¿Si de pronto todo es
irrelevante? Todo se torna humo. Nebulosas alucinaciones en constante
vaivén –como tus pechos erguidos y suaves– , no se detienen,
chocan entre sí, como cada poro de tu cristalino cuerpo, cada célula
muerta que cae en las colchas (no sabemos si) recién lavadas en
aquella habitación de hotel.
“La cama se mueve”
“¿En serio?”
“Cuando pasan los autos, la
cama se mueve”
“No lo siento”
Quizá me he excedido con los
analgésicos, tal vez el alcohol estaba adulterado. Sólo siento el
vaivén de tu cuerpo. Tu aroma desprendido que me ultraja la nariz.
El reflejo en el efecto vacío de los espejos contrapuestos, que
muestran la misma cara extasiada y desvergonzada, deleitada por tus
gemidos y gritos. El hipotálamo en epifanía orgiástica.
“Sexo,
luego existo.”
Todo
se torna humo. Alucinación nebulosa estática, como tus ojos fijos
en los míos, no se mueven, me revientan las pupilas; cierro los
párpados pero destrozan la piel, me siguen viendo directo a los ojos
sin importar cuántos muros y pasillos ponga en medio.
“El
hotel se mueve”
“¿Qué
dices?”
“Mira
las lámparas, el hotel se mueve”
“No,
lo siento”
Quizá
nos hemos excedido con los analgésicos, tal vez el licor fue
demasiado. Sólo siento tu respiración agitada. El efecto de espejos
infinitos al contraponerlos me atrapa. Tu aroma traspasa los
cristales, se bifurca y multiplica. Algún ojo nos observa. La
televisión está encendida: arde en llamas. Una explosión nos
arrebata del sí mismo.
A
la mierda.
Sólo
importa este instante en el que tus garras destrozan mi coraza, tus
fauces me devoran completamente en un segundo, dejando huellas
bestiales de un extático suceso. Irreverentes blasfemias pasan por
mi mente. Tus oídos no creerían lo que el ovillo, que nace de entre
tus piernas y se enrosca sobre tu cuerpo, piensa mientras colapsa
sobre ti cuando te retuerces en contorsiones que lo laceran un poco,
pero que lo llevan a un sitio que debe ser el vacío absoluto.
“Sexo,
existo.”
Todo
es irrelevante. Alucinación de amor/estática que permanece
nebulosa. Un constante vaivén.
¿En
qué momento perdimos las prendas? ¿Cuándo entré en ti? ¿Por qué
esa necesidad de afecto, del beso, el abrazo donde nuestros cuerpos
chocan? Las carnes se aplastan contra sí sonoramente. Tu boca
cerrada deseosa de permanecer en silencio. Mis ojos desorbitados
buscando frenéticamente un orgasmo o un grito tuyo.
“Detente”
“¿Por
qué?”
“Está
temblando”
“Es
la cama”
Un
ruido sordo. No abres los ojos. Estás tan quieta como las sábanas
inmaculadas. La alfombra húmeda por el sudor mezclado con otros
fluidos. Huele a sangre tibia. Te avergüenzas. No me importa, aún
no hemos terminado. Te tomo de las manos y beso tu cuello. Abres la
boca a la par de las piernas. Reanudo las embestidas. La sangre
acumulada en tu interior se mueve en un oleaje incómodo. Gemidos de
dolor orgásmico inundan la habitación, el pasillo, el piso entero.
Una marea roja diluida se desborda.
«Sexo.»
Todo
es quietud. Ahora te encuentras recostada sobre mi pecho, al otro
lado de la cama, encerrada en el baño, dormida mientras observas con
desprecio mi cuerpo y de reojo ves entretenida alguna película en la
televisión. Con tus párpados cerrados revisas mi corazón. Aún
late agitado. Te incita cierta curiosidad por probar cuántas veces
más puedo complacerte antes de morir en un paro cardiaco
«.»
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