Blog personal de Gilberto Nava, "Gablot". Aquí puedes encontrar textos literarios, ensayos, críticas y básicamente cualquier cosa que habita en esa cabeza y se escapa entre los dedos.
Hace años una Corsaria me escribió unos versos reclamándome mi fama de mujeriego. Tiempo después yo escribí, en una de las páginas falsas de Farabeuf, un poemita que, sin querer se volvió un cover de esos versos:
En
todas las consolas de videojuegos que conozco existe un delicado y
poderoso objeto/opción-en-el-menú-de-pausa capaz de
(pseudo)erradicar todos los errores cometidos durante la partida, sin
importar cuán absurdos, estúpidos o fatales hayan sido: el
Reset/Restart/Retry.
Nada más útil y peligroso que dotar a un macarra con el enorme
poder de regresar en el tiempo: puede que el imbécil haga todo bien
sólo la enésima vez.
Se podría pensar en la
no-consecuencia o en que promueve la estupidez del fallo constante,
pero no es así: cualquier buen gamer
sabe que ese delicado objeto consiste en el último recurso del
cobarde: no lo toca a menos que los gráficos indiquen que el
programa se ha trabado: muchas veces resulta más honorable (más
disfrutable, incluso) enfrentarse al trágico desenlace de la muerte
del personaje que recurrir cobardemente al Reset/Retry:
resulta incluso más fructífero ver cómo terminan las acciones tras
los recurrentes errores antes de re-intentar el puzzle/combate/nivel.
Resulta posible pensar mejor cuando se manejan todas las variables (o
al menos, a esa teoría nos ceñimos muchas veces).
Por lo que, resetear es justo eso:
la esperanza de hacer las cosas mejor la próxima vez, reiniciar el
calabozo/combate y enfrentar al enigma/enemigo una vez más con la
idea de vencerle definitivamente. Reset equivale a renovación, no a
un simple reinicio de máquina que no aprende: el videojugador posee
inteligencia (presumiblemente) y sabe qué pasos lo han llevado al
fallo estrepitoso. El reset
consiste en un oriboros tecnológico, una enseñanza desde el
micromundo de gráficos digitales o en pixeles de que en la
posmodernidad no todo está perdido, se vale regresar al
nivel/calabozo e intentarlo de nuevo.
Le
encontrás en la cocina con un aire inocente, mientras el vapor del
agua en la tetera se escapa con tiernos remolinos traslúcidos, y te
pierdes entre las notas de un tango que escucha sin motivo alguno y
que tararea al no saber la letra de memoria. Escuchás la música;
olfateas ese humo a distancia y pillas que es café lo que prepara.
Se acerca a la mesa, vos le ves de ensueño. Sus manos finas, sus
ojos inolvidables y esos labios que... Te reís, pero esa personita a
la que cuidás no se percata.
Entrás en ese cuarto estrecho, ocupado por un frigorífico viejo y
un calentador que sería capaz de recordar una vida entera (por tu
mente pasa fugaz el ¿cómopuedeestofuncionar?). Ignorás que
desconocés la respuesta y te acercás más y más hasta quedar a su
espalda. Le decís al oído todo lo que un día no quisiste decir,
susurrás con entusiasmo toda la historia que escribiste y que
terminó ardiendo en un pote entretanto tu mirada se perdía en el
fuego creado de esas páginas. Pero no, no te escucha, o ha fingido
no escucharte; sólo da sorbos al café, coge el diario y lo abre
leyendo únicamente los titulares para después olvidarlo al lado con
ese gesto que tanto te hace gracia y, en cuestión de minutos, volver
a concentrarse en el café que ya se habrá enfriado.
En cuanto acerca nuevamente la taza a su boca, vos le das un beso en
la mejilla. Abre sus ojos que delatan sus pupilas dilatadas. Con el
movimiento de sus labios clama tu nombre, pensás que ha caído en
cuenta de que estás ahí; pero, en el preciso momento, sus manos se
acercan a su rostro para bloquear el torrente de lágrimas que por
poco se le desborda, recobra la compostura repitiendo en susurro sin
aliento "tranquilízate, tranquilízate" y tira el resto
del líquido oscuro para irse al sofá y encender el televisor sin
verlo realmente.
– ¿Te quedarás? – pregunta una vocecilla dentro de tu cabeza.
Pero le ves dormir. Parece soñar algo intranquilo, una pesadilla,
quizá, en la que sus labios siguen evocando tu nombre. Su figura se
retuerce por el dolor en los laberintos de su mente, el sudor frío
le corre por el rostro y dos arroyos comienzan a surgir de entre sus
párpados fuertemente cerrados. De súbito despierta para calmarse
con "sólo ha sido un mal sueño", buscar tu retrato y
quedarse en letargo llorando en silencio.
– Entonces – comienza a decir esa vocecilla mientras pensás en
silencio – ; ¿te quedarás?
“Si
así no lo hiciere, que la nación me/se lo demande”. Esta frase
importantísima en la toma de protesta, en los labios de Peña Nieto
sonó con gran desdén, con tremendas ganas de evitarla, como si la
simple idea de que el pueblo le demandase algo le pareciera
repugnante: el tono de su voz incluso subió de manera forzada, un
temblor en su timbre se delató. La frase la soltó breve, fugaz,
para que nadie se diera cuenta de que estaba allí. Demasiado tarde:
cada seis años nos dicen lo mismo: “si no lo hiciere, que la
nación me lo demande” y, justo ahora, ante una fuerza opresora,
incapaz de soportar las críticas, incapaz de negociar (pobre, no
sabe), la frase “que la nación me lo demande” nos aflora.
El 1 de Diciembre de 2012, una gran parte de la nación demandó
algo: #MéxicoNoTienePresidente (quizá luego retome el punto de esta
postura: pros y contras de considerar a Peña o no como presidente
–impuesto o no, pero considerarlo presidente– ). La respuesta
ante la demanda: gas lacrimógeno, balas de goma, disparos directos a
la cabeza. Bien rezaba la frase: “que la Nación me lo demande”.
Quiere decir que, o los inconformes no son/somos parte de la Nación
o que la Nación puede demandar y el PRI se guarda el derecho de
responder como le diese la gana. ¿Quién dice que la hermenéutica
no se aplica a la constitución? Al menos, en eso, los colegas de EPN
ya hacen escuela.
Nación. El vocablo suena raro. El sustantivo se define por
territorio, población, emblemas que lo distinguen, himno, gobierno,
cultura, etcétera. Las naciones (pos)modernas (por muy supeditadas
que se encuentren a la economía) mantienen un esquema básico de
gobierno. En las países que no responen a un régimen monárquico
resulta en crimen contra la patria el asumir un cargo noble (por algo
Juárez fusiló a Maximiliano en el Cerro de las Campanas,
Querétaro).
¿Qué pensar entonces de la famosita Pau Peña? Esta niña
suministró chistes y quejas políticas durante la campaña de su
padre debido a que, incapaz de soportar una sola crítica, llamó
“prole” (uso del lexema con un tono altamente peyorativo). La niña
olvidó por un segundo que el proletariado es la fuerza de trabajo,
el sostén principal de este país que se va cayendo a pedazos y se
mantiene a flote de milagro.
Su última primicia fue autodenominarse “la nueva princesa de
México” (Juárez ya habría tomado cartas en el asunto). Vanidad
de adolescente, quizá; una ferviente venganza contra la prole marcar
su lugar un estrato más alto. Si la pequeña atendiera bien a las
clases que su padre con tanto esfuerzo le ha de pagar, sabría que –a
pesar del fuero político– el presidente no deja de ser un
ciudadano como cualquier otro. Sin embargo, nos recuerda algo:
nosotros mismos hemos mitificado la figura del presidente. Si en
algún punto exacto recae su poder, está en el imaginario colectivo.
Tanto Pau como Enrique, por muy nobles que la niña quiera, por muy
poderosos que los veamos envestidos con sus trajes carísimos y
montados en camionetas de lujo, también sangran. La revolución
francesa usó la guillotina en contra de los nobles: vieron que su
sangre no pintaba azul ni bendecía el metal. No hay que olvidar que
el PRI también fue el primero en retroceder el reloj algunas décadas
y ya entrados en la moda retro...
En realidad, ¿quién desea más muertes? La ira, el temor, el
descontento, la frustración... detonan esos deseos homicidas:
entendibles y válidos (según Sade). Sin embargo, la sangre nunca
lava nada. Pero, hay momentos en que la confrontación cuerpo a
cuerpo resulta ineludible y no queda sino sobrevivir: una colonia de
hormigas desintegra fácilmente un saltamontes de tamaño
considerable si éstas necesitan alimento.
Con todo lo anterior, PRI/EPN cometen uno de los errores básicos
según Maquiavelo: hacerse odiar. Las represiones violentas ya el
pueblo las conoce de memoria, el miedo se sufre a diario con asaltos
a mano armada, violaciones, violencia de género, impunidad,
corrupción, y un etcétera bastante escabroso y amplio. En un país
donde el miedo es pan de cada día, ante un abuso más perpetrado por
alguien declaradamente ignorante y marioneta no puede/debe detonar
sino el odio más rotundo: un pueblo que odia a su príncipe derriba
al monarca fácilmente (Maquiavelo).
Casi
nunca toco el tema de la política de forma directa: el discurso
siempre sabe incendiario, anarquista, repetitivo y burdo; sin
embargo, esta vez haré un intento pues, un mentor ya me dijo que
cada uno debe movilizarse desde su propia plataforma y por
fortuna/desgracia, este blog me sirve.
No
sé quiénes lean periódicamente cada texto que escribo pero, si
esto llega a alguien y le deja algo ya será ganancia.
I
Ayer,
Enrique Peña Nieto (candidato que postuló el PRI) hizo toma de
protesta para cumplir el protocolo que lo coloca como presidente de
México. Ayer, desde antes de que el priísta realizara el ritual, ya
había gente protestando contra la imposición de un presidente.
En los actos de violencia incurrieron ambas partes, la policía y los
manifestantes, hay que admitirlo; sin embargo, ¿quién lanzó la
primera piedra?
En realidad, el PRI
siempre ha jugado con gente infiltrada: los famosos porros, los perros de ataque que dan el pretexto para las golpizas
brutales contra la mayoría de los inconformes que levantan su voz a
falta de un fusil. Esos porros son gente fiel al régimen priísta y
desde la matanza en Tlatelolco, el 2 de Octubre de 1968 (cuando Díaz
Ordaz, presidente también del PRI), lo sabemos. También lo confirmó
el Halconazo/la matanza de Corpus (10
de Junio de 1971). Otro violentísimo y cruentísimo acto represivo,
nuevamente bajo el régimen de Luis Echeverría Álvarez, también
priísta.
El primer golpe lo dio quien haya puesto ese doble cerco en San
Lázaro. Varios días antes (casi una semana antes) de que Peña
Nieto se dispusiera a pisar el Congreso de la Unión. Vallas
metálicas surgieron como hongos al rededor del edificio para negar
el acceso a la cámara de diputados. El radio abarcado por dicho
cerco era demasiado amplio. ¿Por qué calificar esa frontera
metálica como agresión? Sencillo: alejar sistemáticamente al
pueblo de un suceso completamente nacional, que incumbe tanto a la
cúpula económica como a la base de la pirámide social, ya incurre
en un acto de violencia: el gobierno aleja a todos los interesados en
su Nación de modo que no puedan intervenir: simbólicamente anulan
la democracia; sin mencionar la imposición (ya harto demostrada y
conocida). Hay un mensaje claro por parte de los que ostentan el
poder político: No hay democracia en México.
La respuesta del pueblo mexicano: destrozar la muralla de caricatura,
golpear las paredes que le imponen. El cerco delimitaba un centro y
una periferia: el pueblo del cual vive el gobierno era el centro
único e inamovible: el pueblo que le da de comer y le permite
existir, la periferia prescindible. Error.
Violencia comprensible: después de tanto ser abusado, la víctima
acomete contra su victimario. Mencioné en la nota, que el PRI tiene
fama de alborotador contra sí mismo, de modo que pueda ejercer en
nombre del orden una violencia desmedida contra sujetos desarmados,
civiles sin entrenamiento militar, cuyo único deseo consiste en
sufrir un poquito menos las inclemencias del planeta, lo único que
piden, los derechos humanos más elementales: vida libre, vida justa,
vida digna.
El gobierno atacó con la policía, su brazo armado, uniformada, con
escudos, con balas de goma, con gas lacrimógeno lanzado directamente
a los civiles, con botas sobre jóvenes y ancianos, golpizas
desenfrenadas: el fantasma del Halconazo y del '68 se presentan.
¿Los medios? ¿Los medios televisivos que impulsaron la campaña de
EPN aún antes del tiempo asignado (¿o creen que la boda con la
Gaviota fue por amor?)? Esos medios calificaron de anarquistas,
agitadores, vándalos. Un profesor mencionó que, durante el '68
mexicano, los policías detenían a estudiantes por el simple hecho
de portar un libro bajo el brazo. “Este es un tipo peligroso” le
dijeron los del retén de aquellos días al ver un libro sobre
comunismo entre sus pertenencias. Ahora corre un video sobre una
situación similar: un anciano regalando libros a los policías que
luego lo golpearían por ser un vándalo y agitador y violentador del
orden: intentó que un policía leyera.
Puñetazos y patadas a todo aquel que cayera entre las fauces de esos
perros malbaratados. Tanto que por un segundo se pensó que Valdivia
había muerto (afortunadamente, según dicen los medios tanto
televisivos como de internet, no) y se supo de lo que sufrió Uriel:
pérdida del ojo derecho. Lo que debe decirnos algo: ambas
situaciones no resultan improbables bajo los regímenes del PRI: la
represión es su pastor, creen que nada les falta.