Pero el amor, esa palabra
Julio Cortázar
¿Qué
nombre buscás? ¿Cuáles son sus verdaderas letras? ¿Qué idioma es el tuyo? Si la
expresión en (la) lengua no basta, ¿cómo he de nombrarte? ¿Con cuál de todos
los apelativos posibles advertirías que mi mano busca la tuya? Si me quedo sin
palabras, no sabré cómo llamarte. ¿Con qué vocablo he de anunciar(me) tu
presencia? ¿Con qué combinación de sonidos clamaré cuando estés ausente?
Entonces sólo quedaría «//silencio//». De ese país soy un completo extranjero.
Si únicamente me quedo con eso, seré invisible. No asistirías a mi llamado. Los
ojos que te anhelan se mimetizarían con el ambiente, volviéndose otro par de
globos oculares, espectadores ciegos. Es más. La lejanía por tu nombre se haría
infinita; serías inalcanzable, ina(l)udible. Te destierras de mi voz. Me envías
al exilio silente de ver tu imagen destilada sobre el horizonte, sin poder
hablarte, ni con la boca ni con la mirada.
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