Algunas cosas nunca cambian. El pri nuevamente utiliza su arma más
certera: el terrorismo. A un mes de que inició
el paro de labores en el Instituto Politécnico
Nacional (ipn), el movimiento
pareció
perder fuerza; en parte por lo ocurrido en Ayotzinapa, en parte por el (ab)uso
de violencia.
¿Qué
pensar de un Estado que utiliza a su pueblo como simple mercancía?
Ya ni hablar del petróleo
o los recursos naturales del territorio nacional, sino de la gente misma. En
cada declaración
de los derechos humanos, el Estado mexicano firma de manera “no incluyente”; es
decir, acepta la existencia de los mismos pero no que se apliquen en su política.
Prácticamente,
como mexicanos no gozamos de los derechos universales que todo ciudadano del
mundo debería.
Ayotzinapa fungió
de dos formas: castigo ejemplar y cortina de humo. Tras lo ocurrido en el
estado de Guerrero, las miradas que se postraban sobre el movimiento del ipn se desviaron hacia la espectacular
barbarie.
Esta vez, el pri no ocupó
las cámaras
de Televisa ni de TV Azteca, bastó con Twitter y Facebook para que la
indignación
mundial se diluyera en el “efecto espectador”. La cultura virtual que prometía
apoyar a una aparente revolución
terminó
por demolerla en la euforia distractora. Quizá
se cantó
victoria antes de tiempo.
La desaparición
de los normalistas, el (re)descubrimiento de las fosas clandestinas, las
ejecuciones de estudiantes y maestros, no sólo
de Ayotzinapa; el rostro descarnado de Julio César
Mondragón.
Todo conforma un narcomensaje hacia el pueblo mexicano: con el Estado no te
metas. Los normalistas de Guerrero apoyaban al Politécnico,
detrás
del aparente descuido salvaje de un burócrata
se encontraba la verdadera intención: aterrorizar.
De hecho, ahora, nuevamente aparecen
los Porros en activo. Estos “grupos de choque” que se fundamentan en la
“violencia organizada”; en otras palabras, mercenarios al servicio del mejor
postor (en este caso, Gobierno). No es la primera vez que aparecen, amén
de recordar el 2 de octubre de 1968 o el 10 de junio de 1971, en realidad nunca
se fueron; oportunistas, aguardan a la orden en el momento en que nadie mira
para ponerse al servicio de su dueño.
Una vez un taxista platicó
conmigo cuando abordé
su unidad después
de que hubo un altercado con un par de raterillos de la zona: “Yo era un porro.
Me dispararon una vez, por eso dejé de serlo. Nos llegaban los cheques de
parte del gobierno, nos pagaban las comidas también.
Nos daban la orden de golpear a otros chavos. Se me hacía
fácil,
pero ahora que lo recuerdo era demasiado. Metí
la pata”.
Alguna vez me pregunté
cómo
beneficiaba tener estudiantes mediocres de primaria y secundaria, ahí
está
la respuesta: tienen un ejército
en potencia, en busca de una dosis de poder y adrenalina, no importa si al
sujeto que casi matan tiene apenas quince años.
Los porros nuevamente sitian las
escuelas: varias vocacionales del ipn
se encuentran bajo asedio; jóvenes
de 15 a 18 años
se encuentran amenazados por tipos bastante mayores que ellos. Primero atacarán
a los más
vulnerables: estrategia cobarde y desleal. Niños
y niñas
en manos de mercenarios que se divertirán
con ellos antes de aniquilarlos: tortura, violación,
ejecución.
Exterminio.
En Facebook se comentaba que la
capitulación
del ipn confirmaba una farsa. La única
mentira develada es la del gobierno al servicio del pueblo; aunque ello ya conforma
un secreto a voces.
Pronto ya no quedará
nada más
que perder.
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