Las
palabras cuya intención es prometer sin cumplir para obtener un beneficio son,
tal vez las más dañinas. Hay un concepto curioso y que, en cierta forma cuadra
con lo anterior: palabra vacía. Se refiere a las palabras cuyo significado
depende del contexto, tiene funciones meramente sintácticas y puede adoptar
casi cualquier significado. El uso popular de la expresión “palabra vacía”
denomina a las palabras que tienen intenciones veladas para el receptor, esas
palabras dañinas a las que me referí anteriormente: promesas sin la firme
intención de ser cumplidas.
En
cierto sentido, nuestra vida también es vacía. Su significado está dado por un
contexto (nuestro aquí y nuestro ahora), tiene funciones meramente sintácticas
(es el resultado obligado de otras estructuras como el sexo o la familia) y
puede adoptar casi cualquier significado (porque en esencia no tiene). Las
palabras vacías se pueden utilizar ad
nauseam sin ningún problema. De hecho, se han utilizado tanto que su
significado se ha “desgastado”; de igual forma sucede con la vida.
Una
de las premisas de Freud indica que cada persona comete parricidio y termina
convirtiéndose justo en eso que acaba de destruir. Quizá hay algo de esa idea
en Pedro Páramo y en la historia de
la familia Buendía: la historia de un hombre es la historia de cada hombre de
su familia. Estamos condenados a los ciclos y sus infinitas repeticiones:
eterno retorno a putecientos mil revoluciones por segundo. Por eso olvidamos
que jamás fuimos los únicos y que lo que nos sucedió ya ha ocurrido millones de
veces en la historia (y que seguirá ocurriendo mientras la humanidad persista).
Nuestra
vida también se ha desgastado, porque en esencia es la vida de cada uno de los
que han estado antes de nosotros e, incluso, de los que están en el mismo plano
pero en diferente geografía.
Si
nuestra vida es una palabra vacía, ¿por qué terminarle implica un pequeño
cataclismo local? Seguramente, porque es un recordatorio para el resto de
palabras vacías de cuál es su naturaleza y su destino. Particularmente, el
suicidio es un espejo que se pone frente a otros y que obliga a recordar esa
frasecita de la película Gladiador: “sólo
polvo y sombras”; el doctor Manhattan tiene razón: la especie entera puede
extinguirse y el universo ni siquiera se inmutaría; eso no quita el valor de
verdad a lo que enuncia posteriormente sobre el milagro de la existencia de vida
en la Tierra, pero tampoco implica que dicha vida tenga un valor agregado. Las
cosas son y están.
Una
palabra vacía no puede hacer una diferencia. El asombro que nos puede provocar
una palabra vacía depende de su contexto. En el ínfimo caso de que surja entre nosotros
una palabra plena, tampoco importaría demasiado: todo significado es
susceptible de erosión.
Las existencias vacías sólo pueden proferir palabras vacías. No se puede
dotar una cosa de algo que no se tiene.