Escritor
joven al frente, sabrá dios si ha encarado a un público exigente.
Al menos, en este salón, todos lo cobijaremos. Somos el nivel
tutorial para escritores novatos; ninguno lanzará un ataque
contundente aunque tenga al imbécil a modo para un one-hit
ko.
Nos
formaremos al final para que el muchacho arroje sus primeras firmas
estelares. Un ave aprendiendo a volar en un ambiente controlado. Los
escritores-estudiantesdeletras son una especie en extinción (eso
dicen), por lo que debemos cuidarlos, colocarlos en zoológicos de
grafistas raros; especialmente si su origen es muy originario, si
pertenece a esa “raza” que a principios del xx
el águila imperial quiso aniquilar: prueba viviente de la
integración cultural del salvaje a la civilización progresista (con
esto no quiero implicar que los jóvenes pertenecientes comunidades
de etnias mexicanas no deban publicar en instituciones
universitarias; sino marcar el carácter discriminatorio que este
tipo de programas plantea: pseudo-oportunidades monetarias en forma
de becas para un número escasísimo de estudiantes de esas
poblaciones para solapar daños a derechos humanos, despojo de
tierras, años de discriminación; y no sólo eso, sino que el nombre
mismo de los programas deviene también en una marca que segrega).
Nivel
cero de crítica: un escritor debiera leer esta situación: si un
público (supuestamente) especializado pregunta sobre la vida
personal, sobre los cómos y los qué de la inspiración (preguntas
legos), seguramente lo hace porque el libro francamente le valió
madres (eso, o el público es realmente idiota).
Libro
sin estructura pensada que “juega” con todo es el inicio del
kitch;
particularmente, si la (auto)crítica le vale verga.
Hablar de consciencia de escritor y responder todas las preguntas con
un “no sé” inicial devela nerviosismo o la simple falta de
planeación del conjunto. No se “juega” ni se “rompe” algo
que no se conoce (una tradición, los recursos, el contenido,
etcétera).
Un
libro que gana un premio, pero que no fue pensado, cuya estructura
proviene de un azar (puramente azar, no como recurso sino como
salvavidas), consiste en simple suerte (amén del archisabido asunto
de los concursos en Siglo xxi);
un experimento mortal de final afortunado, nada más.