Escribo esta entrada el 03 de octubre de 2017, pero pongo la fecha de publicación del 19 de septiembre por muchas razones; la más importante: para asentar la fecha que parece tomar forma de cábala.
Escribo como una purga, porque justo ahora se me ha juntado demasiado en la cabeza. Escribo como penitencia, para obligarme a no claudicar. Escribo porque estuve ahí y lo vi, pero no vi nada en ese momento. Escribo por culpa y necesidad. Ya hice una "confesión" en un blog que quiso dedicarse a recopilar anécdotas del sismo para la reconstrucción social: Cuéntanos tu historia
//Revisito ese blog de vez en vez y me descubro reconociendo el nombre de varios amigos y colegas. Quiero leerlos. Necesito leerlos//
En 1985, un terremoto convirtió a la Ciudad de México en escombros; treinta y dos años después, el fantasma de este acontecimiento hace eco. Tengo la hora grabada en la memoria. 13:15 hrs. Pensé que ya había hecho catarsis del asunto, pero no. Aún no logro ver la magnitud de lo ocurrido. Soy de los afortunados que sólo tienen ligeras reminiscencias del susto. He escuchado de gente que no puede volver a su departamento porque tiene miedo de subir escaleras. Personas que a la menor provocación se levantan en plena histeria creyendo que suena la alarma sísimica. Gente que está pendiente del menor movimiento en la tierra para saber si ocurrirá nuevamente.
He visto los videos que colgaron en redes sociales. La catástrofe también debe documentarse. Hay uno en particular que me parece que salvará más psiques de las que podría imaginarse. Ese video del niño repitiendo todo el tiempo "su puta madre". El video resultó gracioso porque al final, un amigo de ese niño no puede articular la fecha del sismo pasado y dice "el mismo año que hace 100 años" y el otro lo corrije y lo pendejea. Yo mismo he visto ese video para sacarme una sonrisa, porque la reacción del niño ante la catástrofe fue de miedo y sorpresa, pero todo salió bien, todo terminó en una risa. Aunque no haya sido así para muchos. Otros tantos que perdieron todo, incluso la vida, entre muros mal construidos.
Después del temblor, después de lo urgente, pude pensar en el barrio. Cuando me aventuré hacia el norte para reunirme con familiares, pregunté si necesitaban algo más. Sólo me dijeron que el muro de la secundaria se había caído pero no necesitaban nada. Hace un par de días pasé por allí, aún hay restos de lo ocurrido: un muro ausente que deja al descubierto las canchas de básquet, apenas custodiadas por una cinta amarilla y un policía. Estacionados frente a esa secundaria, varios coches que quedaron aplastados y seguramente allí serán abandonados.
Apenas han pasado dos semanas y se sienten como dos años. La ciudad vuelve a ser el mismo monstruo que se devora a sí mismo mientras en la calle vagan los huérfanos y las víctimas de los mismos de siempre.
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