Seguramente
te acuerdas cuando en la escuela había un chico grande, robusto, con suficiente
fuerza para poner a cualquiera en su lugar. Quizá, generalmente lo veías con sus juguetes
bonitos, esos que tú no tenías y que decías que no querías, pero que envidiabas
secretamente. Si te llevabas bien con él, le hacías segunda en todo y dejabas
que te echara la culpa de vez en cuando, a veces te iba de maravilla, te medio cuidaba
y hasta te prestaba tantito las cosas que él ya no quería. Pero, si te llevabas
mal con él o si por alguna extraña razón resultaba que te odiaba, la escuela
podía ser un verdadero tormento.
Si
estuviste alguna vez en la segunda situación, seguro sabes de lo que hablo:
esconderte de vez en cuando para que aquel niño no te pegara, cuidar
celosamente tus cosas o de plano no tener ninguna para que no te quitara nada.
Soportar insultos y chismes que divulgaba sobre ti. Acusarlo con los profesores
resultaba inútil, porque se escudarían con frases como “habla con él”, “ahorita
no lo está haciendo”, “tienes que aprender a cuidarte” o “acúsalo con sus
papás”. Nada de eso servía, porque en algún punto ya lo habías hecho. Incluso
te fue peor por intentar solucionar así las cosas en vez de irte directo a los
golpes.
Nunca
te gustó tratar las cosas con violencia, porque así no es como se debe hacer.
Pero un día fue demasiado. Un empujón o un simple comentario fue la gota que
derramó el brazo y te lanzaste contra él: lo golpeaste o lo tiraste o le
dijiste algo sumamente horrible, pero que merecía. Por desgracia y por falta de
colmillo, un profesor te vio. Aquel se hizo el ofendido, hasta lloró; te acusó
con los maestros y hasta con tus papás. Te tocó una regañiza, miles de
preguntas de por qué te cae mal si él no le hace nada a nadie, es más, todos lo
quieren, que has cambiado y que les preocupa tu comportamiento violento.
Intentas reclamar, defenderte, explicar, pero no: el hecho es que los
profesores dicen lo que vieron y sobre eso actúan tus papás. Te echaron castigos
y castigos por sencillamente querer un poquito de justicia en el mundo.
Y
sí, aunque es una anécdota de bullying,
también es lo que está pasando en estos momentos con la dichosa
#LeydeSeguridadInterior y la ahora #LeyMordaza. El pretexto de “dar a las
fuerzas armadas un marco legal de acción” es simplemente dar un justificante al
bully para que pueda seguir abusando
de su estatura y de su fuerza con los más pequeños, sin que nadie le pueda
decir que está haciendo las cosas mal. Políticamente se prepara el campo para
tener argumentos legales, que sirvan de pretexto reivindicador de cualquier
acto represivo por parte de las autoridades, actos que pueden ir desde un
“sencillo” arresto durante una manifestación (si es que dejan hacer marcha
alguna), hasta una desaparición forzada, enterrada en una montaña de
burocracia, porque se trataba de “un peligro para el país” (y todavía falta ver
qué definen como peligro o quién tiene la jurisdicción para definirlo).
Lo
que resulta asombrosamente espeluznante es la sordera de los diputados y
senadores. Uno está (tristemente) acostumbrado a que muestren un desprecio
total por los intereses del pueblo, pero su actitud ante este tema es
alarmante: se dieron el privilegio (como si no tuvieran suficientes ya) de
ignorar recomendaciones de organismos internacionales en materia de derechos
humanos; también, ignoraron todos los movimientos que rechazan dicha propuesta
de ley, ignoraron (y pidieron “amablemente”) que se callara a un mexicano que
opinó de política, porque su trabajo es hacer películas y no tiene por qué
involucrarse en las decisiones del país. Parece ser que ese tuit reveló lo que
piensa cada político: la sociedad está para servirles, no viceversa.