México,
Distrito Federal.
Basílica
de Guadalupe. 2:30 am.
El cardenal Elías Romero lleva meses sin
poder dormir; ha adoptado la costumbre de trasnochar en iglesias y templos.
Ahora se encuentra escondido en una de las esquinas de la basílica.
Tras cerciorarse de que
se encuentra solo, camina hacia el altar //Todos sabemos que la pintura de la
virgen que se encuentra en exhibición no es el manto original, pero no
importa//
Como puede, baja el
cuadro de la pared y saca la pintura del cristal. Con más ojeras que ojos
contempla la imagen. Una mano se mueve adentro de la túnica. La tela sacra le
estorba. Romero cierra los ojos mientras saca su pene y lo acaricia
desespera(nza)damente. Cierra los ojos y eyacula. La Virgen de Guadalupe queda
bañada en esperma.
El cardenal Elías Romero
sigue con insomnio.
México,
Estado de México. 1:40 pm.
La Tatis salió temprano de la secundaria
y aprovecha para irse a casa. Un taxi se detiene al lado de ella y una voz
desde el interior la llama. Ella voltea, mira el tarjetón del conductor para
aprenderse el nombre y le dice “no gracias”. La Tatis apresura el paso.
El taxi nuevamente la
alcanza. La ventanilla del copiloto baja y el conductor le ordena meterse al
auto. La Tatis mira al taxista: tiene su verga flácida afuera y la acaricia
mientras le habla.
La Tatis corre.
El taxista le cierra el
paso con el auto: el cofre casi se estampa contra una pared y las llantas
delanteras invaden la banqueta. El chofer sale del auto, corre hacia la niña y
la sujeta; ella logra zafarse e intenta correr pero una zancadilla la detiene.
Cae de bruces sin meter las manos. Se siente mareada, el peso de la mochila no
ayuda. Un pie se estampa en su rostro. Casi pierde el conocimiento.
Lo único que siente la
Tatis: unas manos despojándola de sus bragas, hurgando su sexo; algo duro y
tibio entrando en ella, explotando un par de minutos después.
La Tatis llora.
Toda la cuadra vio lo
ocurrido; una patrulla se detuvo en cuanto vio el taxi en ese sitio. Más de
cien personas se reunieron en medio círculo observando al taxista y a la Tatis,
pero el único registro público es un video en la deep web con el título
“Colegiala mexicana violada”.
México,
Ciudad Juárez. 7:30 pm.
El bar tiene apenas luz. Dos hombres
conversan en una mesa apartada; uno de ellos llora y le dice al otro que no lo
podía creer, que había escuchado historias, pero pensó que eran mamadas aunque
uno nunca realmente podía estar seguro.
Le contó de un bosque
allí mismo, en el centro de la ciudad. Un bosque de mujeres desnudas, casi descarnadas:
con el cuerpo lleno de heridas supurantes. Mujeres plantadas en la tierra (a
veces nada más los pies, a veces algo más) en posturas alargadas, con los
miembros casi dislocados, las bocas desencajadamente abiertas y los ojos vacíos
(a veces globos oculares blancos, a veces cuencas) viendo hacia el cielo.
Vio muchos hombres, sí,
que buscaban a esas mujeres para saciar cualquier apetito: devorar un poco
parte de los glúteos o las piernas o los pechos (pero morderlos en serio y
arrancar un pedazo para comerlo). Hombres furiosos golpeándolas, exigiéndoles
una vida donde ya no se encontraba. Hombres excitados penetrando sexos, anos y
heridas (sobre todo las heridas) pintándose los penes con la sangre. Hombres
fuera de sí defecando y orinando en las bocas de las mujeres más hundidas.
Más hacia dentro de ese
bosque, le dijo, había mujeres sin rostro, con una cabeza lisa como un huevo y
conforme uno avanzaba, iban adoptando algunos rasgos: uno ojo, un oído, algo de
pelo, media boca, un lunar.
En lo más profundo,
aseguró, encontré a una mujer que me daba la espalda. Tenía los pies
enterrados, los miembros estirados hasta casi romperse (como los de todas), los
ojos vacíos (no los vi en ese momento, pero se sentían vacíos) y la mandíbula
casi rota de tan abierta.
Le toqué el hombro,
dijo, evidentemente no se movería. La rodeé y la vi. Era…
El hombre rompe en
llanto. Su interlocutor apenas articula “Era la Ta…”
Sí, mano, era ella.
Mala pata. Muy mala
pata. Al compadre no le queda más que bajar la mirada y compadecerse del que
pena. Deja unos billetes en la mesa, sale del bar y aborda su taxi.
México,
Distrito Federal.
Basílica
de Guadalupe. 8:30 am.
El cuadro no amaneció en su lugar al día
siguiente, en vez de eso se encontraba una mujer dentro de una vitrina, salvo
el manto verde estaba desnuda; la habían obligado a adoptar la misma postura
que la Morena, le habían zurcido los ojos para que parecieran entreabiertos y
le habían agregado dos pequeños toques: tenía llagas sangrantes y el cuerpo
bañado con semen que apenas comenzaba a secarse.