
por alto.
Conversaciones,
fotografías, la memoria misma. Una caja negra del siniestro en cuestión. No
importa. La mirada retrospectiva deviene inútil: no importa encontrar las
fallas de origen o de proceso.
Te
fuiste, aún antes de decirme adiós. Ya andabas en otros lados y eso no lo
perdono. No perdono nunca. Ni a mí, ni a vos, ni a nadie: un rencor es un
rencor y ruge fiero en mis costillas.
“Justicia
divina”. Dicen que uno paga, a veces por adelantado, todo lo que hace (bueno o
malo; la vida tiene un coste ineludible). En cierta forma, yo hice lo mismo;
tan sólo era la cuenta por pagar.
Te
largabas las tardes con él sobre el bicho metálico, entre sus manos. Me robó
las estrellas que una vez yo hurté con lujo de elegante violencia y brutalidad
(pero ladrón que roba a ladrón...).
Porque
eso sí. Ese imbécil es justo como el resto de idiotas que caminan sobre la
tierra ensangrentada y piensan que no los toca la hierba molida. Su idea de amor
democrático (hasta en eso resultó parcamente político), su caminar, su trabajo,
su pedestal (tan frágil, tan imbécil), su sexo como cetro de mando irrevocable.
Nunca
se aprende.
Un
trofeo es un trofeo para los idiotas que coleccionan hasta las joyas de
fantasía creyendo que tienen un valor sólo por su torpe brillo
Vuelves
al bicho metálico, a las viejas usanzas, a los albores de una muerte pacotilla.
Pero
era natural. Me llené de tus vísceras ardientes y sangrantes que pedían un océano
entero. Piel a piel tratar las heridas más profundas y las repentinas. El agua
salada arde en contacto con la carne viva. En mar abierto se puede morir al no
ver costa cerca. Y todo fue mar, mar intenso de olas violenta y torpemente
cariñosas. Asifixia.
Pedal
a fondo para salir del charco que detiene el camino. Hacer palanca con una rama
y huir de la tormenta. Mucha lluvia. Mucha agua. Demasiada agua.
“Deberías
asumir la soledad un rato” me dice, “te haría bien”, me dice un fantasma de
hace años. Parecemos gente nueva, dos desconocidos que apenas se han tratado.
La verdad, la gente cambia con el paso de los años, pero no nosotros: esos que
miramos los retrovisores constantemente mientras conducimos aunque no nos
cambiemos de carril.
Te
ves distinta, de cierta forma distinta. ¿Será que yo he cambiado un poquito o
vos lo hiciste (seguramente lo segundo)? Irrelevante.
Culpa:
causa: consecuencia. La energía tan sólo muta, pero sigue siempre su impulso
primario de un cuerpo a otro constantemente en el tiempo: todo se transmite
como en el vacío: sin fricción: irrefrenable.
Tarde.
Ya es tarde. Siempre lo ha sido, sólo que uno nunca se percata (o francamente
quiere ignorarlo).
Va un abrazo, Gablot, un gustazo leerte nuevamente.
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