25/3/12

X ENELL


Décimo encuentro nacional de estudiantes de lengua y literatura. Será realizado en Tijuana, México. Tijuana. Ciudad fronteriza que colinda con el norte. Ciudad con mala reputación en estas fechas (Marzo de 2012). Hace un par de años se declaró la guerra contra el narcotráfico en este país; una guerra que ya ha dejado más de 50,000 muertos (y esta cifra sólo es simbólica, es como decir los 300 conejos o los 700 samurais: en realidad quiere decir “un chingo, un putemadral, cantidad incontabilizada e incontable). Gran parte de esos cadáveres que a nadie interesan eran jóvenes, estudiantes o trabajadores; algunos culpables (no lo dudo), otros inocentes que corrieron con la mala fortuna de estar en el momento y lugar menos adecuados.

Un congreso de estudiantes parece más un letrero de “comida gratis para lobos aquí”. Lo sé. Cada congreso en cada lugar de la república tiene ese matiz de espectacular trampa, de meterse uno mismo estúpidamente en la jaula para ser devorado.

Pero, los puntos extra: Tijuana, ciudad fronteriza, ciudad al norte, ciudad conocida por los índices de violencia; perteneciente a la región donde uno ubica los pleitos más graves entre los carteles de la droga y el régimen que despilfarra su violencia mal administrada. Dicen que hay seguridad buena para el congreso (ajá, ¿y los hoteles, hostales y demás?): nunca faltan las crónicas de aquellos que duermen bajo la cama y con el colchón cubriéndoles por si alguna bala perdida encuentra rumbo por la ventana, nunca faltan las denuncias por violaciones, por secuestro, por trata de blancas, por esclavización, por... por la hydra ansiosa de plata, de violencia y de sexo.

Conozco a una poeta que va a la frontera a alfabetizar: ella sabe mejor que yo de lo que hablo. Pero también, ella es una estúpida: ¡arriesgarse así!

Una conejita linda quiere ir para allá. Seguramente todos le dirán que será una gran experiencia. Of course, if she's back alive. Yo soy un cobarde. Sí. Lo soy. No iría a TJ sin mi arma (soy un buen latinoamericano y necesito mi arma para afrontar los peligros): lástima que en el avión y en el bus a uno le impidan subir su arsenal (porque eso sí, somos legales, no tenemos otro medio que jodernos a la desprotección, la interperie del Dios Azar y que no nos toque chingarnos).


Yo fui a Mérida hace tiempo, igualmente un congreso. Poco después me enteré que la propaganda turística era para no perder ese mercado internacional, aunque la cosa estaba bien pinche fea. Aún sin saberlo, no caminaba por las calles confiado, no me sentía a salvo, me sentía peor aún: exhibido como un fuereño (con mi ropa, mi acento o su ausencia según me han dicho varias veces); la presa fácil, la perpetua presa fácil.

Un sujeto, durante un recorrido hacia Progreso, se nos pegó en el camino. Nunca entendimos muy bien de qué hablaba; al parecer sólo buscaba la terminal. Lo encaminamos por no-sé-qué-motivo. Yo me quedé charlando con él durante el recorrido. Frases ininteligibles. Seguramente no hablaba español o su dicción era pésima. Soltó una frase; mi “buena fe” me hace dudar de lo dicho, pero lo que captó mi cebero tensó todo mi cuerpo. “Soy Zeta”.

Quizá quiso decir otra cosa. Espero que hubiera querido decir otra cosa. Que esa frase fuera sólo parte de mi imaginación, de mi maldita paranoia. Tensé mis manos, mi primer instinto era golpearlo hasta la muerte, hacerlo desertar a fuerza de chingadasos, hacerlo añicos y hacerle un bien a la sociedad: otro idiota menos. Estoy consciente que la gente de escasísimos/nulos recursos se ve en la necesidad de adquirir para la comida de cualquier forma, que por eso el crimen organizado tiene tanta fuerza: un país sin oportunidades orilla su población a la ilegalidad. Sin embargo, el lavado cerebral funciona. Sin embargo, uno no piensa eso. La otredad es secundaria cuando uno siente en peligro su vida, sus intereses, a los suyos.

Me contuve: tampoco tenía la certeza de ganarle en una pelea ni de que realmente hubiesen sido esas dos palabras las que su boca profirió. Llegamos a la terminal, nos deshicimos de él con ciertas dificultades (una especie de insistencia para aferrarse a nosotros) y rechazamos un dinero que sólo él sabe cómo quedó empanizado de arena.


Cierta conejita tierna quiere ir para Tijuana. No puedo detenerla. Si quiere dar ese salto, lo dará. Pero lloro de angustia. Por primera vez en mucho tiempo siento pánico. Miedo aberrante, sí, a no volver a verla, a descubrir pocos días después que ha desaparecido, a que no conteste su celular durante un día y pensar ya lo peor. Tiene sus tours turísticos acomodados con cada amigo en el interior de la república. ¡Genial! ¡Yo quisiera ser tan sociable! Pero si saldré a un viaje con la certeza de que existe un 70% de probabilidad es de morir... ¡Perfecto! Soy suicida, pero eso mismo “suicida”, carajo: no pienso morir a manos de otro imbécil; además, no me certifican que realmente moriré y no terminaré en otra vida peor.

Pues eso mismo le digo: hay cosas peores que regresar sin un brazo, sin una pierna o en el ataud. Hay cosas por mucho peores que esa (más, cuando se trata de violentos apoderados de ideología ultramachista).

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Imagen tomada de http://codinghorror.typepad.com/.a/6a0120a85dcdae970b0120a86dd099970b-pi

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