28/11/14

Represión y Resistencia. Pt. 3


Nos dijeron que los medios electrónicos eran un arma poderosa, que una cámara en el teléfono y un video viral podía lograr muchas cosas, que las redes sociales nos permitirían no sólo conectarnos sino difundir la información. Y así fue.
Nos dijeron que nuestro nombre es nuestro escudo, que ante cualquier detención arbitraria, no olvidáramos nuestro nombre y lo gritáramos a los cuatro vientos para que el mundo supiera a quién secuestraban, para que hubiera testigos y el dato de un nombre, para no volvernos una estadística que reapareciera en un penal de alta seguridad si bien nos iba.

El 28 de noviembre de 2014, cerca del metro Copilco, secuestraron a Sandino Bucio, un estudiante de la carrera de Filosofía (en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México). Un auto gris con las placas 324 WHD. Los captores eran miembros de la PGR e iban armados.
Me pregunto si después La razón se vanagloriará al decir: “Mintieron supuestos estudiantes de la supuesta UNAM: no era estudiante, era egresado y además criminal pues la PGR lo acusó de terrorismo, los captores confirman que dijo la palabra compa desde su celular”.
La última declaración de parte de la PGR “sólo queríamos que declarara”. Resulta que en lugar de citatorios, te secuestran, te golpean y te obligan a firmar un papel con palabras que jamás saldrían de tu boca.

La punta del iceberg: 43 desapariciones en Ayotzinapa, 11 detenidos tras los actos de militares vestidos de civil infiltrados en la marcha del #20NovMX con la única finalidad de dar permiso legal para la actuación de los granaderos, detenciones arbitrarias desde que ocurrió lo del Instituto Politécnico Nacional, incursión de granaderos en Ciudad Universitaria, un miembro de la policía dispara hacia civiles y estudiantes desarmados dentro de Ciudad Universitaria, dos militares adentro en la Universidad Autónoma de Cuajimalpa.
La estructura gubernamental mexicana ha obedecido el principió que señaló Baudrillard en La ilusión del fin: los acontecimientos se suceden unos a otros de manera tan rápida que es imposible asirlos, adquieren una velocidad de liberación que los saca de la historia; el gobierno mexicano se ha encargado de mantenernos expectantes con una catástrofe tras otra. Desde que asumió el poder Enrique Peña Nieto la violencia ha persistido y se ha intensificado, sólo que procura no hablar de ella. El narcogobierno permitió las desapariciones de Ayotzinapa y la permanencia de Murillo Karam; ya no habla de descuartizados ni desaparecidos, ahora se habla de levantones de estudiantes, presos políticos y represión estudiantil, por extensión, civil. Son demasiados frentes, demasiadas bombas al mismo tiempo.
En medios internacionales ya no se alaba a EPN, empieza a caer el telón de la más costosa telenovela mexicana, por eso la violencia contra jóvenes estudiantes activistas miembros de asambleas se incrementa; no faltará mucho para que sea contra cualquiera que se atreva a cuestionar a los que ostentan el poder.

Nos dejan sin opciones. En un momento la recomendación era: ante una detención arbitraria, exige tus derechos. Los eventos recientes revelan que para cualquier institución policiaca y militar los civiles que ejercen libertad de expresión ya no cuentan con derechos humanos. Con base en el terrorismo fundamentan sus “argumentos” para negociar nuestra rendición. Nuestra vida y nuestra libertad ya no cuentan para ellos, lo único que les importa es nuestra resignación obediente de res al matadero.
Nos han dejado sin opciones. La resistencia pacífica a las detenciones ya no es plan útil. Si pensamos que al no resistirnos, nos salvamos de la “calentadita” (una golpiza previa a la declaración forzada, en otras palabras, un método de tortura), del secuestro en prisión y de la desaparición forzada, nos equivocamos completamente. Igual nos tocará suelo.
Si de cualquier forma nos van a meter a la cárcel, a asesinarnos, bajo motivo de “terrorismo” (cuando lo único que hicimos fue exigir derechos puesto que cumplimos obligaciones), más nos valdría pelear hasta el último momento, pegar, patalear, morder, escupir, insultar y gritar nuestro nombre a todo pulmón. Más nos valdría morir libres o ser destrozados por haber resistido, y llevarnos a uno o dos de esos idiotas en el camino, que desaparecer en pleno silencio. Si nos quieren nuestra vida, que al menos les cueste todo el dolor que podamos infringirles.




     Posdata.

Al final de la redacción de este texto, la PGR anuncia la liberación de Sandino Bucio en las próximas horas. Ojalá no sea simple anzuelo para calmar las aguas. También debemos recordar que no sóloe s Bucio, faltan 11, faltan 43, faltan miles de periodistas, faltan decenas de miles de mujeres y sobra un presidente con todo y gabinete.

23/11/14

Silencio obligatorio. Tras la marcha del #20NovMX


Días antes de que se celebrara el 20 de noviembre en México, un auto con cuatro personas entró a Ciudad Universitaria (CU), cerca de la Facultad de Filosofía y Letras. Una de ellas portaba un arma con la cual disparó hacia el grupo de jóvenes que lo acorralaban hacia Insurgentes; hirió a dos personas, a una le dio un rozón en la pierna, a otra le encajó una bala en el mismo lugar. Tres de los individuos huyeron en un taxi, el otro se encontró con policías en patrulla, a quienes entregó su arma y quienes lo resguardaron dentro de la unidad.
No tardaron los reclamos por “violar la autonomía” (asunto de por sí debatible dentro de la misma comunidad universitaria), por la violencia de Estado y la represión hacia los estudiantes.
Esa misma noche, hubo un enfrentamiento entre encapuchados, que destrozaron una parada del Pumabús (la de FFyL) y granaderos; en el altercado incendiaron (convenientemente) el auto que habían abandonado los policías que incursionaron dentro de CU.
Hace un par de días, el oficial Luis Javier Aguinaga Saavedra salió libre bajo fianza pues fue juzgado por un “delito no grave”; noticieros Televisa cubrió la emotivísima nota de cómo los demás policías cooperaron para pagar los ciento treinta y tres mil pesos.
Posteriormente, en La Razón y otros periódicos como El Universal, publicaciones marcadamente de derecha política, se ensañaron con decir que la persona herida no era estudiante de la UNAM, sino simplemente un integrante del grupo que ocupa el auditorio Justo Sierra/Che Guevara; esta persona, además, era un expresidiario, culpado por delitos de robo, sabotaje, daño a propiedad ajena (La razón), en realidad estuvo preso por los disturbios ocasionados en la Escuela Nacional Preparatoria 3 (una de las prepas que tiene la UNAM) durante la toma de la misma en el año 2000 (El Universal).
Lo que ninguno de estos dos diarios menciona es el antecedente del movimiento estudiantil de 1999 donde toda la UNAM frenó actividades. El conjunto de los datos permite pensar que Miguel Ángel Ordaz San Agustín, egresado de Historia de la UNAM, pudo haber sido preso político del 99.
En otras palabras, el policía, al disparar su arma contra jóvenes desarmados en la UNAM, no cometió delito de gravedad; no puso en riesgo la vida de nadie, no abusó de autoridad; puesto que el policía había cometido un delito no grave hacia una persona que no era estudiante, el asunto debía darse por terminado; es más, deberíamos honrarle el haber disparado contra un expresidiario. Debemos pasar por alto el hecho de que toda persona es un ser humano.


Una vez más, el desfile del 20 de noviembre fue suspendido debido a las movilizaciones hechas desde que el Instituto Politécnico Nacional (IPN) anunció un paro de labores y que incrementaron tras la desaparición de cuarenta y tres normalistas de Ayotzinapa.
Este tema ha dado la vuelta al mundo entero. Ya no sólo en Latinoamérica sino en Europa se ven imágenes con la consigna “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”. La presión por la violencia de Estado ya no sólo la ejercían las personas dentro de México sino en demás sitios de la aldea global.
El 20 de noviembre (#20NovMX) hubo una marcha gigantesca hacia el Zócalo de la Ciudad de México; en medio de la plancha del Zócalo incineraron figuras del presidente Enrique Peña Nieto a modo de protesta; estudiantes del IPN levantaron un muro frente a la Secretaría de Educación Pública (SEP), en el cual hicieron pintas de protesta; al terminar la protesta, ellos mismos derribaron el muro. Todo el transcurso de la marcha hacia el Zócalo se caracterizó por la no violencia de los manifestantes y por las medidas de seguridad tomadas por los contingentes: cualquier persona encapuchada era expulsada de inmediato si no se destapaba la cara.
Sin embargo, en la mañana había dos movilizaciones con intenciones más grandes: la primera tenía por objetivo tomar el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Este contingente de inmediato fue impedido por los granaderos. La segunda tenía el trabajo de incitar la violencia y permitir que los dispositivos de seguridad pública tuvieran un motivo “legítimo” para hacer detenciones.
En redes sociales circulan imágenes de camiones militares repletos con hombres vestidos de civil. En un camión se pueden observar claramente dos individuos, uno de ellos lleva sudadera gris con capucha.
Cuando la movilización hacia el aeropuerto fue detenida, comenzó el primer conflicto. Un grupo de encapuchados, armados con bombas molotov, cohetones y otros artefactos se encargaron de iniciar la riña contra los granaderos presentes. En otra imagen que circula en redes se puede observar perfectamente que el sujeto de la sudadera gris a bordo del camión militar arroja estos explosivos contra los granaderos.

Los detenidos de la marcha del #20NovMX, que se dirigía al Zócalo, fueron acusados de terrorismo, intento de homicidio, etc. Pareciera que estos jóvenes habían sido entrenados como miembros de Al Qaeda. Proceso, Sin embargo y en redes sociales circula la información de que las declaraciones de los jóvenes fueron falseadas y las detenciones, arbitrarias, sin causa alguna, justo después de que los granaderos se lanzaran contra un grupo de encapuchados quienes iniciaron la pelea. Muchos de ellos fueron capturados en calles aledañas al Zócalo (de modo que su participación activa en el enfrentamiento resulta dudosa). Este tipo de arrestos ocurrieron también cuando, nuevamente, un grupo de encapuchados incendió las puertas del palacio nacional.
Resulta destacable el hecho de que sólo personas encapuchadas inicien los destrozos y que a ninguna de ellas arresten. Hay claramente una coreografía armada en la que los policías son carne de cañón que reciba los golpes tanto de los grupos de choque pagados por el gobierno (porros) como de la sociedad a la que supuestamente deben defender.
Aparentemente a nadie importan los heridos de ambos bandos, tan sólo importan los detenidos que sirven para taimar una movilización, para que el estudiantado recuerde 1968, 1971, 1999; para que no olvide quién tiene la llave de las rejas y las consecuencias de no obedecer, aún si la orden es desaparecer y sin hacer ruido.

19/11/14

Cotidiano

Me despierto medianamente temprano por la luz que se filtra a través de las cortinas y me encuentro enredado entre sábanas y cobijas. Es la época fría del año. Como puedo, me desenvuelvo y pongo los pies en el suelo; está helado, pero poco importa. Enciendo la computadora para enterarme del resumen de sucesos del día anterior y los que transcurren actualmente. Veo rostros jóvenes, sonrientes y serios, en carteles con leyendas y consignas en las que se exige justicia. Reviso notificaciones, correo electrónico, activo el reproductor para escuchar algo de música y preparo un poco de café.
   Mi madre ya se ha ido de casa, pero me deja un sandwich (a pesar de mi insistencia en que no lo haga, de cierta forma sigue sin creer que yo puedo atenderme o lo hace como un gesto de costumbre; de cualquier forma, hoy lo agradezco más que otros días porque no tenía la más mínima intención de preparar algo). Desayuno lentamente, mastico con pereza y trago sin hacer ruido.
   Preparo las cosas del día: ropa, mochila con las fichas de trabajo, los cuadernos de las clases, plumas, un lápiz, un par de libros por si el camino lo permite. Lo acomodo descuidadamente en la mochila y entro a la ducha.
    Salgo del baño, que he dejado lleno de vapor y humedad. Procuro vestirme lo más rápido posible. Una serie de estornudos me indica que me puedo resfriar pronto. Tanteo el clima e imagino que lloverá, que hará frío, mucho. Meto un paraguas a una mochila ya excesivamente pesada y tomo una chamarra gruesa; la examino un poco: está rota, quizá no sobreviva un aguacero.
   Enciendo una vez más el monitor: caras distintas con las mismas consignas. Un escalofrío me recorre, no puedo ignorarlo. Miro mi habitación una última vez, la ropa en el suelo, los zapatos desordenados, la cama sin hacer. Agacho la cabeza, cierro los ojos y camino hacia la puerta de la casa.
    Abro sutilmente, me asomo por una rendija que dejo: calle soleada y vacía.
   Salgo con la intención de quitarme la chamarra, pero una ráfaga de aire congelado me obliga a cambiar de opinión.
   Escondo las manos en los bolsillos, calculo mentalmente el gasto del pasaje y la comida, resto esa cantidad al dinero que traigo en la cartera; sonrío: es suficiente, incluso puedo darme el lujo de un café bueno hoy.
   El sonido de los autos incrementa conforme avanzo hacia la avenida, el frío también. Buscó monedas para el pesero.
   Un vehículo me rebasa y frena en seco. Lo ignoro para proseguir mi camino, pero él no me ignora a mí. Escupe a dos individuos altos, con botas y chalecos antibalas. Se acercan hacia mí mientras ordenan que me suba. No puedo más que detenerme y preguntar por qué. Se molestan conmigo, dicen que si no me subo me van a partir la madre, que haga lo que más me conviene si no quiero problemas.
   Digo que se equivocan, que yo no he hecho nada malo, que ni siquiera voy a marchas ni plantones, que sólo me dedico a mis asuntos. Uno desenfunda su pistola mientras el otro me exige la mochila. Quita el seguro al arma y corta cartucho. Entrego mis cosas. Abren el cierre, revisan el interior: una sombrilla, cuadernos desgastados, plumas lápices, fichas de trabajo y dos libros. Los sacan, los examinan minuciosamente, el título, el autor. Me miran con franco odio y una sonrisa de satisfacción.
    Ya sacamos, murmura uno. Llama por teléfono y, con los libros en mano, tiene una conversación con alguien que debió decirle algo muy divertido porque no dejaba de sonreír. Meten los libros a la mochila y la arrojan a la patrulla. Me ordenan subir nuevamente, esta vez a punta de pistola.
     No me muevo. Tengo miedo, estoy paralizado. Con la cacha me da un golpe en la cabeza, todo se nubla. Repite la orden, sigo sin moverme. Un puntapié, un cachazo, un gancho al hígado. Más bulto que persona, entro al vehículo.
     Lloro. Silenciosamente lloro. Impotentemente lloro. En mi cabeza grito por mi madre, por mi padre, por mis abuelos. Pienso que ya no llegaré al examen (a este y a ningún otro), que dejé mi cuarto desordenado. Quiero pedirles que me dejen regresar a casa para limpiar un poco y que después me llevan. Sé cuán inútil sería.
     Hablan en claves. Me insultan. Me regañan por andar cargando esas cosas que no debería. Me dicen que por pendejo y por revoltoso me tocó suelo. Les digo que nunca he estado en una marcha, que nunca he estado en una asamblea, que nunca he ido a una toma de alguna facultad o escuela, que nunca voy a los mítinies, que jamás he gritado consignas en contra de nada ni de nadie. Les digo que yo nunca busco problemas, que busquen en mi historial, que tengo buen promedio y una beca.
      Pero no importa.

16/11/14

Llueve sobre mojado


Sábado. México, Distrito Federal: Ciudad Universitaria (CU). Facultad de Filosofía y Letras (FFyL): Balacera que deja heridos a dos estudiantes. Un rozón de bala en la pierna y una bala incrustada en el muslo. En la página de quienes ocupan el Auditorio Justo Sierra-Che Guevara dicen que el hombre herido en el muslo dijo por celular que le habían picado la herida con objetos punzocortantes antes de que la llamada se cortara; si esto es cierto, habían estado torturando al chico, una técnica bastante común entre judiciales.
¿Por qué hacer esa escena en la FFyL? El comunicado oficial de la PGJDF dice que oficiales fueron a investigar el caso de un celular robado, cuando en toda CU se dan casos de robos de carteras, celulares, de autopartes y accesorios de motocicletas, de abuso sexual adentro de las instalaciones, y jamás se dignaron a poner un pie para realizar la averiguación pertinente. Los servicios de “Auxilio UNAM” brillaron por omisión; en la Facultad de Psicología se justificaron con “Pasó en Letras, le corresponde a Letras”; carros de este cuerpo de auxilio ignoraron al estudiante herido con la salida fácil: “ya lo reportamos”.
Este minishow tiene pinta de provocación (in)directa (semejante a la quema de un metrobús o a la quema de una puerta) y que un elemento encargado del montaje perdió los estribos: sacó su arma y comenzó a disparar por temor. Esta noche se desata otra escena: barricadas que bloquean la entrada a CU y encapuchados custodiando.
Dos heridos para una pantomima que cubra fosas interminables en la búsqueda de 43 cadáveres; la punta del iceberg de un territorio que más que país es un cementerio. Las autoridades, nuestros padres ausentes que tan sólo buscan en nosotros un reemplazo de sus órganos marchitos.
No hay rector. No hay presidente.

5/11/14

Last stand




“Remember, remember, the fifth of november, the gunpowder treason and plot. I know of no reason why the gunpowder treason should ever be forgot”
V for Vendetta

“We can’t control enemies who have no regard for their own survival.”
–Arrester Lavinia, Tenth Precinct.
Flavour text de “Havoc Festival” (MTG)

La táctica era la misma cada ocasión: esperaban a que un grupo infiltrado comenzara el alboroto en el centro de la multitud; esperaban las botellas de alcohol con una mecha improvisada de alguna tela, las inútiles piedras contra los cascos y los escudos, los gritos y su cansancio. En ese momento se lanzaban contra ellos; evitaban a los infiltrados (que para entonces ya habrían escapado o cambiado ropas de civil por el uniforme) y golpeaban al resto. Localizaban algunos objetivos clave, los subían a las patrullas, aprovechaban la bulla para meter mano a algunas (casi todas las) muchachas que se encontraban allí. Si había problemas, el gas lacrimógeno y las balas de goma harían lo suyo; sabían a dónde dispararlas (el manual dice a una zona despejada, pero el torso y la cara siempre resultan más efectivos).
La coreografía ya estaba plantada y aprehendida. Inició sin ningún problema, en medio del fervor la violencia deviene fácil. La lluvia de bombas y piedras comenzó. Los gritos y el cansancio llegaron: ahora, su turno. Avanzaron con las botas firmes en el pavimento, los escudos listos, las macanas dispuestas. Puño contra cuerpo. Bota sobre cuello. Empeine incrustado en las costillas.
Ya con el grupo abatido, iniciaron los arrestos por alterar el orden público y ofender a los defensores de la ley. Hubo un sujeto en particular, cabello largo, prendas de mezclilla rasgadas, una playera blanca con hoyos. Se resistía como una maldita bestia. Había cuatro elementos tratando de contenerlo y cargarlo a la patrulla. Cuando cada uno lo tuvo sujeto de las extremidades, soltó una carcajada. Pensaron que la histeria lo había vencido, pero palparon en sus piernas y muñecas algo rectangular. Un rugido y un destello acompañado de una lluvia de vísceras sangrantes. El cuerpo del muchacho les había explotado en las manos.
Pocos instantes después, patrullas incinerándose y explosiones a lo largo de la avenida. Todo el contingente que asistió ardía en llamas. Las patrullas, las camionetas atascadas de levantados y custodiadas por elementos de seguridad, volcadas y a merced de las llamas.
La segunda vez que ocurrió lo mismo, los uniformados optaron por permanecer al margen la siguiente vez. Fue inútil. En cuanto los vieron presentes, los jóvenes se abalanzaron contra ellos, en cuanto lograban colarse entre varios elementos, estallaban. Se lanzaban a los vehículos para incinerarse con ellos; los abrazaban, se aferraban al uniforme antes de explotar.