Después del affair
de la casa blanca de Enrique Peña Nieto, MVS despidió a los reporteros que
encontraron la noticia que apuntaba con todas miras a un caso de corrupción
donde estaban coludidos, básicamente, todo el PRI. Días después, se anuncia que
no despedirán a Gutiérrez de la Torre, el “rey de la basura”, quien además de
sobresalir por su obesidad mórbida, mantenía una red de prostitución dentro de
las oficinas del PRI.
El mensaje del partido tricolor es
claro: la cúpula de poder no se toca; la cúpula de poder puede y debe hacer lo
que quiera mientras que los de abajo no pueden ni quejarse. ¿Será?
Muchas veces he dicho que el pueblo
mexicano tiene el gobierno que merece. Algunos adjudican a que ya se vivió un
periodo de violencia durante doscientos años y que se prefiere una paz de
rodillas a una vida mejor (porque ya no se quiere derramar sangre).
Sin embargo, tal paz no existe. La
llamada guerra contra el narco removió las aguas turbias de algo que pasaba
pero que nadie decidía ver: asesinatos y ejecuciones de cárteles entre sí y de
ciudadanos que simplemente no cooperaban con las cuotas impuestas; un
narcogobierno en el interior de la república que convirtió el territorio
nacional en una actualización de lo que ya acontecía durante los tiempos de la Revolución.
Mejores armas (importadas desde Alemania), nuevos mecanismos de tortura y la
transmisión de las masacres en Youtube no como un documental sino como amenaza.
Diariamente aparecen fotos de niñas
secuestradas en Edomex (estado del que fuera gobernador el actual presidente) y
alrededores; para todos es conocido el negocio de la trata sexual de menores,
el Río de los Remedios como fosa común de cadáveres femeninos y Ciudad Juárez
como un panteón infinito de cruces rosas.
Primero, el petróleo y los empleos,
luego el agua, ahora las mujeres y los niños. Somos ciegos o cobardes, o acaso
pensamos que ingenuamente todo estará bien mientras la mierda no toque a la
familia (aún cuando ya haya salpicado a algún amigo). Si ante los claros avisos
de lo que viene, si durante el momento cenit aún se mira hacia otra parte, se
confirmará lo dicho: cada pueblo tiene el gobierno que merece.
Si somos menos los que vemos y
predicamos en desiertos, quizá sería mejor iniciar un éxodo: abandonar la nave
porque este barco se hunde con todo y ratas.
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