“Remember, remember, the fifth of november, the
gunpowder treason and plot. I know of no reason why the gunpowder treason
should ever be forgot”
V for Vendetta
“We can’t control enemies who have no regard for their
own survival.”
–Arrester Lavinia, Tenth Precinct.
Flavour text de “Havoc
Festival” (MTG)
La táctica
era la misma cada ocasión:
esperaban a que un grupo infiltrado comenzara el alboroto en el centro de la
multitud; esperaban las botellas de alcohol con una mecha improvisada de alguna
tela, las inútiles
piedras contra los cascos y los escudos, los gritos y su cansancio. En ese
momento se lanzaban contra ellos; evitaban a los infiltrados (que para entonces
ya habrían
escapado o cambiado ropas de civil por el uniforme) y golpeaban al resto.
Localizaban algunos objetivos clave, los subían a las patrullas, aprovechaban la
bulla para meter mano a algunas (casi todas las) muchachas que se encontraban
allí.
Si había
problemas, el gas lacrimógeno
y las balas de goma harían
lo suyo; sabían
a dónde
dispararlas (el manual dice a una zona despejada, pero el torso y la cara
siempre resultan más
efectivos).
La coreografía ya estaba
plantada y aprehendida. Inició
sin ningún
problema, en medio del fervor la violencia deviene fácil. La lluvia de bombas y piedras comenzó. Los gritos
y el cansancio llegaron: ahora, su turno. Avanzaron con las botas firmes en el
pavimento, los escudos listos, las macanas dispuestas. Puño contra
cuerpo. Bota sobre cuello. Empeine incrustado en las costillas.
Ya con el grupo abatido, iniciaron
los arrestos por alterar el orden público
y ofender a los defensores de la ley. Hubo un sujeto en particular, cabello
largo, prendas de mezclilla rasgadas, una playera blanca con hoyos. Se resistía como una
maldita bestia. Había
cuatro elementos tratando de contenerlo y cargarlo a la patrulla. Cuando cada
uno lo tuvo sujeto de las extremidades, soltó una carcajada. Pensaron que la
histeria lo había
vencido, pero palparon en sus piernas y muñecas algo rectangular. Un rugido y un
destello acompañado
de una lluvia de vísceras
sangrantes. El cuerpo del muchacho les había explotado en las manos.
Pocos instantes después, patrullas
incinerándose
y explosiones a lo largo de la avenida. Todo el contingente que asistió ardía en llamas.
Las patrullas, las camionetas atascadas de levantados y custodiadas por
elementos de seguridad, volcadas y a merced de las llamas.
La segunda vez que ocurrió lo mismo,
los uniformados optaron por permanecer al margen la siguiente vez. Fue inútil.
En cuanto los vieron presentes, los jóvenes se abalanzaron contra ellos, en
cuanto lograban colarse entre varios elementos, estallaban. Se lanzaban a los
vehículos para incinerarse con ellos; los abrazaban, se aferraban al uniforme
antes de explotar.
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