1.
Bien visto, el precio del
infierno no es tan alto.; ahora tengo la certeza: soy una de las antesalas a la
muerte; sé que la tengo
en las entrañas, a un
(con)tacto de distancia. Soy una pesadilla recurrente a una pastilla de
distancia. Soy el panteón,
el fantasma y el testigo.
2.
“Ha de ser horrible
escuchar el grito de los condenados” murmura la voz de mi hermana mientras me
clava sus pupilas en mis ojos.
“No si tú posees el látigo”. Parece aliviada en cuanto lo digo; lo que
ella no sabe es que los traumas nunca se superan, a veces ni siquiera se
olvidan.
3.
Frase tallada al pie de una
estatua de la Santa Muerte
“No temas
a donde vayas
que has de
morir donde debes”
Los dos
leemos varias veces la inscripción. Ella duda de las supersticiones locales, yo
tan sólo sonrío:
“Uno muere
en un momento decisivo, lo demás
(lo que le sigue) es mero trámite”
4.
Resigné mi muerte entre tus dedos una tarde: guardé la guadaña marcada con mi nombre y con mis días; la encadenaste a una pared.
Algunas
noches recorro el filo con la palma de mi mano y todo se retuerce: se me cae el
cabello, la mano se descarna y mi boca sabe dulcemente a tierra yerma.
Esa cosa
tiene vida propia; a veces busca mi cuello (a veces, el tuyo). Lo sabes: también la has escuchado agitándose con furia; el insomnio que te obliga a
abrazarme lo confirma.
Sé que intentaste todo para eliminarla, pero ni el
óxido ni el fuego funcionaron: mi muerte no se
quiebra con nada; yo la resigné,
pero su voluntad siempre ha sido otra.
5.
Ella camina por una gran
avenida, bajo la luz amarillenta de las lámparas acomodadas en fila. No me ve, pero sabe
que estoy allí y que la miro.
Sus ojos perdidos en algún
punto fijo más allá de la curvatura de la calle; sonríe flojamente y me enseña sus brazos. De sus muñecas corren hilos de sangre, líquido rojo que fluye hasta el suelo y se adhiere
a él.
6.
A ella también la sepultaron con lluvia, una mañana extrañamente cálida. Su muerte consistió más en una bienvenida que en lamentos
irrefrenables.
Dicen que
ese pedazo de tierra será
su última morada. Idiotas: nunca tuvo casa; se la
pasaba vagando sin rumbo distancias estúpidamente largas (y yo la seguía a donde fuese, sin importar la hora, la
comida, el dinero o lo riesgoso del viaje).
“¿Y su hermano?”
“Ahí está, justo al lado de ella. Siempre juntitos los
dos”
“¡Tan joven! ¿Y ahora?”
“Pues ya.
Ni modo. No hay nada más”
7.
Se equivocan. No estoy muerto no estoy muerto no
estoy muerto no estoy La guadaña nunca miente ya no se agita Eso debería decir algo ¿no? Sus venas están regadas por la ciudad las sangre dentro de sus
venas contamina las calles (y viceversa) rompe el concreto lentamente La guadaña tiene venas y también
sangra, ya no se agita pero sangra Eso no me dice nada aunque ahí esté dicho todo soy incapaz
de escucharlo El filo entre mis manos el filo entre sus dedos el filo contra su
piel el filo contra mi cuello No estoy muerto no estoy muerto no estoy El
abismo sale barato sólo un paso y ¡plaf! Su cuello mis uñas sus dedos mi garganta sus dientes mi costado mi
mandíbula su carne la sangre la sangre la sangre No
estoy muerto no estoy muerto no estoy