Teoría
del caos. Si algo aprendí con Cortázar es que Dios sí juega a los dados, pero pocas
veces pierde (o eso quiere hacernos creer: por eso inventó al Diablo, para
culpar a alguien cuando necesita un número alto y obtiene snake eyes). Es comprensible, a pocas personas (y ficciones) les
gusta admitir sus errores.
Naca
como un encuentro fortuito para recordar en qué casilla vas y de qué lado metes
gol. Me bastó ver unas ojeras sonrientes y una charla-amenaza para saber
(recordar) que no estoy donde debiera sino donde necesito. La moraleja es la
misma cancioncita con la voz de Yager, la archisabida frase con la que inició Dr. House: “You can’t always get what you want”. Lo bueno es que, al menos
ahora si obtengo lo que preciso.
Para
salir del Déjà Vu perpetuo basta que
una cabra te impacte los ojos contra la cara.
Autoevaluación
exprés.
El
azar no perdona. Tampoco es justo. Sólo es.
Uno
debe jugar la mano que le toca, más si ya se fue a mulligan a cinco.
Interstellar se quedó corto: no es el amor sino la
nostalgia lo único capaz de atravesar dimensiones. Elizondo lo probó con Farabeuf: no sólo el cuerpo debe
cercenarse en mil pedazos, también la memoria. Todo debe reducirse a unos y
ceros para disfrutar doloridamente que cambiar un dígito trastorna todo el
universo.
Quizás
debí doblar en otra esquina para encontrar mi muerte o debí quedarme en la silla
porque era seguro que esa mina había de volver. Tal vez no debí abordar ese bus
o sí tenía que subir a ese colectivo que me deja en la acera con su rugido de
smog.
Ni
idea.
Pero
no. No es abandonarse (ablandarse) a un hado imbécil. Lo sé porque he resistido
y fallado, pero supe encajar (algunas de) esas derrotas: una pata de conejo
bajo los postes; aunque, sigo sin entender por qué siempre robo tierra en
momentos decisivos.
C’est la vie.
No
lo acepto del todo porque la aceptación también es una forma de resignarse,
pero es imposible jugar sin mano: ni dios juega a los milagros, además no es mi
estilo.
La
casualidad es un instinto pero no un recurso renovable: pasa, se va y tal vez
no regresa nunca: la colilla del cigarro cae siempre en el recuadro tres pero
no cae exactamente en el mismo punto y los únicos que mueren como perros son
los incautos que ni se enteran de lo sucedido.
Porque
me quejo y no, corazón coraza. Rencor ronquido ahogado bajo la almohada que
amanece húmeda y triste todas las mañanas y todos los insomnios.
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