7/11/12

La última cena

Para Roulette

Ahora entras al bar. Este viaje inesperado para los dos causa tales distorciones en nuestros universos que nuestras respectivas órbitas desvían su trayectoria habitual. Durante la última charla, acordamos por fin llegar al tabú establecido implícitamente en nuestras pláticas pues los dos, víctimas de conversaciones inapropiadas e inocentes, compadecíamos lo mismo uno en el otro.
Ordenas la comida mientras mis ojos divagan distraidamente por tu cuerpo. Traes ropa negra encima. Aún no lo sabes, pero ese color me pierde completamente, por lo que piensas que cínicamente miro tu pecho. Un rubor discreto aparece en tus mejillas morenas. Te enfadas un poco. Comprensible, la última imagen que te di fue de un príncipe infante, no la de un mirón desvergonzado. Tu ira comienza a manifestarse cuando prestas atención a mis ojos. Ves que no hay lascivia, ni siquiera un intento mínimo de observar a través de tu blusa. Asumes: “Está pensando”. Pero no, sólo miro el vacío infinito en la ausencia de colores que repentinamente se transforma en dos pechos redondos, delicados, firmes, recubiertos por una tela de suave algodón.

Levanto discretamente los ojos. Pienso que el rubor te lo has puesto mientras miraba hacia otra parte mas se esfuma súbitamente. Muevo los labios en una palabra inaudiblemente inteligible: “PERDÓN”. Sonríes negando con la cabeza. Nuestra depresión llega hasta límites insospechados, importaría un bledo vernos desnudos ahora, sin lujuria por tristeza. Llegan los platillos. Carne asada en compañía de verduras al vapor, aún humeantes, recién sacadas de la olla.
– Mira, creo que el brócoli aún respira – comentario desesperado para romper el silencio.
Risas.

Al fondo hay una rocola. La miro con esperanza de encontrar música adecuada. Hoy no me importa el presupuesto monetario. Podría gastarme todos los ahorros, morir de hambre en tres meses, ir preso, cualquier evento pasaría inadvertido siempre que precediera al irremediable fin de mi existencia.
Después de hacerte el amor esta noche moriría tan tranquilo como ese olor de plantas nocturnas que nos inundó mientras podábamos manualmente tu jardín esa noche de verano. Me retiro tras decir “Espera, no tardo”. El macroreproductor contiene gran variedad, grupos de “música” mexicana norteña, pop conocido, una sección para inadaptados (boleros, trova y algunos tangos), elijo las tres canciones justas: dos boleros y un tango. Después de asegurarme que mi selección comenzaba inmediatamente, regreso a la mesa.

“No había buen rock, pensé que era lo menos sugestivo del repertorio” miento con pésima dicción. La letra te indica otra cosa, por ende me observas minuciosamente. Mando todo al diablo. Bebo la copa de licor con un solo sorbo y te invito a bailar.
– Pero no sé bailar boleros.
– Yo tampoco.


Tomas la mano ofrecida. Esa melodía insulsa dibuja una sonrisa breve entre tus labios. No me fijé cuándo cerraste los ojos, ni cómo llegamos al centro de la pista de baile. Con poca precisión seguimos el compás. Improvisamos pasos provinientes de una mezcolansa extraña entre ritmos tropicales y un andar cotidiano. A nadie interesa lo que nos pasa, si tropezamos o equivocamos el camino de nuestros pies.
Ya nos acoplamos casi totalmente. Igual que hace varios años danzando entre luces borrosas mirándonos a los ojos.

¿Será demasiado cinismo seducirte, cometer aquella dulce locura con alucinante sincronía de reloj suizo o equipo de fútbol holandés? Si abandonase la idea volveríamos a las trilladas charlas en ordenador. No concibo la idea de un beso electrónico enviado a través de mensajería instantánea por internet, ¿coito cibernético? ¿Orgasmo cibertrónico? Sé que los impulsos del cerebro son electricos, pero eso ya parece una parodia ridícula.
Aquel deseo colegial entre árboles que danzaban al rededor nuestro cuando recorríamos el jardín botánico ya forma parte de un pasado pasado; como lata de atún que caducó hace doce días, la cual no quieres ni abrir por miedo a la peste. Todo consiste en un pretérito decadente que ya no recuerdas o intentas desechar.

Mi lengua incontenible delata intenciones nada honorables. “Te propongo lo que una vez me rechazaste, cuando te invité a pasar al cuarto en que yo dormía”. Sería lindo escuchar cuán ruín suena el gruñido trepidante de mis palabras afrodisiacas en tu boca.
– Estas loco.
Beso robado.

Mañana quisiera imaginar tu voz nuevamente, saborear cada entonación que colocas a las frases de desprecio que ahora vociferas. Por el momento no me interesa si odio o deseo inundan tu ansioso sistema motriz, sólo importa el sabor del vino en tu boca, ese sorbo que resbala de la garganta a las entrañas.

Pareces gato asustado. Tiemblas horrorosamente, como si te hubiese caído un balde de agua helada. Ya no besamos como antes, ahora los labios buscan tibiesas extremas, intranquilas, mares carnosos donde ahogarse. Aunque reprochas mi alevosía, jamás intentaste apartar nuestras lenguas; de hecho, la mordías, no fieramente para sacarla de tu cavidad oral, sino con dulzura inextricable, idiosincrática.
– Te estás sobrepasando.
– ¿No te gusta?
No hay respuesta.

Pagamos la cuenta sin terminar de comer. Vamos a cualquier hotel que nos convenza. Ignoramos las advertencias, el televisor apagado o los muros de opacada madreperla pues las sábanas estorban sobre el colchón casi en ruinas y deben retirarse. Algún par de manos interviene en la encomienda. Entre bofetadas y blasfemias desgarramos almohadas, músculos, piel, entrañas y la cama entera. Maldices mi nombre/beso tu frente, mis manos/beso tu mejilla, mi cuerpo/beso tus senos/, mis ojos/beso tu vientre, mi boca/beso tu sexo. Aprietas las piernas, luego retas a que resista. Uso la lengua de una forma convincente. Aflojas tus muslos, los relajas sobre mis hombros. Regreso a tu cara. Veo ese éxtasis inmemorial de capricho cumplido junto a la culpa inherente. “Espera” susurras. Espero.

Me envuelves absolutamente, ni un centímetro de alma queda excento. La sangre nos incendia hasta colapsarnos como estrellas que implosionan una dentro de la otra.

Nos despedimos antes de dormir. Volverás a tu casa. ¿Pretenderás que nada de esto ha ocurrido? ¿O pensarás sólo en reencontrarnos nuevamente, con los mismos menesteres dentro de la cabeza, de modo que repitamos la velada? Yo me quedaré en la habitación desolada, con el deseo de un accidente fortuito que me fulmine de una buena vez. Ya sea tu regreso (imposible) o mi muerte (¿improbable?).

México, 08 de Agosto de 2010.